20 septiembre 2014

LA CRESTA DEL GALLO.


En memoria de Giovanny Pedraza.

Lo primero que se escuchó cuando entró fue el encrespamiento y la resaca de una ola de cuchicheos y risas ahogadas que parecía buscar refugio en cualquier escondite para no ser descubierta en flagrancia. El fenómeno sólo ocurrió una vez; allí y aquel día. Ellos reían, y aunque el cosquilleo se basaba en un rictus burlón que les ponía los ojos abiertos como faroles de circo que apuntaban hipócritamente al origen del ridículo, nadie podía decir a ciencia cierta de dónde provenía el alboroto.
En aquella ocasión, él supo manejar muy bien la situación. Después, en los siguientes días y durante todo el año que permaneció en el colegio, él era el que entraba y se despedía sonriéndoles, casi como burlándose de ellos. Su sonrisa era maliciosa y ellos lo sabían. Tuvieron que aceptarlo, así, con toda la felicidad y la conciencia de intuir que ese gesto había sido la forma más ingeniosa para escarmentarles aquel primer acto provocador.
El profe Giovanny no medía más de un metro con sesenta y era moreno y macizo como los indígenas más puros de la selva. El primer día se hizo al lado del profesor que había querido presentarlo. Llevaba un polo a rayas, un jean oscuro y miraba hacia el suelo como queriendo ocultar la mirada o como si deseara que con esa inclinación de la cabeza se pudiera observar en todo su esplendor su hermosa cresta. Los pelos hirsutos se elevaban desordenadamente en la corona pero lograban que el enfilado penacho se mantuviera hasta la nuca. La pelusa de un oscuro petróleo y lisa como si acabara de salir de una piscina se conservaba engomada dándole  a su aspecto general algo de aire cómico. Sin embargo, esta aparente careta era en realidad el alma desnuda de aquel ser que no paraba de hacer, con sus labios, muecas extravagantes como si sufriera un ataque silencioso de irritación. Los muchachos le miraban anonadados mientras el otro profesor les explicaba la razón del nuevo programa que llevarían a cabo con el forastero y él, cabizbajo, seguía haciendo muecas para no reír. 
Cuando quedó sólo hubo como un silencio alargado que parecía esperar algo, como si desde la puerta entreabierta de pronto fuera a aparecer alguien o un extraño fenómeno fuera a irrumpir y causar un gran asombro, pero nada llegó. Lo único que se deslizó y luego levitó hasta el oído del nuevo profesor fue ese murmullo de carcajadas encubiertas que fueron deshaciéndose como un algodón de niebla que es espantado por el viento. Los gestos se hicieron más agudos y su cabeza pareció encogerse como la cabeza de una tortuga espantada. Cuando la cresta perdió todo el atractivo y las risas se convirtieron en un cruce de miradas a la expectativa apenas alumbradas por un interrogante de « ¿y ahora qué? », el profe levantó la cabeza y los miró. Aquella mirada los tomó por sorpresa, algunos se sobresaltaron y otros, apenas si lograron acomodarse de nuevo en su actuación de estudiantes ejemplares. Los miró un largo instante, un instante que pareció levitar más alto que aquellas risas ocultas que antes habían sobrevolado a ras de pupitre por todo el salón. Su mirada se convirtió en el ojo de un cíclope que fue creciendo y tomando altura. De pronto, pasó de ser un « ¿y quién será este tipo? », a un todopoderoso que se le aparecía por primera vez a sus criaturas. El silencio fue como un apagón, como un toque de queda que paralizó hasta el ruido externo del mundo que seguía allá entre las calles y las tiendas de motores. Esa elipsis parecía provenir de lo profundo de una cripta. Los estudiantes se sintieron sobrecogidos y el salón pasó a transformase, por un momento, en una profunda iglesia. De pronto, sonrío, la curva que fue formando con sus labios se transformó en el gesto más inocente y tierno. El Dios se volvió pequeñito como un bebé y comenzó a hablarles desde esa sonrisa que parecía reconciliar a los adolescentes con sus propias confusiones. No hubo nada más, eso fue todo y eso fue lo que necesitó para ganarse el respeto. Esa fue su singular y secreta manera de romper el hielo y ellos lo comprendieron, como también, que aquello, había sido la representación más rara y simpática que un profesor había logrado llevar a cabo para presentarse y para dejar en claro, desde el inicio, de con quien se relacionarían.
