28 mayo 2011

¿Para qué el teatro? Utilidad practico-filosófica:



estudio del valor práctico de hacer teatro o enseñar teatro, en qué enriquece a un ser humano el teatro

Esta pregunta es clave y a la vez un obstáculo. El para qué nos propone algo más que una pregunta, nos obliga a pensar en un propósito, en un sentido. El advenimiento entonces de la respuesta sólo se encuentra en lo que el teatro hace suyo, en lo que llega y posibilita su necesidad, su hacer propio.

Todo propósito es en esencia una intención que pretende y que se aleja de su si mismo, el propósito habla de otra cosa, su asunto consiste en proveer un fin, al llegar al propósito se llega a la muerte, hallado el propósito, el para qué, el teatro desaparece, pero este desaparecer, no se da en el sentido de inexistencia sino de ocultamiento, así el teatro al ocultarse renueva y postula nuevos lugares, le es necesario buscar, ir hacia, generar otro propósito. Así todo propósito es una preocupación, se instala antes de para reunir y llevar hacia el lugar, preocuparse es ocuparse antes de, y ese “de” sólo es posible en la preocupación, en la ocupación que se aleja y que es otra cosa.

No obstante el propósito que señala un devenir, es acontecimiento en de la incertidumbre, buscar, ir hacia es no habitar, es tener necesidad de encontrar, de hallar una morada. El teatro siendo en si mismo busca entonces que ocupar.

Así la pregunta: ¿para qué el teatro? Es una clave que permite develar la intención de un hacer pero a su vez es un obstáculo ya que nos señala la carencia misma de ese hacer. ¿Cómo lograr el equilibrio? Habrá que pensar pues en un propósito y en el camino, en el hacer ver de esa dilucidación, pretender y obtener las claves que soslayen el obstáculo.

El pábilo de todo buscar se encuentra en su valor, así todo propósito se remite a una axiología del ser, el teatro debe construirse un valor, un juicio de valor que le permita recrear y proyectar su si mismo en otro lugar, en un ocupar hacia. Hablamos de que el teatro existe entonces para otra cosa, si su esencia es configurar una forma que muestre, que revele y que a la vez entretenga, habrá que extender esta acuñación y buscar su sentido fuera de lo que es en si misma. El para qué tiene que adherirse a una preocupación, a un ocuparse antes de, para poder establecer el hacia, el propósito, la intención.

De esta forma podemos entonces replantear la pregunta y quitar su obstáculo, quitar su orfandad, dotarla de advenimiento. La pregunta así sola es una aporía que puede figurarse bajo una frase general como esta: ¿para que una cosa? Hacerle esta pregunta al teatro es en suma, provocar un impacto que extingue cualquier definición, es decir y a la vez sentenciar que algo no está definido. Toda definición debe aclarar su para qué; si se hace esta pregunta a una cosa la cosa entonces no está definida.

Si el teatro de la autopsia es ante todo un hacer ver en el que ve, un examinarse por uno mismo y en esa medida un producir ese examen, entonces su para qué ya está dilucidado, su propósito esencial es hacer ver. La exploración debe hacerse pues hacia otros lugares, volver a buscar, localizar lugares desde, para que el teatro genere otros asuntos, otras intenciones desde su preocupación que es el hacer ver.

Será a la sazón de estas revelaciones lícito proponer dos complementos a las palabras para qué que hacen una interrogación sobre las claves intencionales del teatro. El primer complemento interrogará el sentido, el propósito de un teatro en el campo del hacer teatro para qué hacer teatro, para que hicieron teatro los antiguos, los renacentistas, los modernos, la vanguardia, para qué se hace teatro hoy en día. La pregunta explora y bucea en algo que va más allá del hacer ver, pregunta el propósito de este hacer ver, por la intención de llevar ese hacer ver que es otro lugar, la rendija, para qué.

No cabe duda que la intención es pública, está en lo público, no en la publicación y en la publicidad, lo que busca hacer ver el teatro, su para qué hacer ver, subyace al carácter de lo público. Cuando el teatro hace público el universo cultural, la institución cultural pregona un intercambio de argumentos, afirma un diálogo de saberes desde una posición espectacular, la comprensión de esta comunicación se consolida desde lo que el otro trae inserto dentro de sí, lo que es el otro en si mismo y que ha desatado la figura de un subterfugio común. El escape se encuadra en lo que le posibilita el teatro al espectador. Al hacer pública su intimidad lo redime de su capacidad de examen propio, de su autopsia, el espectáculo entonces no como instrumento que hace posible la expiación sino como expiación en sí mismo. En cambio, el teatro al publicar aquello que en la intimidad es pregunta n el espectador, en el teórico, ya no sólo consolida al teatro como un hacer ver para el público sino en un hacer ver para que el público se reconozca en sus incertidumbres. Ya no desde una posición de alejamiento sino desde una localización proyectiva hacia el espectador de su intimidad, el teatro para que el espectador, centro de ese universo enferme y se cure.

