05 agosto 2010

NO QUIERO IR NADA MÁS QUE HASTA EL FONDO


Tengo que admitirlo, odio terriblemente la influencia de Pizarnik en mí, odio terriblemente que, cuando le comparto a alguna adolescente de esas que impactan por lo raras y maravillosas, los textos de Buma terminen convirtiéndomelas en seres tanáticos.
Yo no sabía mucho de la muerte, algunas ganas a veces de llamar la atención de mi soledad con depresiones y arranques de querer botarlo todo y arrojarme por el primer orificio de tranquilidad y nada. De resto, no sabía mucho. Pero llegó Pizarnik y todo lo que hasta entonces podía saber sobre retórica o poesía se me fue al cesto de la basura, también lo que sabía sobre el suicidio.
Alejandra es de aquellas mujeres al estilo Silvia Plath, Ane Sexton, Janes Joplin o Angelita ( la de Caicedo) que poco a poco se van ensombreciendo por su gran genialidad, su inteligencia y esa incertidumbre de no hallarse cómodas en lo mujer que son. Las va arrastrando su rareza hacia la locura tenaz. Me imagino el alma de la adolescente Pizarnik siendo jalada por un "Jack el destripador" hacia algún callejón sin salida mientras esta entierra a zarpazos sangrientos sus uñas en el barro.
Esto fue lo que sucedió con la niña-anciana. Su poesía es esclarecedora de esta involución, de esta degradación absoluta. Si analizamos bien el nombre de los títulos de sus libros en una línea cronológica, descubriremos que la poeta poco a poco, con cada libro, nos enuncia sus estadios espirituales de degeneración. Su primer libro se titula raramente “La tierra más ajena”, pero esta rareza es reveladora de su infortunio, en este pequeño poemario, Pizarnik ya lanza una alarma: todo cuanto ha vivido le es extraño, la literatura es la forma de señalar esa rareza. Pizarnik vive circundada por una errancia que sólo es satisfecha en sus lecturas y en sus salidas solitarias hacia el puerto. Este libro es precursor de sus más bellos poemas.
Los versos del poema número 13 del "Árbol de diana":
“explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome”
son tan sólo el resultado de una angustia reflejada en su primer opúsculo que deja entrever en varios de sus poemas. Cabe citar por el ejemplo “Lejanía” o los versos que declaran este desesperado deseo así:
Si. Hundirse una noche en las calles del puerto
Caminar, caminar [...]
Si. Sola. Siempre sola [...]
Si. Tirar el ancla. Si. Muy junto a ese
barco gigante de rayas rojas y blancas y
verdes [...] irse, y no volver
Muchos declaran que este primer poemario es sólo el resultado de ejercicios lingüísticos; yo diría algo más, es el manifiesto de una clarividencia. La enamorada del viento rubrica aquí sus runas, sus símbolos precisos que darán pie a su literatura. Pero algo más, este libro nos devela la maquinaria psíquica de la poeta. Aquí se postula el origen de la enfermedad pizarnikeana. Primero está la soledad, segundo, los libros leídos que van configurando su obsesión y sus depresiones y tercero, está la henchida vela de su desencanto que sera su principio vital en todo de todo cuanto experimente. Una adolescente histriónica, con pequeños resplandores ya de neurastenia.
Un año después deja en claro este diagnóstico en su libro “La última inocencia”. Casi continuación del primero, ya que comienza con el tema del barco, de su errancia, de su desesperado huir. La escritura se le revela contradictoriamente como amiga y enemiga. Pizarnik comienza a manejar las técnicas poéticas con mayor precisión, ahora hay un manejo de los sintagmas; su fórmula: el dualismo prodigioso. Pero sobre todas las cosas, el texto en sí, configura tres ideas básicas:
1. La inocencia se pierde debido al conocimiento de la muerte.
2. La soledad y el insomnio se observan como salidas o escapes y
3. La literatura se hace íntima metamorfoseando a Pizarnik en un ser literario.
La pequeña bestezuela, la calígrafa de sombras, se pierde en el reflejo de sus locos adorados: Hölderlin, Artaud o Ducasse y otros, que será necesario mencionar más adelante.
Asistimos pues aun deterioro de la mente, a un trastorno maniaco-obsesivo que es recurrente entre los escritores. Leer enferma. Este daño sólo es posible en seres altamente sensibles con una alta dosis de talento lingüístico.
La observación es precisa, ya el último poema es definitorio de ese vértigo en el cual va cayendo Alejandra, baste terminar el análisis de este segundo libro con el poema que lo cierra. De este, se ha dicho que es el más hermoso, más hermético, más innovador, sin embargo, es tan sólo una impostura lanzada a Rimbaud, al cual le vivirá lanzando tantas.
