Macondo ( Cavanillesia platanifolia) |
A Gabriel García Márquez.
Era todavía niño,
El centro de un fruto tostado,
Cuando ya los estériles desiertos
Me habían avisado de la soledad.
Al fondo del rancho solía velar un gallinazo
Y más al fondo los espejismos,
Y el polvo reverberando, escribiendo algo,
Y el viento, tan solo silbando.
Esas pequeñas visiones inauguraban el véspero,
La salida de las pezuñas, el balar
Y el silencio de las chicharras.
Atrás los indios anudaban cactus
Como si estuvieran amarrando fugitivos.
Es inevitable no recordar,
Apretar los párpados
Y tensionar los músculos
Como si la fuerza sirviera de algo
Contra la inevitable evocación del bebedizo.
Padre solía hacer canoas con la madera joven
Y madre en la batea amasaba la hora de la comunión.
En las tardes sin canícula
Los chicos jugábamos a la pirinola
Anhelando que el bongo diera la victoria
Alguna vez mi abuelo me señaló entre las nubes
Un región poblada de cóndores y los llamó por su nombre;
Fue la primera vez que contuve la respiración sin miedo alguno.
En las plataneras
Escuchaba a los africanos
Repartirse, en plural, el fruto del edén
Y mientras escuchaba los tambores
Mi mirada se perdía en la hoguera buscando vírgenes siluetas.
Ahora los años me han tiznado la memoria
Y a veces pronuncio un nombre sonoro para abonar el jardín.
Algunos visitantes me llaman maestro
Y me cuentan que un día yo fundé un pueblo,
Yo me miro las manos sosteniendo la madera
Y sé que no es cierto
Que la corteza muerta es solo
El alimento de los cerdos.
Al fondo del rancho
Un gallinazo cela,
Es la soledad.
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