18 octubre 2010

Existen z.


La rareza o complejidad del mundo se encuentra profusamente incrustado en las expectativas que cada uno hace de lo que es su universo. Pensar de este modo hace que sólo, para este caso, casi siempre, nuestro mundo sea la creación más atormentada, difícil o feliz que se puede llegar a concebir, todo lo demás es un virtual andamiaje, una zona de desarrollo que nos aproxima a nuestras narcisistas necesidades de coexistir siendo el protagonista del mundo realísticamente idealizado que nos aguantamos. El suicidio en este sentido sólo es una provocación o situación misma del creador.
Pero algunos hacedores han logrado algo maravilloso, han empotrado su visión en la del mundo, han obligado y con éxito promovido su universo dentro del de nosotros.
Beckett invento el despoblamiento, un recurso literario que buscó dar cuenta del absurdo que era intentar hablar de uno mismo con la conciencia aguda de quien busca ser un biógrafo literario atento a la narración detallada de lo que puede llegar a ser cualquier historia. Con su escalpelo, prestado en hora buena por Joyce; el irlandés de “El Innombrable” logró darnos ese oxigeno que definió Artaud como necesidad de la humanidad y como recurso del artista.
Hace mucho tiempo leí un cuento de ciencia ficción, se titulaba, “Carta a un fénix” el autor proponía un ciclo eterno para la sobrevivencia de la raza humana que se basaba en una evolución en ascenso y decaimiento, guerra y locura que felizmente nos llevaba hacia un estado ingenuo, inocente y primitivo para así empezar de nuevo.
Quizás las grandes narraciones de hoy en día: Artaud y su crueldad, los irlandeses y franceses con su absurdo, los norteamericanos con su realismo sucio y su no ficción, los latinoamericanos con su perplejo malabarismo mágico desde los real maravilloso hasta Bolaño y pasando por narraciones tan localmente universales como la degradación y la denuncia holocáustica de Müller o Char entre tantas otras lenguas y formas de describir la realidad o la imaginación, no sean como Lyotard afirmó; deslegitimicaciones de discursos. Más bien todas ellas obedecen a un fin ortodoxamente señalable; la dogmatización del único discurso realmente valido: la realidad.
El cine es una de las tantas maneras en que se da esa legitimación absoluta, antes que recrearnos y distraernos con historias inverosímiles, el cine se concentra en ser un arte intelectual al extremo. A veces choca con la gravedad compleja de lo escrito porque de alguna manera parte de allí, y es a eso mismo que obedece el buen cine.
Hay películas absurdas, filmes que sólo dejan al descubierto el capricho de personas con dinero pero sin imaginación. Pero hay directores como David Cronenberg, que dan siempre en el clavo. Este director no necesita ir demasiado lejos para buscar temas que generen rareza, absurdo, crueldad, maravilla o denuncia.
Sus ideas son prestamos que realiza a la realidad, son espejos siniestros. Algunos ejemplos los encontramos en “La mosca”, donde nos habla de los peligros y exuberancias en las que puede recaer la ambición investigativa o experimental humana, otra es “Crasch” y sus obsesiones que dejan al descubierto, que digo, que remueven en la herida de los fanatismos y vicios capitalistas con el único fin de sacudir las conciencias adultas y supuestamente responsables de los países desarrollados. Pero es quizá en Existen z, donde el discurso logra mayor contundencia enredada y mejor enredada denuncia, es irrevocable la prolijidad con que David Cronenberg logra augurar las tendencias informáticas del nuevo siglo cuando en los noventa, apenas si se comenzaba a fortalecer titánicamente dicho mercado.
La película no es un obsequio desbordante de efectos especiales, ni tampoco una mezcla avasalladora de lo que es filmar con los recursos preciosistas del oficio, más bien es una película que busca legitimar el discurso de la irrealidad que puede llegar a tener lo real.
Su fotografía promueve la vista opaca de una niebla nítida que no he visto en otra película, quizás en “The Box” donde el ingrediente sesentero es fundamental, pero en esta película anacrónica de un mundo inventado el efecto es sui generis, sus imágenes son descabelladamente bizarras, sus inventos, artilugios paradójicos e inadmisibles dan cuenta de un arduo trabajo, de una invención que escapa a toda copia de idea.
Una película donde la realidad se convierte en un juego cruel como debe ser todo juego, y donde el juego se filtra en la realidad con la implacable sentencia de que cualquier cosa extraña basta para acabar el universo. Sutilezas eróticas dadas con el roce de una maniaca ansiedad o reflexiones aisladas que buscan su bucle de operatividad sólo posible en nuestro mundo son las cosas que nos prodiga esta rareza inigualable. Precursora de los niveles arquitectónicos y paradojales tan de moda en la películas del 2000, Existen z es por lógica esa obra de arte que sólo puede clasificarse en la sala de un museo de mutaciones. Chesterton dijo alguna vez que en alguna parte del planeta había una torre cuya sola arquitectura ya era atroz, Borges citándolo, nos habla de otro ejemplo. El de unos cuervos que sostienen el universo o el cielo; la sola imagen o muerte de uno de ellos basta para que todo desaparezca. Quizás también en este intento por citar he desvirtuado, enredado y reconceptualizado lo que leí de aquellos, así lo hizo Beckett y tantos otros, jugaron a escribir su rareza, lo intentaron, David Cronenberg lo logró.
Existen z gira en torno a una idea, una sola: el sueño. sus personajes son conformaciones vectoriales de la malla ensoñadora. El aprendiz de mercado que termina siendo el eje emocional seguido por la mujer apasionada ansiosa de novedades y el consejo de las matrices bajo la mascarada de personajes secundarios y que realmente son botones de operatividad para la continuidad de la ilusión sólo tienen un propósito, conformar un ciclo, un reloj infinito.
Algo que vale la pena resaltar dentro de esa colección de detalles que uno suele sacar a en conversaciones reveladoras: el personaje de Jude Law mantiene siempre una impecable presentación sea en uno u otro plano, sin embargo la alteración se puede notar gracias a un sutil mechón que se despeina. esas sutilezas conjugadas a la incertidumbre emocional son quizá la magia que David utiliza para conseguir el asombro. Son quizá, finalmente, las rarezas de su absurdo que posibilitan una narración reflejo atroz.

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