El poema reza:
“Alejandra
Debajo estoy yo
Alejandra.”
He aquí una clave; el significante "Alejandra" sobre el significado "Alejandra" encadenado por una serie de significados (al mejor estilo Lacan): “debajo estoy yo”. Es como decir: “yo, soy otro”, y es decir aún más, es afirmar la imposibilidad de una epifanía. El primer "Alejandra", contiene la grandeza, se lee con elocuencia, pero luego sobreviene la reflexión y por último el señalamiento de una "Alejandra" acongojada, este "Alejandra" se lee con tristeza, con sombra. He ahí la clave del hermético poema, Pizarnik nos muestra su postura, sabe de algo que llegará a ser pero nos habla también de la vulnerable criatura que se esconde debajo de ese nombre sonoro.
Todo en la joven argentina, que se enamoró de Gaitán Durán, es decisivo. Cada palabra sólo es una rotulación a su desvarío, a su transformación. Ella como Artaud o Michaux o Borrogouhs, se convierte en la mejor examinadora de su espíritu y su mutación.
Qué vemos en “Las aventuras perdidas”. Contagiada, esta vez por George Trakl y por Blake, la embriagada se reduce a un descubrimiento desastroso para sí misma; el lenguaje, ese juego absoluto que la hacía sentir viva y la mantenía equilibrada, pierde todo sentido. Si los dos poemarios anteriores eran conjuros, este, es un exorcismo fracasado. Ahora Pizarnik quiere huir, declara su posesión y desea salvarse. Pero ya es tarde, anegada en su vicio, la palabra le da alcance y fatalmente recae en los abscesos de desesperación. El libro es un grito, todo él, es, ya no una alarma, sino un terrible aullido, ella ve que su mente se está perdiendo.
Dos constantes en este estadio. La soledad con deseos de volar, de ser más que soledad y la palabra como esclarecedora de la inútil descripción de la noche que tanto tortura.
Declaraciones como las que se leen en el poema “Jaula” o “La carencia” o “El despertar” entre tantos otros, son la reacción natural de la locura descubierta.
Ahora la muerte ya no cita la inocencia, ahora ésta, sumerge a Pizarnik en su salvedad, en un enamoramiento tranquilizador que elogia con cada palabra, ya se sabe naufraga, ya sabe que no pudo huir, pero ahora intenta otra obsesión, ahora se convierte en tanática y es justo ahora, cuando la terrible enfermedad la devora por completo.
El poema quizá más esclarecedor sea “La única herida”. En él asistimos a una declaración total de espiritualidad, de conocimiento profundo de su ser dual. Si en “Solo un nombre”, Alejandra nos dejaba ver su espejo triste, en este, ella examina el carácter de su dicotomía. La digresión consiste en reconocer la Alejandra que vive y la Alejandra que mata. La que tiene sed de gozar y la que siniestramente busca el constante aniquilamiento. Aristotélica en suma, parece señalar el cielo como ideal y la tierra como espacio pragmático y veraz. ¿Cual saldrá entonces para salvarla?
Ya sustenté evidentemente como ciertos autores son el resultado de sus lecturas. Enumeremos un poco los nombres de las mayores influencias que tuvo "El bicho". A saber son:
Dostoyevski, Blake, Nerval, Artaud, Michaux, Trakl, Rimbaud, Hölderlin, mejor dicho, para que seguir, esta lista y la misma Pizarnik sirven como ejemplo para demostrar la tesis, de que leer, enferma o metamorfosea. Dime que lees y te diré quien eres. En el caso de nuestro espécimen, es claro: autodestrucción, marginalidad.
¿A qué se debe este rasgo, este carácter?. Esto daría para un tratado sobre "la literatura que asesina", pero intentaré resumir ese libro inexistente en dos párrafos:
1. Sólo son contaminados por este trastorno o padecimiento, seres ciclotímicos, hipersensibles, con fuertes dosis de abreación y con personalidad dependiente y obsesiva, marcados en su infancia por una inteligencia avasalladora y feerica.
2. El tipo de lecturas en estos seres determina un estado constante de crispación tanática y neurasténica, la bipolaridad se concentra como eje de la soledad y el pensamiento.
En Pizarnik se dio todo esto. “Árbol de Diana” es su siguiente libro, ya estamos en una etapa adulta, ya no es la adolescente, ahora estamos frente a una mujer que ha logrado ciertos estudios, cierta pequeña fama y algunos trabajos como traductora.
