
El poema debe deconstruirse en la medida exacta de su abismo,
llegar al punto final y comenzar en retrospectiva con espeluznantes lucernarios
a realizar la teratología de su pudibunda y funámbula porción de salacidades.
La hiperesthesis de este folio sólo insinúa un delirio de mórbidos encuentros,
los signos fórmicos parecen rúbricas
de un espanto asediado por sonoros monocordes
y sus formables más cómodos son meras pellas de voces olvidadas.
La fórmica convulsa de este pederasta perfila la sonrisa de un destripador
y sus manos son el biotipo de un orate, un alucinado o un mero cicloidiano.
Estas son cristomatías ciertamente,
enseñanzas tenebrosas para conjurar vesanias o rotundas salacidades.
Sus paratextos son sólo proxenetas corolarios,
asombros y dudas que van germinando en el corazón de los curiosos.
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