01 diciembre 2012

La trilogía de la muerte (Gus Van Sant)



Gus Van Sant es uno de los directores más polémicos, sus trabajos contienen ese tinte comercial que tanto acepta la academia y el público y que se reduce al determinismo, casi siempre, del manejo de la cámara estilo comercial, de tal forma que sus filmes parecen estar dispuestos siempre para la cartelera, sin embargo, al lado de este tecnicismo favorable, Gus Van Sant promueve su experimentalismo tan de siempre, es ahí donde sus películas se convierten en únicas, en piezas que denotan estrafalarios argumentos, tramas y desenlaces. 

Películas como "Mi nombre es Harvey Milk", "Paranoid Park", "Descubriendo a Forrester", "El indomable Will Hunting" o "Todo por un sueño"; se enmarcan dentro de este estilo; dentro del sello cadente, casi hipnótico con el cual suele ofrecer una historia. 

Las características principales de sus filmes se basan en esa particular extrañeza que les imprime, al contrario de David Lynch donde todo es enfermizo o atrozmente caótico, en Van Sant, las narraciones prolijan cotidianidades que se van destilando hacia ordinarios encuentros con lo inusual, no con lo raro o lo fantástico, téngase en cuenta; el cine de Van Sant, no escapa a la realidad, más bien la somete a sus propios trastornos.

Por eso la violencia, el desamparo, la perdida de la lucidez o el odio se convierten en las principales configuraciones con las cuales desentraña la realidad y nos pone ante nuestros ojos esa bestia humana que todos llevamos dentro.

En su trilogía de la muerte, conjunto de un grupo de películas casi consecutivas, que el público denostó con tal calificativo por conllevar el sello deplorable de los valores morales y sociales, Gus, nos presenta la tesis, no de la muerte, sino del problema base de la muerte, Gus Van Sant, filosofa la muerte desde su sentido tanático más elevado, desde su especie más agónica y más íntima; la muerte como "situación limite", como extremo, como última salida.

La posición mortal desde la que postula su esteticismo escatológico emana de la soledad y de esa rara plataforma intelectual que empuja hacia la acción inminente y que se resume en la negación de la vida.

En este sentido sus tres proposiciones tienen como figura central el ejercicio de un poder que escapa a toda coacción.

No hay ninguna salida, parece susurrarnos cada uno de los tres dramas con los que Gus Van Sant sienta su versión de la muerte, pero parece que en ese susurro también se le escapara la paradoja de que la muerte también, es la única salida.

Estas son las tres películas que conforman esa versión de la situación límite de la muerte:

Gerry (2002)





El azul y el blanco son los colores más presentes, al igual que el silencio y la monotonía. Esta película escala el dolor desde el desalojamiento, desde la errancia y la perdida de todo lo humano, es el encuentro con el desierto o con la nada, pero es la representación también de dos almas en lucha, de dos almas que van evolucionado hacia un mismo sentimiento: el del sometimiento. 

La tragedia comienza no a crecer en la desventura y en el desamparo de una amistad que va trastornándose sino en la empatía que el acto intelectual les va brindando sobre la comprensión del concepto de saberse seres finitos en medio de lo que es su mundo.  

Con la primera película de la muerte, Gus Van Sant explora los abismos de la desesperanza, de la perdida de los valores íntimos, no de los sociales, sino de aquellos que forman el carácter; la película es un estudio en solitario de la conciencia, cada Gerry es la conciencia del otro, este viaje a pie, este viaje agónico, es un ensayo para comprender el acto tanático como mero hecho causal del entendimiento del vivir cuando se sabe que se está en medio del desierto, metáfora del universo interior y único de cada ser humano. Cada Gerry va  transitado su propio desierto, cotejando en cada avistamiento la lejanía y la soledad, encontrando la propuesta final como regreso de lo que apenas sería un capricho y una pequeña desorientación.


Elephant (2003)





Ahora la posición señala la perdida de los valores sociales o más bien el trastorno que produce al individuo la perdida ya no de los valores sociales sino de los principios morales del comportamiento social. No hay escrúpulos, hay más bien un cegado sentimiento de borrado, de extinción de lo que ya no se puede aceptar, más que un tratado sobre una matanza es el tratado sobre la reactancia, sobre la defensa legitima de una libertad que traslapa como la sociedad misma todas las plataformas del honor.

En esta película unos jóvenes deciden tomar la decisión límite ya no hacia ellos sino hacia sus congéneres, comprenden que ya nos son exterminadores de un mal sino que van a ser practicantes de una eutanasia necesariamente colectiva.

Que la muerte a veces como situación límite también es un mensaje, una libertad de expresión,  una acción de hecho, una protesta, un irse con severidad. 



Last day (2005)





En esta película vemos la muerte como configuradora de un salto trágico, o sea,  de un salto de fe; como proposición reveladora ya no de una salida sino de una entrada. El desasosiego con que va consiguiendo enmarcar el destino de este grupo de inadaptados, concentra el espíritu sobre todo lo que será y hará esa batuta dramática del suicida que elevado a su máxima potencia imprime el rigor de la podredumbre.

El descaro con que el hombre, el genio y la bestia se permiten todos los desajutes es sólo la excusa para determinar el camino hacia el final planificado como éxtasis. 

Más que una demostración de la depresión lo que se amalgama en Last day, es la recurrencia del miedo a estar solo entre tanta compañía.

Es la situación cúspide a la que un hombre puede llegar:  el desamparo ya no desde la invocación a la intimidad o desde la protesta hacia el congénere sino que esta vez es la denuncia de que un suicidio siempre es un homicidio tal como dijo Artaud: "Vang Gogh fue el suicidado por la sociedad", en síntesis, la película es la escritura de esa tesis, de que a todo hombre lo mata su propia época.

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