03 enero 2008

HABLÁNDOME.







(Profecías de un zahorí leyendo una hoja en blanco todavía).


Por encima del ojo-color-crepúsculo
vacila un trozo de omnipresencia
en perseguir una sombra.


Cercado, en una esquina por el viento,
el negro-nada,
juega libre,
pasando de silueta a hilo,
en una calle sin salida.
Entre el clarinete, casi saxofón o flauta,
brumado por los dedos,
de pronto, comienza a desperdigarse
como pedido por el olvido
un mudo ruido de labios
que estaban acostumbrados al sueño de una pipa.


Resbala hacia el blancuzco órgano de la víscera entreabierta,
por esta hoja que dirá algo aún no conocido,
quizás nunca conocido,
el cráneo hecho trizas de un bebé
destripado dentro del útero
colgado en el azahar primero de un naranjo
pero a pesar de poder verlo todo
con la claridad de un ángel incendiando el universo,
no lograrás nunca el milagro,
estas imágenes te acosan, te oprimen,
te deliran y se escapan,
no llegan nunca a ser cosa existiendo
y quizás tampoco tu lo seas.


Saber de la inutilidad de afilar un cuchillo
en la palma de las manos
o de vendar con caricias
la enrollada lengua de gemidos de un clítoris
hacen posible la resistencia a tanto sueño
pariéndose en los párpados.


Cosas como esas se presienten
en la penetración de cualquier orificio humedecido
hecho de fuego.


El retrato consiste en momificarse el llanto,
en dejar que lleguen ciertas palabras a comerse la carroña.
Un desfallecimiento,
un fallido balín de colesterol rompiéndote las venas,
un curvado punto entre la espalda y las nalgas
parecen pidieran desmembrarlo todo
pero sólo son cardúmenes
devorando tu monstruo aún crudo en la ceniza.


El trueno de un avión sin rayo colándose en el aire,
precipitándose por la incierta autopista de las golondrinas
acompaña, no sólo,
el instante pensado de un reloj detenido
justo cuando la ventana deja entrar el mediodía,
sino también,
al chinchintor que aferrado a tu sombra
evidencia el cadáver.


Atrapado en la desmemoria
de una sonrisa anciana que te alcanzará algún día
el hombre, que has echado a vivir en tu esqueleto,
se siente,
a pesar de todo,
con mucha muerte encima siendo amiga.


El poema nunca sale de un rumiado tren pasando por el recuerdo
o de los besos que diste en unos labios sucios de existencia,
no es la conjunción de una tristeza recuperando el amor que nunca estuvo
o de esa congoja de sentirte solo sin saber que tirar contra los muros.


Las cosas precisamente no sirven para hacer poemas,
sino para ir y venir con insistencia entre la nada y el instante.


La expresión,
entonces justa,
para inventar el endeble endriago de tus sueños
parece estar en el maullar de un gato copulando en tu tejado.


Un presentimiento,
una agonía que te llega y te levanta
y te empuja a vomitar alguna cosa
para ser luna bruñida en el charco de los ojos
te parecerá el aparejo preciso
para rellenarte con hojarasca las entrañas.


La insatisfacción estará siempre en el punto final,
tenlo presente,
dejando Nada,
en lo que no fuiste capaz de desnucar con tu silencio.

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