11 diciembre 2012

El reino bajo la luna




El cine de Wes Anderson es fantasía pura, absurdo y naíf, Anderson y Jaunet comparten algo, su cine es particularmente ingenuo, infantil y atrozmente serio y complejo, que se puedan unir estas categorías en un estilo es algo que sólo logran estos directores y que intentó también en su momento Terry Gilliam con Tideland. Peor hay que decirlo, en este género de comedias absurdas quién se sube al podio es Anderson.

En Moonrise Kingdom (El reino bajo la Luna), el planteamiento se circunscribe a una picardía, aun capricho de infancia; unos niños enamorados deciden dejar para siempre sus casa escapando en una odisea que conllevara a todos los habitantes del pueblo donde viven a reconsiderar los instrumentos emocionales de esa orquesta que es el amor.

Lo increíble en esta película se basa en los sentidos psicológicos que va retratando y sobre los cuales va generando la multiplicación de un aprendizaje, de una afinación. Los  niños son los encargados de esa frac tura de la cotidianidad, el amor de los niños será el explosivo, el rayo, la palabra reactiva, el despertar.

Repleta de un mundo pastel que hubiese amado Van Gogh, Moonrise Kingdom, se convierte en la fabula infantil de choque más necesaria para los adultos que perdieron su instrumento para sonar libres en la sinfonía del universo y el amor.


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