Octavio Paz se ofrece a realizar el prólogo, la entrada, la invitación a la lectura de este opúsculo, la verborrea del "mono gramático" da algunas luces:
“cristalización verbal por amalgama de insomnio pasional y lucidez meridiana en una disolución de realidad sometida a las más altas temperaturas. El producto no contiene una sola partícula de mentira”.
He citado la primera definición que se encuentra. El prólogo es un compendio de definiciones sobre dicho objeto: El árbol de Diana. “Amalgama”, correcto Paz, “altas temperaturas”, quizá. El meollo de este libro es sencillo, fácil de destejer. La profeta, el oráculo, es Pizarnik, o más bien, su palabra. En el anterior trabajo la poeta dilucida bien su quehacer y embriagada por su locura comienza a encerrarse en su taller a vomitar esos augurios que serán su poemario.
Como ella misma lo afirma, lo que nos propone son tan solo agujeros, mundos invisibles que hacen temblar las paredes.
El estado del éxtasis: el loco se reconoce loco genial, todos pasan por eso y luego el advenimiento del abismo y la declaración de la frustración.
Ya veremos más delante como se da este proceso. Por ahora centrémonos en el Árbol. Qué nos proyecta, que nos secreta. El bicho ha cosechado fama y ha reunido en su cofre algunas amistades: Octavio Paz, Julio Cortázar, Enrique Molina, Olga Orozco, entre otros y quienes no se cansan de comentar, como en visita de tinto a la sala, que esta señorita, era en verdad un caso singular, asombroso y perdido. La viajera del vaso vacío se encuentra extasiada, ahora la muerte se encuentra un poco lejana, quiere cantar y al mejor estilo witmaniniano o mejor es decirlo valeryniano, se declara panteísta. Se reproduce en cada cosa de manera delirada. Es este libro revelador, porque solo la locura cuando está en su cúspide es reveladora realmente (así lo demuestran los más delirantes; Zoroastro cuando sale corriendo de su guarida, Jesús cuando abandona el desierto y llega incendiado de palabras a los pueblos o Arquímedes con su Eureka a grito vivo por las calles). Lo más lindo de Pizarnik se encuentra en este libro; están sus lilas, sus estrellas, sus palabras como piedras preciosas, los poemas que no merece, el amor de los espejos, los barcos, los ángeles y Dios.
Es un periodo productivo repleto de posibilidades y ocupaciones, distracciones, ocios bien enlazados con sus gustos y amigos que ayudan mucho para que los días sean resistibles. No hay abandono y por lo tanto Pizarnik tampoco se abandona. Está enamorada y se deja abarcar de todos.
Para comprender mejor este arriesgado comentario sería necesario repasar un poco los diarios íntimos de la autora, pero antes de adentrarnos en este rincón pizarnikeano vale una pequeña introducción.
Recordemos que Alejandra es quizá una de las mejores diaristas de Latinoamérica, y lo fue porque fue una gran lectora de diarios. Pizarnik leyó casi todos los diarios existentes para su época, su colección comprende desde los de Katherine Mansfield, Virginia Woolf y Franz Kafka, hasta los de Charles Du Bos. Muchos definen como influencia radical de sus textos de almohada, los diarios de Kafka, yo digo que son los de Charles Du Bos. Es más, en algunas partes del libro, si hacemos un estudio comparado, encontraremos palabras idénticas, formas de decir o escribir y hasta conjunciones homogenizadas dadas en la técnica diarista. Claro está que fue gracias a la compra de Kafka que ella emprendió su diario desde 1936 hasta casi su muerte.
Pero seccionemos el diario. De allí también podemos sacar luces para sustentar todo lo dicho, sin embargo no retrocederé para dibujar polifonías sino que más bien me detendré en la sección del diario que publicó la revista “Mito”. Jorge Gaitán Durán, publica, allá, por los años en que “Árbol de Diana” ve la luz, fragmentos del diario de Alejandra, en estos fragmentos se nota la búsqueda de ser feliz, ya en un fragmento de 1960 Pizarnik anota:
“Que este año me sea dado vivir en mí y no fantasear, ni ser otras, [….] que me sean dados los deseos de vivir y conocer el mundo, que me sea dado el interesarme por el mundo”. Un verdadero deseo. En el 61 escribe: “Si trato de escribir de mí, es para conjurarme”. Cuatro años de éxtasis, de afirmación de la vida. Pizarnik en este periodo nos grita, sin vergüenza, que al fin a enfermado conscientemente. Estos “silencios” como ella llamaba a sus anotaciones, son en verdad esclarecedores. Pizarnik vive estos años como si viviera en una primavera; no la del 68 sino una primavera poética. La palabra se convierte en restituidora de vida. Temporalmente asistimos a una cura de la enfermedad, pero también a una enfermedad deliciosa o a una enfermedad que se padece con alegría. Pizarnik viaja, gana becas, traduce, lee, y de nuevo se envenena.
