25 junio 2014

ANTE UN RUIDO NOCTURNO.


Hay que entrar con certezas e irse hasta el fondo como alguien que alistan para perderse en el misterio.
Con pequeñas lumbres de día, como si fuéramos a  despertarlo todo.

Pero no hay que olvidar, a pesar de que nunca se sepa de qué color se habla en los sueños,
Ni se tenga el convencimiento de haber sentido en las entrañas el rigor de lo humano.

Yo he pensado en estas cosas, escuchando la vida afuera como si de un callejón de putas se tratara.

Hay que convencerse de todo, de desgastarse en cada lluvia hasta que se sepa de cualquier calma.
Al final, uno se hace viejo o se muere en cualquier carretera del destino,
Sin embargo, cuento con la remota idea de que existen bancos para esperar.

La tarea se prende a uno siempre, como un perro jalando tus pantalones, y atrás está el miedo, siempre.
Las cosas que te aprietan,  bien o mal, te hacen crecer como un árbol,
Como un desorden de ramas que aprende a resistir.
Todo esto es el tiempo y a veces, aquello que no se conoce, también,
Los espejismos siempre terminan construyendo, y eso, es lo que vale.

Las cosas nos escavan hasta sacar esa triste noticia de los huesos y entonces nos percatamos del silencio,
No hay nada que decir tras la ausencia, después de prolongar un dolor todo se hace más duro, y uno, se seca.

Podríamos exponer, que a excepción de lo que no nos pasa, el mundo está casi por derrumbarse. Observa,
Nunca he vivido tanto como para despojar a una estatua de su tufo esbelto, probablemente, es la experiencia,
El perdido contagio de la inocencia o apenas, una que otra intrincada forma de acariciar a los animales,
Los que me han hecho perder la forma correcta de contenerme ante los finales y contemplar la indiferencia.

¿Acaso cuando se ama, se sabe algo?,  yo, que he sido feliz, pienso que se conoce tímidamente,
Así, como por defecto, la familia, o como por entrega, la honestidad de un beso,
Pero también sé del ahogo, de esa angustia al despedirse o al estar solo,
Que es, el instante preciso cuando asalta el abandono y la desnudez del huérfano nos lleva hasta delirio.

Yo me encuentro en medio del desastre,
Señalo los lugares que penetré para dejar una fresca memoria del olvido,
Y sin embargo, hay noches en que pasan por mi lado barcos alertando de la migración de todos los recuerdos.

Hay que vivir amarrado a la longitud, dilatar hasta que no queden sino leyendas,
Y tal vez, una modesta ceniza del incendio.
Pero puede pasar, considerar, dudar de todo y cortar acaso, aquí o allí la imprecisa mueca de arriesgarlo todo,
Así que, con los años, nada servirá, ni siquiera una sonrisa de lastima haciendo juego con la pena.

Y cuento esto, no para advertir de los fondos del abismo, del espanto o de la anfibia sombra que pone la saliva,
Sino que hago gritos, como quien hace un sueño, sin saber qué cosa imprecisa rumoreará el descuido.

Puede ser, todo puede llevarse hacia el pecho como un escapulario y creer.
Pero para ser sinceros, no la verdad, aquello es un lugar incierto y tiene brechas sólo hechas para el desamparo.

Yo no tengo sino todo un mundo, para decir, para jurar que no miento,
Que hay que morir con certezas, pegando siempre el primer puño.

Yo sé que hay que desordenarlo todo, asustándose.

Qué demonios, afuera, lo que suena, es tan solo el viento. 

2 comentarios:

María Tabares dijo...

Gracias Zeuxis por compartir. ¿En estos días en qué lugar del mundo estás?

Abrazo
María

Jenny Ballesteros dijo...

Mi admiración plena a ese grito humano de lo vivido y lo sentido. Me deleito tanto en leerte como que me sintonizo con algún resquicio de ese latido. Eres magnífico. Un abrazo.