03 enero 2008

ARTE POÉTICA





Nadie te salvará de la tremebunda llegada de la mañana.
Esa bestia resplandeciente que busca la vigilia
te caerá de golpe sobre la inocencia lograda del sueño.


Nadie te ha murmurado,
un segundo antes de que aparezca,
el espacio dónde comienza el día.


Siempre te levantarás con los parpados sedientos,
rasgando a manotazos monstruosos
la transparencia del tiempo,
arrojándote con rabia sobre tu propia sombra,
reconciliando de nuevo a tu silencio
ese revoltijo de cachivaches
que sirven para disfrazar bufonamente
la gota de resina colgada en tu garganta.


Llevas una espina infectada y saliente en cada omóplato
que al primer manoseo del rosicler te reprochan
por un batir cercenado de viento.
Tienes encarnado entre tus dientes
el fermentado tufo de un ángel golpeado por la noche.


Es tuyo el gran puñado de onomatopeyas que arrojó,
el histérico Adán, sobre el pantano,
eres responsable del croar en los fangos y
de los escarabajos a los que Caín
les incendió el vientre para arrullarse el remordimiento
con algo que se pareciera a las estrellas de su infancia.


Eres culpable de la apisonada caricia
que confabularon los caballitos del diablo
para germinarte en lo profundo del pecho el corazón:
calabozo estremecedor de tu espíritu.


Los pastizales enceguecidos de sol
te escarbaron con coraje el vientre
buscando las espigas veraces de un dios
pero lo único que encontraron
fue residuos de cometas apagadas
que sólo contienen la desmejorada espiral
del esqueleto de un ángel caído de bruces
sobre un raizal incendiado.


La aurora siempre busca tu cordón umbilical,
tu marca de hierro:
eres heredero de la infamia,
de tu padre verdadero que fue condenado al ostracismo.


Ya no tienes la gótica aureola
que te servía para esnifar los días
como si fueran tan sólo
exquisitas cenizas de un dios cremado,
sin embargo, escondiste ciertos jeroglíficos
en la víscera pavorosa de las rocas,
en los fracturados huesos de la brisa
que enterraste en las raíces de los árboles,
en la espeluznante conciencia
de la mirada de un niño recién nacido
y sobre todo
en la sangre meditabunda
que comenzó a figurarte un alma hecha de carne.


No te salvarás de la filosa caída de la guillotina
todas las madrugadas,
nunca podrás esconderle a las crestas de los gallos
tu exquisito sueño,
el cuerpo como una máquina mortífera te irá gastando
hasta llevarte a la verdadera pesadilla
pero tu seguirás, testarudo,
transfigurando con palabras poderosas
cada rosa puesta en El Jardín de las Cenizas.


Cada día te levantarás a pulir,
con algo de ira entre los puños,
las arsénicas puntas de hierro:
con ellas te irás por el día
cazando ángeles distraídos
como si fueran simples monos perdidos en la selva.


Así tu arte, nacido de la lava y la locura,
creado como venganza
por aquel que nunca temió de sembrar palabras
en los pezones de la galaxia estupefacta.

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