02 julio 2012

CABALLO DE TROYA.


Carboncillo original de Fabio Vargas

Tengo en tinta de carbón mis huellas
Como sombras de una imagen conjurada
Esquiva a la nitidez de los hallazgos.

Perdura todavía algo de calizo lamento
Entre el primer llanto y la última lágrima perdida.

Hay claustrofobia en este corazón empotrado
Y manos conjurando rendijas de luz con olor a hueso.

Los caminos me hallan, me retuercen intrigas
Y someten este cuerpo a un palpitante desasosiego que no duerme.

Es que la vida me retoma y me promulga chispas
Para lanzar cosas nuevas, repletas de haces de luz
y rojos puntos de pólvora marcando la punta de todas  las memorias.

Como si fueran fantasmas  varados al recuerdo,
 la  runa de una escalera o el saludo de un distante rostro,  
son las cosas que todavía me quedan de rezago entre las venas.

Esta colección de totumos y máscaras plaga mi florida caza de vorágines
Y como un sapo entre las charcas se guarda mi corazón de la tristeza.

Pero hay días tan difusos, tan claramente perdidos en las nubes
Que es necesario entonces golpear con arietes los abismos
Y abrir los portones del sótano y arribar como ladrones a lo bello
Con el sólo propósito de comerciar silencios.

Esta voz tiene para traficar la cola feliz de una mascota,
El susurro completo de un abrazo y ciertos parajes del sueño
Donde siempre es de día y siempre se regala una ternura.

De seguro los lamentos son sólo troncos perdidos que pasan río abajo.

Yo intrigo contra mis crisis, arponeo cada minuto, cada fin del mundo
Y es como una crin de viento lo que llevo en las escapulas
Y como un piafar es este latido que asalta el gitano olear de las estrellas.

El salto de este indio rueda entre los caminos creando,
Escudando el cesto de esta tradición errante,
Gastando los años para descubrir el mundo
O para señalar algún día la hoguera que inaugure e ilumine la prosapia.

Una invasión es este cuerpo que desata amaneceres,
Este músculo enredado entre los días,
Esta palabra insistiendo el petroglifo.

El ardor de la bestia que gime entre la noche
Me sirvió para reconocer ciertas costumbres
Que ahora están amarradas a mis dientes.

Estoy a treinta años del vacio,
Casi nuevo como un guijarro en las manos de un  guerrero
Y mis uñas siguen creciendo como si no lo recordaran.

Mi silueta es el camino.
Ardo como Ulises.




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