No se trataba de un profesor cualquiera. Este profesor había sido también, en alguna época muy remota, un estudiante y había vivido y gozado y aprendido más que ellos y se había convertido en hombre más rápido y hábilmente que cualquier otro hombre y había envejecido y había tenido que madurar en un cuerpo todavía nuevo, de una manera recóndita, una manera que desde aquel mismo momento comenzó a causar respeto y admiración y que nunca dejó de motivar y ocasionar inevitables experiencias.
Una guía ideal para la juventud no se encontraba en cualquier parte, así lo consideró en un primer momento la coordinadora cuando leyó las referencias del nuevo profesor, también supuso que un alma dispuesta a la entrega desinteresada era algo, aún,  más escaso, así que la coordinadora quedó más que satisfecha. En un principio el programa le había parecido un relleno luego lo entendió como la oportunidad perfecta para evadirse del colegio e ir a verse con su esposo en la cafetería que quedaba justo en la esquina. Para la rectora, fue un «me mantienen informada sobre los avances de este programa», dicho en voz alta y un «sí, sí, cualquier cosa con tal de que pueda salir y llegar a tiempo a la cita en la estética para que me arreglen este horrible cabello» dicho en voz baja. Para el resto de los maestros fue la coartada perfecta, como un «ya tengo quien me cubra para ir a la cooperativa», «menos mal, ya me hacía falta un respiro con esos mocosos de noveno», «si cae en mi horario lo aprovecharé para adelantar todo el trabajo que tengo pendiente», «al fin algo diferente» y «un hueco más, lo mejor será empacar más donuts».
Tras un año de rencores y envidias, la fama del profe Giovanny seguía creciendo, había logrado disminuir el consumo de drogas en el colegio y su enseñanza parecía orientar a los chicos hacia la reflexión consciente de la existencia. Durante aquel período se habían creado varias olimpiadas de “Buen trato”, “No violencia”, “Resolución de conflictos” y un interesante concurso que se había bautizado con el lema de “Pensemos con seso” donde los estudiantes se enfrentaban en cruentos debates sobre la técnica del SPA (Sentir, Pensar y Actuar). Todas estas estrategias que había promovido generosamente el profe, se habían convertido en parte esencial de la dinámica entusiasta del estudio. La cuestión era que aquel profesor, que tenía la frente surcada por expresiones de profunda meditación, hablaba que para educar bien era necesario tener un clima estudiantil favorable y que al tratar al sujeto denominado como escolar había que involucrar a los maestros, los amigos, los padres y al círculo social del instante en algo denominado como «la familia del estudiante». Tales ideas habían generado detractores y seguidores y aunque su filosofía de prevención se basaba en una afirmación libertaria y consciente del libre albedrio, donde asumir las consecuencias de cualquier acto era la consecución del grado más respetable del pensamiento, algunos maestros miraban tal filosofía como un argumento transgresor y promotor de comportamientos rebeldes.
― ¿Hablarles de drogas? Pero en qué diablos está pensando el gobierno, porque no mejor se las trae, así se ahorra esa platica también ― José se movía de un lado para otro. Tras haber dicho en la sala de profesores que la idea de un programa de prevención era, más una provocación que un sistema confiable para reducir el consumo, el resto de profesores entendieron que él no había entrado a buscar las carpetas de observación, sino que su afán se basaba en la rabia y en el deseo de lograr causar un debate lo más rápido posible.
―Yo estoy de acuerdo con José ―añadió Sandra, una profesora despampanante que se vestía como travesti ―para mí que ese capacitador que mandaron hasta debe ser marihuanero. ¿Lo han visto? Que aspecto más desagradable. Ayer hasta me desnudó con la mirada, ¿pueden creerlo? ―terminó de decir mientras el resto de profesores, con el ramillete de miradas morbosas, la desnudaba de pies a cabeza.
― ¡Claro!, tienes razón Sandrita ―exclamaron asombrados y a coro los tres octogenarios que se desquiciaban por verle un poco más de lo que podía dejar entrever la profesora Sandra en ese vestidito de quinta.
―Como sigan las cosas, estos ya no serán colegios sino centros de rehabilitación. Yo estoy de acuerdo con José ― Las frases de confirmación eran confusas, ¿de acuerdo con qué?, con que trajeran marihuana al colegio como lo había propuesto José o de acuerdo con la indignación que buscaba infundir en los demás.