Si “Árbol de Diana” da un respiro instantáneo a sus miedos, en 1965 asistimos a una etapa cruel. “Los trabajos y la noches” son un libro difícil, Pizarnik, vuelve a ostentar su máscara de locura. Esta vez con más cigarrillos, con más soledad, con más insomnio.
Repleto de juegos semánticos, de novedades que hacen respirable el lenguaje desde otras sonoridades Pizarnik parece resignarse a su oficio y sustentar su genialidad.
Su enfermedad es manejada, controlada a distancia por el poema, lo aprisiona allí y es allí de donde proviene su teoría del poema mural. De este libro emana su ideal de poema, su búsqueda intelectual, que más que una búsqueda es un intento por descuartizar, despellejar o colgar en poemas sus más íntimos miedos y deseos.
La etapa culminante de su enfermedad está llegando, la aporía se acerca.
Ya los dos últimos libros son en realidad ese advenimiento: “La condesa sangrienta” y “El infierno musical”
He aquí la desesperación en su totalidad. Aunque el último libro se divide en cuatro partes y cada parte en una muestra de un recurso formal casi perfecto, diseñado con el fin de refrescar el lenguaje o de hacerlo decir más, en este se nota que la verdadera razón es el ocultamiento, Pizarnik ya no puede vivir más, ya sólo desea ocultarse en el leguaje, ser un poema.
Muchos de los textos de este libro lo confirman y no los citaré para no dañar el gozo lector. La poseída entre las lilas, deviene en ocultamiento, esta palabra simboliza su último periodo, aquí es donde Alejandra ya no puede aguantar más, vive de sanatorio en sanatorio y en una de esas salidas, se mata.
La enfermedad trágicamente le gana la jugada. La muerte la alcanza, el deseo de morir se hace realidad. Pero asalta una duda: ¿Por qué escribir entonces esas últimas palabras quizá de ella o de Isidoro: “No quiero ir nada más que hasta el fondo”
Válgame la última declaración a modo de conclusión.
La angustia en Pizarnik tenía un origen que ya estudiamos en sumo grado, sin embargo la cura estaba en el amor y la ocupación constante en distracciones severas que le causaran felicidad y continua errancia. Quizá este método hubiese alargado unos años más su vida. Pero Pizarnik lo supo, al igual que Trakl, Jattin y Nerval, Alejandra se cansó de vivir.
La experiencia de su vida la había logrado, le costó locura, sufrimiento, soledad, pero lo logró. Qué le quedaba por hacer; decir lo mismo con otras palabras hubiese sido torturante, ella tenía que vivir otra experiencia, una experiencia como escape, como salida a su angustia instantánea, inmediata y a la vez constante. Por eso las últimas palabras. Por eso Isidoro. Y es por eso mismo que la odio. Ahora Pizarnik es un ser tutelar propagador de la enfermedad. Ella irradia como Rimbaud o Ciorán, el gran virus de la angustia. Pizarnik es la muerte y quizá la mejor manera para brindar un tributo a esta muerte sea: “Oh muerte, yo te amo, pero te adoro, vida”

1 comentario:

-Anna- dijo...

He leído sus diarios estos días. Quedé deprimida como un ratón, pero lo cierto es que leer esos diarios también despierta mucho la curiosidad intelectual. De allí me fui a unos poemas de Dylan Thomas, y me quedó una severa necesidad de leer los diarios de Katherine Mansfield y de Kafka, de tan bien que habla Alejandra de ellos. Entre otros autores que lee y que menciona, de los que recuerdo en este momento: Dostoievsky y Cervantes (específicamente Los hermanos Karamazov y El quijote), y después un montón de poetas, más de los que mi mente pudo abarcar, por supuesto Olga Orozco estaba entre ellos, su amistad. Me dejó una sensación de avidez. Y me encantó la forma definitiva en la que decide si le gusta o no la obra de un autor y sus razones.
Obviamente el tema del suicidio es recurrente, allí estipula morir a los 30 años (luego muere a los 33). Y recurrentes también los temas sobre la sexualidad y sobre su disconformidad con el cuerpo.
En fin, que me gustaron los diarios y me gusta tu artículo, me acordé mucho de él mientras leía, así que me vine a dejar una firma. =)
Ahora me queda leer el libro de prosa completa.
Abrazo Zeu!