21 agosto 2012

Ecuador: Comienza la obsesión.

cerro santa Ana Guayaquil




Desde que entré a Ecuador he tenido que sobrellevar la maravillosa realidad de un país que convive con tradiciones totalmente distintas a las nuestras. 
Lo asombroso en esta diferencia no radica en lo nuevo sino en lo que este pueblo ha sido capaz de hacer con lo ya conocido.
Mis ojos y mis oídos no han podido descansar ante tanto exotismo.
En mi primer viaje de exploración a este país me deleité comiendo dos platos rarísimos; por un lado las habas y el alpiste o maíz lo tuestan como un acompañante inevitable, a este plato lo llaman “tostones” y es tradicional y muy querido por los ecuatorianos del interior; el otro plato es uno que es muy usual en la selva ecuatoriana y que le llaman “encebollado”, este deleite consiste en una sopa como de especias de ceviche pero donde el ingrediente maestro es la cebolla cocinada en rodajas que hace parte, junto con los pedazos de carne de pescado sin espina, el recado principal del plato, además, este va acompañado de una bolsa de platanitos fritos en arandelitas que se le pueden agregar como fosforitos a la sopa.
He tenido que aprender a hablar de nuevo, la gente llama de otra forma a muchas de las cosas que nosotros conocemos y aunque es la misma lengua esta cambia demasiado frente a la inmediata realidad co que nombran los objetos. A los ecuatorianos de los andes se les llama serranos, a los de la selva; orientales y a los de la playa; costeños.
Me siento como Adán y no dejo de extrañarme felizmente de todo cuanto me rodea.
En la costa por ejemplo y siguiendo el tema de las comidas, hay dos platos también muy ricos, uno consiste en la típica mazorca azada que se sirve untada de mantequilla pero en lugar de agregarle  la margarina y la sal lo que hacen los nativos es que la bañan en una salsa de mayonesa con hierbas (perejil, cilantro y otras especias) y luego la embadurnan con queso rayado, a este deleite le llaman “choclo”. El último alimento sobre que puedo señalar es el “mondongo en salsa de maní”. Es el típico mondongo pero el agregado o complemento con que se acompaña es que el rarísimo baño en salsa de maní que hacen específicamente para esta sopa.
He disfrutado el país con agrado y beneplácito; no solo su geografía con sus espectaculares paisajes me han cautivado sino su gente, sus comidas, sus formas de nombrar las cosas y hasta la costumbre de vivir entre los días me han dejado hechizado; Llevo en mis ojos y en mi memoria cantidad de recuerdos; de la sierra conservo el imponente sistema de montañas de páramo que junto a sus agricultores logran crear una postal bucólica de belleza inolvidable, los cultivos y esos panoramas que te dicen que estás casi en la cima del mundo, no dan lugar a dudas que los Andes son un sitio místico por naturaleza; he podido darme cuenta que Ecuador es un pueblo polarizado hacia el avance y hacia la conservación (algo raro entre nuestras civilizaciones obsesas por la revolución a costo de la muerte del universo), en todas sus carreteras no dejé de leer avisos que me hicieran reflexionar sobre la protección hacia ambiente; en la cordillera encontré lo más antiguo y quizás lo más tradicional, allí danzan al unísono la arquitectura española, el criollismo y el mestizaje andino, hay en cada pueblo de las sierras un olor a humildad pero también a prudencia y amor por la cultura. Gente menuda que te habla con ternura pero con la malicia de quien ha sido explotado por colonos conlleva a reacciones distantes de seres esquivos pero sorprendentes. La cordillera es un lugar, un locus le llamaría donde habita la historia; la indígena y aquella que tanto se empecinaron en incrustar los conquistadores a fuerza de espadas y arcabuces. Indiecitas con zapatos de tacón es el hibrido espantoso que dejó el paso de estas matanzas; mestizaje que sólo es posible por medio de un yugo impuesto es lo que se observa pero también lo que enriquece a este maravilloso mundo. Debo decir que tanto Quito, Otavalo, Espejo, Tulcán, entre otras tantas ciudades, también se han modernizado con una limpia estrategia de equilibrio entre lo ya construido y lo nuevo, ese reinventarse que busca de alguna forma congelar, de la forma más bella, los edificios de una historia ajena es lo que producen los fuertes contrastes de las ciudades latinoamericanas. Quito es una ciudad de contrastes; el centro histórico por un lado parece un refugio para el turista que desea sumergirse en una máquina del tiempo y viajar a aquel mundo de los virreyes y las callejuelas aldeanas hijas del yugo de la cruz; me conmocionaron mucho sus parques y la morfología con que ha crecido la ciudad, parques poblados por una flora de vivos colores donde las casas municipales se salen como balcones a maravillarse con los piropos primaverales es algo que causa admiración en cualquier observador. La malla arquitectónica deviene de un esforzada mutación que busca evolucionar con orden, quizás la Virgen María del cerro del Panecillo nunca previó tanta grandeza y ambición de crecer y sin quererlo dejó desamparada de su mirada a media ciudad, este olvido sin embargo, ha dado para crear las narraciones escatológicas más agraciadas que giran en torno al amor de una virgen protectora de la ciudad que por culpa de población desmedida le dio la espalda a la otra ciudad, la ciudad de los pobres.
Considero y opino que lo que más enamora de la cordillera, de las ciudades de la cordillera es ese abrigo histórico donde uno se siente transportado y donde el curioso y esplendente patriota que todos llevamos dentro comienza a sentir la historia con más conciencia que admiración.
playas de Esmeraldas
En el lado oriental del país, es aquel laberinto selvático donde di con otra clase de mestizaje, un mestizaje más liberado de la fuerza de la colonización arquitectónica pero más ligada al poder del colonizador aventurero amante del tráfico, del riesgo y las tinieblas. Allí el indígena y el colono aprendieron a sobrevivir a la selva, por eso lo más llamativo de esos parajes es que cuando uno llega a cualquiera de los pueblitos diseminados de ese verde infinito, lo que más estupor logra causar sea el ver tanta gente de tan heterogéneos lugares; la selva es la babel de Ecuador.  Vi japoneses gozando de la lluvia constante y menuda y a mujeres doradas de ojos azules con la inocencia y la ingenuidad primera de cualquier indígena.
Ríos, medanos y la interminable enumeración de animales y plantas van conmemorando otra historia, una que tiene que ver más con el comercio duro de la vorágine de unos hombres y mujeres dispuestos a cualquier cosa por no dejarse morir.
En la costa entreví una cultura de veloces y áridos paisajes y palabras, palabras que van casi serpenteando con el silbido del mar al atardecer. Aquí el olor a pescado y cangrejo hastía las playas, sin embargo estas se han defendido de este marasmo con sus espectaculares solares de paraísos perdidos con mujeres alegres y palafitos acostumbrados a la compañía de polvorientas y alegres canchas de voleibol. Los parajes que logra la costa están circunscritos al enamoramiento y van por eso mismo manufacturando otra marca de turismo de un Ecuador múltiple y extraordinario.
Ya casi me despido de este país para emprender un nuevo Adán, agradezco a su gente, a los amigos que he podido dejar y a toda esa realidad incuestionable y fantástica que poco a poco mi busco metabolizar para conservar en la memoria del viajero, en la presencia de la sombra.


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