―Profes ―alguien tosió desde la puerta entreabierta―, buenos días, es que la profesora Adela me manda preguntar que si alguno de ustedes sabe dónde puedo encontrar al profe de drogas ―la chica que había irrumpido por sorpresa en la sala, sin quererlo, había logrado despabilarlos de su sopor indignante. La miraron como niños torpes y sorprendidos sin saber qué hacer. La muchacha tuvo que morderse la lengua para no reír.
―No te enseñaron a tocar la puerta en tu casa muchachita ―renegó la profe Sandra con rabia.
―Perdón profe, es que venía corriendo porque sucede que necesitan de urgencia al profe en el curso nueve dos ―le contestó mientras se pasaba la mano por el rostro y se corría el capul gigantesco que le ocultaba la mirada ―, no fue mi intención profe Sandra.
―Ok, ok, pero igual, no sabemos dónde está. Ve y búscalo con la coordinadora, ella debe saber.
―Sí señorita, con permiso, con permiso ― hizo una venía burlona y repitió la frase mientras salía corriendo hacia la oficina de coordinación. 
― ¿La escucharon, la vieron?, es que no hay derecho, de verdad, ya no somos nada para estos muchachos, ya no hay educación que valga, sólo falta que vengan y le peguen a uno ―golpeó el escritorio varias veces con las palmas de sus manos. Estaba histérica, los senos, casi desnudos dentro y fuera de ese escote, se sacudían aprobando cada una de sus disparatadas afirmaciones, tal y como se sacudían las cabezas de los tres octogenarios.
―Tienes razón Sandrita ―volvieron a decir en coro mientras se relamían de gusto.
La chica acababa de cumplir quince años. Era una mestiza alta y voluptuosa de ojos miel y cabello quemado, la sudadera del colegio se ajustaba a su poderoso cuerpo y parecía, desde la terraza del colegio, imponerse como la escultura de una madona moderna. El profe Giovanny se encontraba jugando una partida de Ajedrez rodeado de varios muchachos que le preguntaban cosas sobre la vida, los chicos terciaban sus maletas de manera descuidada y miraban el tablero como si de verdad buscaran entender el próximo movimiento. Giovanny les hablaba y les sonreía, con esa expresión precipitada de lunático pasmado. Una profe algo menuda pero muy bien presentada que salía del curso siete dos, miró al grupo que parecía apiñarse como un muñón de hormigas en el rincón del pasillo.
―Buenos días profesor― pronunció hacia el bulto que se incorporó y saludó en coro, los muchachos parecían respetar mucho a aquella profesora ya que se irguieron, se acomodaron el uniforme y siguieron observándola mucho después de que el profe Giovanny le sonriera, luego, volvieron a su centro de atención y continuaron el juego.
― ¡Profe Giovanny! ―gritó la muchacha― Venga rápido profe, Dora se quiere lanzar de la terraza, usted es el único que puede detenerla.
El profe Giovanny miró a su contrincante.
― ¿Qué le hiciste?
―Nada profe, se lo juró, vea, por mi madre que no le hice nada ―se llevó las manos a los labios, las besó como escupiendo y alzó los dedos, cruzados en cruz, hacia el cielo ―. Dora está loca, yo le dije que no quería seguir con ella, usted la ha visto profe, es una intensa ―las palabras se le salían como si fueran carros que emergieran de un taponamiento recién desatascado en un túnel.
―Ya comprendo ―Giovanny lo miro con gravedad, con gesto descreído y reprobatorio y el muchacho se agazapó entre sus compañeros hasta perder, en la palidez, todos los atributos varoniles y de soberbia. Era como si la mirada crítica de Giovanny lo hubiera regresado a la infancia ―. Más cuidado para la próxima, no sea que te chanten la muerta ―se le mofó en la cara con esa risa juguetona que parecía cachetear y abrazar al muchacho ―Yanira, corre y dile que ya voy, que estoy terminando una partida de ajedrez.
― ¡Pero profe! ―lloriqueó la muchacha.
El grupo salvavidas subió con emergencia las escaleras que iban hacia la terraza como si fueran un equipo de bomberos atolondrados. El profe Giovanny llevaba del brazo al novio de la desesperada.
―A ver, yo entiendo que uno pueda discutir y tener problemas en una relación, pero por qué le terminaste Nelson ―lo interrogó frunciendo el ceño y haciéndole un gesto cómplice, cómo si le diera a entender que sabía que Dora, la muchachota con cuerpazo de miss universo era una niña infantil y mamona y que estaba bien que la hubiera dejado.