El segundo complemento nace como prerrogativa de lo público que acaece en el teatro, enseñar nace no sólo de la plataforma de lo público sino que germina desde lo que es el para qué del teatro: el mostrar, el hacer ver. Enseñar como indicar, como mostrar, hacer visible la seña en aquello que se muestra. Pero la enseñanza de un teatro que muestra y que revela la intimidad como espacio para ver-se se concentra en la socavación que hace de ese mostrar en lo público.

Enseñar en esta medida es dar privilegio a una parte de la muestra, es conceder a una parcela de la institución cultural una importancia trascendental, así toda enseñanza es determinada por el la necesidad de lo que es lícito enseñar, la enseñanza no como control o dispositivo de control sino como llave para atesorar, para poseer.

La deformación de la enseñanza como control esta basada en el interés que se le da a lo que se muestra. Tener o poseer, reconocer y saber dotan de poder, no obstante el error de la enseñanza se constituye en la ambición de ese poder. En lo que desde lo mismo público se busca mantener.

Vale entonces preguntar ¿para que enseñar teatro? Desde luego para mostrar pero ante todo para potencializar una actitud que puede ir más allá del espectáculo y que se concentra en la potencialidad misma que tiene el espectador para cambiar su existencia, su ser en la medida en que logra poder sobre lo que se muestra. La enseñanza del teatro debe procurar una autopsia, un verse por sí mismo, debe atender al desalojo, al desaprender para provocar el carácter activo en el teórico, en el que ve.

Así la enseñanza del teatro antes que estar concentrada en un hablar sobre la condición actoral debe replegarse a un mostrar sobre el pensar desde atrás, en un explorar no del actor y su condición sino en un develar examinar de un poner enfrente, ese poner en frente debe basarse sobre todo en la visión que tiene el espectador en su mismidad. La enseñanza del teatro concentrada hacia el espectador como teórico que puede adueñarse, utilizar el medio y en esa medida afectar su si mismo desde su si mismo.

La enseñanza no vista desde la didáctica, o sea desde la disciplina que examina lo que en sí misma enseña, no hay que examinar lo que se muestra, la seña que se hace o que se explora, no se puede enseñar teatro pensando en la enseñanza como un instrumento técnico que teoriza sobre un aspecto práctico, la enseñanza debe estar más cercana al concepto de pedagogía, es más, debe reunirse con el sentido real que tenía el pedagogos: el esclavo que guiaba al infante hacia la escuela y lo entregaba al maestro; en este caso el maestro es el teatro mismo, la experiencia misma, el teatro no es posible enseñarlo de otra forma, hay que guiar, hacer ver, pero dejar que visto y localizado el topos esencial, el ser lo experimente y lo habite sólo.

El aspecto práctico del teatro se basa en su enfoque filosófico, en su amor por el saber de ese hacer ver hacia sí mismo. Enseñar es producir una modificación en quien percibe, es promover una actitud posibilitadora de develaciones de un ser en su ser-se o en su empezar a ser-se. La enseñanza no como exhibición de un saber sino como una rendija que solicita de hecho un examen por parte de quien se observa en un hacia ese otro lugar que es en si mismo y que se presenta como otro lugar, es llevar al espectador hacia ese otro lugar en que su intimidad se hace pública para problematizarlo. Enseñar es en esa medida problematizar para diseccionar, no se trata de empujar al espectador hacia un espejo sino de integrarlo a una actividad intimidante que no es posible sin él mismo.

Al enseñar de esta forma el teatro, el espectador se enriquece, ya que desaloja de si aquello que puede modificar al reconocer. El teatro enriquece al ser humano en la profundidad con que logra esta autopsia, este despellejamiento de aquello que visceral se hace público.

El teatro como medio que comunica lo pútrido de quien observa, no que lo hace simplemente ver sino que lo problematiza para que el espectador teórico lo modifique en su capacidad potencializadora ya no de espectador sino de examinador. Así el espectáculo y la enseñanza no reúnen sino individualiza, ya no controla sino subvierte. Se enseña teatro para romper, para quebrar, para solicitar la presencia de la autopsia, ya no el teatro como expiación en sí mismo sino como facilitador de una expiación personal, la audiencia no reunida sino presente desde sus heterogéneas individualidades.

Hemos llegado así a una dilucidación quizás probable que interrogaba por el para qué del teatro y que en esa medida logra integrar al teatro como un medio ya no sólo de comunicación sino de condición transformadora del ser.

No hay comentarios.: