02 enero 2008

EL CANTO DE LAS SIRENAS.




El cuerno tronador, lejos de la proa asombrada,
en el extremo de la bancada donde los remeros olvidan,
ya teme, con melancolía ahumada en niebla,
su metamorfosis de caracola.


El más joven de los griegos cuelga la noche en el espolón
y con un pedernal de hielo comienza a escribir la Iliada sobre la regala.


El frío como rocío tanático pellizca los pectorales hasta hacer brotar erizamientos.


Un gris silencio recorriendo la pasarela mantiene en suspenso la legión.


Empuñados a la espada, al escudo,
se presienten abandonados,
sin embargo,
la barba del timador, desgarrada en jirones famélicos,
siente la aguda insistencia de los ojos
puestos en olfatear el canto en la oscuridad.


Hay hambre y oxido. Los remos han sido desertados
y por entre las deshilachadas velas los siete bueyes dormitan eternidad.


De pronto, desde la atalaya derruida, el más decrepito de los griegos
muere observando la espada de Orión.


Las algas podridas se endurecen coralinamente
y un desierto de escollos parece habitar el infinito.


El ingenioso capitán se hace amarrar por sus somnolientos guerreros
mientras cree reconocer en el aullido de las focas
la voz de Penélope o Calipso.


Desgonzado, sabiendo que nadie le soltará las amarras
entrevé en su agonía a Jasón que tras la bruma
parece obsequiarle el vellocino.


La galera se precipita en silencio hacia el abismo.


Las sirenas callan.

1 comentario:

Ana María - Penélope dijo...

Esa Penélope que aparece en tu canto ¿soy yo acaso, insigne lirida?