― Es que profe, ella no me da un respiro, es muy celosa y obsesiva, además, la vez pasada intentó cortarme con el bisturí, está loca ―le respondía mientras llevaba su cuerpo hacia atrás y encogía los hombros como un delincuente que acaba de ser atrapado y se siente arrepentido.
El profe Giovanny le dio unas cuantas palmaditas en la espalda y le dijo:
―Todo estará bien, a la próxima más bien fíjate con quién te juntas, mira que Daniela me parece que ha sido una muy buena elección ―señaló sus palabras hacia el aire como si le diera a entender al joven que él si sabía el verdadero motivo de la ruptura.
La chica se balanceaba hacia el abismo abrazada a la antena de radio que hacía muy poco habían instalado en el colegio. Miraba en el fondo, el rectángulo de la cancha pintada en el patio, algunos maestros le gritaban desde abajo suplicándole que no lo hiciera. Por sus mejillas resbalaban sucias y carbonizadas lágrimas que lavaban el rostro de un maquillaje exagerado. Estaba posesa, desde cerca parecía convertida en una gárgola, más que una madona, pero desde allí abajo las cabezas levantadas la miraban como un ángel que acababa de planear para vaticinar el apocalipsis.
Un gato que saltó del tejado y que iba rumbo al siguiente edificio la desequilibró haciéndola balancearse peligrosamente hacia su muerte. El jalonazo fue brutal pero correcto, El profe Giovanny aprovechó ese momento de distracción y la cogió fuerte de la muñeca desnuda que parecía una ala rota intentado equilibrar a la suicida y la jaló de un empellón hasta el pasillo. La chica cayó de espaldas y se golpeó la cabeza contra la pared. Mientras se recobraba y gritaba histérica como un bebé que han dejado sin su paleta, el profe Giovanny sacó, del centro del grupo de chismosos, a Nelson.
―A ver muchachos, me gustaría que me colaboraran ― dijo mientras con las manos espantaba la multitud morbosa que inventaba el resto de la historia. Cuando quedó sólo con el chico y la chica, los enfrentó―. Por este mocoso es que te querías matar. Míralo, ¿Qué dices? ―le apuntó mientras zarandeaba para un lado y otro al muñeco humano del adolescente que apenas si podía entender lo que estaba sucediendo.
Dora lo miró mientras el profe Giovanny no paraba de sonreír, con esa sonrisa compasiva que le rompía el orgullo a la muchacha por completo. La adolescente comprendió que su vida, esa vida de mujer fatal valía más que cualquier otra cosa en el mundo, se incorporó, se encerró con el profe y con Nelson en un salón y tras quince minutos de oídos pegados a las paredes, nunca se supo que había sucedido allí adentro.
La niña salió convertida en una mujer que desde ese día trasmitía un salvaje equilibrio de su personalidad; el joven comenzó a congeniar con una idea más reconciliable de su miedo a la fidelidad. La chica despampanante se graduó con honores, estudió, comenzó una farmacia y tuvo un hijo. El joven Nelson se graduó a empujones, pero logró obtener un buen trabajo en un call center y se casó y fue fiel, muy fiel hasta que su hermosa esposa lo engañara con un médico. Pero siguió su vida con entusiasmo y logró llegar a la vejez acompañado. El profe fue recordado como uno de los más maravillosos seres que había pasado por ese colegio y muchos siguieron copiando sus enseñanzas para dar entender que la vida valía pena.
― ¿Si se enteraron?
― ¿De qué?
― De la muerte del profesor Giovanny.
― Sí, yo me enteré esta mañana.
― Tan joven y tan talentoso, era uno de los mejores maestros.
― Dicen que murió al instante.
― Yo siempre he dicho que las motos son lo más peligroso que hay, él nunca me hizo caso, yo vivía persuadiéndolo de que vendiera ese aparato, pero no, nunca me escuchó. Esas máquinas no deberían existir. El profe Giovanny era un testarudo, Dios lo tenga en su reino.
―Tienes toda la razón Sandrita ― dijeron a coro los octogenarios profesores que la miraban con lastima.
―Profes ―alguien que asomó la cabeza, hirsuta en una cresta como de gallo, tosió desde la puerta entreabierta―, buenos días, es que la profesora Adela me manda preguntar que si alguno de ustedes sabe dónde puedo encontrar al profe Giovanny ― El chico que había irrumpido por sorpresa en la sala, sin quererlo, había logrado despabilarlos de su sopor adolorido. Lo miraron, como niños torpes y sorprendidos sin saber qué hacer.

El muchacho tuvo que morderse la lengua para no llorar.





1 comentario:

Jenny Ballesteros dijo...

Un gusto volver a leer tu valiosa narrativa. Atrapa cada tematica y sin duda deja siempre una estela de sabia experiencia.