Una burra de ojos verdes
Jorge OsbaldoCero editores, primera edición, Bogotá 2017.
En El otoño del patriarca Gabo nos hace ver el espléndido deterioro de una nación al poner una vaca en un balcón presidencial contemplando un crepúsculo: la destrucción, el olvido y la degeneración indiferentes a la más profunda mirada de un animal meditabundo.
En el caso de Osbaldo, un animal fabuloso como lo es la Reina, le sirve, para darnos a conocer el lado contrario; esta vez, una burra en el balcón municipal sirve para traer la paz y la unión a un pueblo bipartidista anclado en la violencia más profunda que tanto ha servido de comidilla para nuestra literatura colombiana.
El Padre Cuervo, don Pacífico, don Zuliano y hasta el Cafre, son tan sólo los elementos accidentales para desmontar la metáfora de la violencia colombiana molida a dentelladas por una burra de ojos verdes.
El lector encontrará en esta novela-esquela un puntapié directo a las tantas novelas de violencia que trabajaron sobre el conflicto.
Libros que asumen con carácter realista o social, tales como: Al pueblo nunca le toca, Cóndores no se entierran todos los días o la, aun, más reciente obra de Jorge Eliecer Pardo: Trashumantes de la guerra perdida, se hacen a un lado, escritos tan magistralmente, por el sólo hecho de reír y pasar un buen rato leyendo las historias del padre Cuervo y su obstinada burra de ojos verdes que buscan, (por todos los medios, el acuerdo para poner fin, en un pueblo, reflejo de una nación, las tantas y patéticas confrontaciones), a partir de las dilatadas tretas que el ingenio bondadoso es capaz de crear.
Un mural, un terremoto, una enconada costumbre de un animal sin más extrañezas que las de sus orejas descomunales y sus almendrados ojos, es lo que le sirve, de acicate, al verdadero personaje de esta historia, para conseguir que el prójimo ame a su otro prójimo.
Tras leer Una burra de ojos verdes, sólo me queda una incógnita: ¿de qué material será el sombrero del autor que posa en la solapa del libro: de iraca o de fieltro?, quiero dar mi salto de fe y creer que el escritor es coherente con su quijotada y que la bella prenda de vestir que le cubre la cabeza es de un material parecido a la esperanza, esperanza que a regañadientes cumple El cafre.
Quizás todos los colombianos seamos pinarenses y soñemos y deseemos la llegada, algún día, de una burra de ojos verdes que se coma las banderas. O quizás, todos los colombianos, seamos aquella burra de ojos verdes, que terca, sigue a la espera de su padre Cuervo.
Una novela para gozarse a risa tendida y lágrima amarrada, como cuando se sienten las cosas realmente esenciales.
Vaya esta burra, a formar parte del museo borrico, a poner sus ojos verdes frente al, quizá, único burro que la hubiese podido enamorar, Platero: "todo de algodón".
Vaya el padre Cuervo, a fecundar la cuerva, vaya, ya Osbaldo, a parir otro heraldo y que las letras nacionales, sigan tan vivas como en esta novela.
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