31 diciembre 2007

RAZONES DE SOBRA.



“Siempre pienso que una de las cosas felices que me han ocurrido en la vida es haber conocido a Don Quijote.”
Borges.



El Quijote. Óleo sobre lienzo. Fabio Vargas



He podido comprobar hace algunos días, sin mayor asombro, que la lectura de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, ya no seduce el espíritu de los jóvenes como en tiempos pasados.




Tal acontecimiento se debe no tanto a su desactualización y declive como obra moderna, sino más bien al rasgo meramente sugestivo que radica en la motivación de los lectores hacia el texto. Las preguntas, entonces, serían: ¿por qué leer el Quijote?, ¿para qué leer el Quijote?




Esta clase de cuestionamientos, contienen de por si un problema axiológico y pedagógico, que por su misma naturaleza, regulan las razones y propósitos de una posible reivindicación de El Caballero de la triste figura”.




Alejándonos de la crítica; que desde hace cuatrocientos años ha posibilitado una descomunal biblioteca quijotesca, y donde es posible advertir infinidad de estudios sobre temas particulares acerca de la obra resueltos desde lo psicológico, lo lingüístico, lo social, lo político, lo religioso, entre otros; lo necesario aquí, será intentar restablecer y promover la naturaleza cosmopolita y el sentido didáctico del Quijote dentro de las actuales condiciones del mundo contemporáneo.




Sin lugar a dudas, la obra de Cervantes está inmersa dentro del modernismo y, a su vez, tal y como dijo Mario Vargas Llosa, la obra “sentó las bases sobre las que nacería la novela moderna (Vargas Llosa, 2004:XXIII); este descubrimiento que fue referido también por otros autores,[1] facilita la orientación de una posible estrategia lectora para motivar a la juventud por el maravilloso mundo del Caballero de la Fe como lo llamó en alguna ocasión Miguel de Unamuno (Zubiría, 1998: 66-82).




El mundo actual está repleto de una literatura que se basa principalmente en el género novelístico. Los jóvenes de hoy prefieren El señor de los anillos, El código da Vinci, El club Dante o las aventuras de Harry Potter sin reconocer que estos representantes de la prosa moderna juvenil son los hijos “menores” de Cervantes. Invitar a los adolescentes hacia el develamiento del origen de las novelas contemporáneas, de sus relaciones con el pasado literario sería un primer contacto con un objeto extraño para ellos como lo es el ingenioso manchego.




Sin embargo, este primer acercamiento no debe llevarse a cabo en solitario, es indispensable tener en cuenta que la motivación debe centrarse en los intereses actuales de los adolescentes que según el ensayista colombiano Arturo Cruz Kronfly, se caracterizan por su profundo hedonismo ante la vida.[1]




Aventuras extremas e irreflexivas son las que suelen llevar a cabo los ciudadanos que habitan el mundo consumista de nuestros días: disputas individuales o grupales, conflictos afectivos, protestas contra el orden establecido, rebeldías morales, revoluciones éticas, búsquedas de identidad y creación de momentos placenteros son los rasgos que identifican la sociedad del siglo XXI. Estas y otras cualidades que hacen legitima la vida de nuestros jóvenes contemporáneos pueden verse minimizadas ante la gran proliferación de afluencias[2] que logran encontrarse, con mayor sorpresa, en la Novela Paradigma del Español.




Hacer inverosímiles o ingenuas las aventuras de nuestros estudiantes ante los exorbitantes y exagerados incidentes de nuestro caballero andante, sería una forma de estimular el acercamiento de éstos a la obra.




Más, quizá, lo importante estaría en mostrar cómo el estilo espontáneo de Cervantes posibilitó, a través de dos personajes, la inmortalización y caracterización de los dos tipos de seres existentes en el planeta. A diferencia de Borges que, citando a Coleridge, establece que los hombres nacen aristotélicos o Platónicos ¿Borges, 1974: 718,745?; Cervantes con su obra maestra parece afirmar que los hombres nacemos Quijotescos o Sanchescos; los primeros dados al idealismo, a la confirmación de la voluntad de ser, del hacer-se, del ser-se, creyentes de su verdad, de su sueño y atados a un mundo interior repleto de actitudes románticas y optimistas; los últimos en cambio; realistas, centrados en el materialismo, dados al orden del mundo exterior, prácticos, empiristas, escépticos y pesimistas por antonomasia; El primero un rebelde; el segundo un conformista; Sancho mostrando siempre su situación trágica de mortal y el Quijote demostrando constantemente la posibilidad de la trascendencia.



He aquí uno de los mejores argumentos para sugerir la lectura de El Quijote. No se trata de auscultar la obra en búsqueda de un algo importante o legítimo sino de establecer en los lectores la sensibilidad necesaria para que éstos “extraigan de la obra de arte el máximo provecho” (Betto, 2005:1).




El ideal fundamental del Quijote no se centra en la posibilidad crítica de la obra ante el mundo ni en la de una contextualización lingüística o académica sino en la polisemia que pueda llegar a tener el libro ante los hombres y ante los siglos.




Desde este punto, El Quijote es más asequible a cualquiera o como lo dijera el bachiller Sansón Carrasco: “es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella: los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran” (II parte, cap. III).




Además, la obra es en si misma un espacio propicio para el entretenimiento, “para que el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla” (Prologo de Cervantes a al primera parte de El Quijote).




Novalis, pensando, quizá, en la ética lectora, afirmó, en alguna ocasión, que al verdadero lector le era preciso ser el autor por extensión (Novalis, 1948: 93). Leer en este sentido es encontrar, es confirmar, es conocer y en algunos casos magníficos es trasmutar. Este sorprendente fenómeno, que convierte al lector en un verdadero “autor por extensión”, lo consiguió el “bueno” de Alonso Quijano que tras le lectura de innumerables libros de caballería soñó con el destino diferente pero ese sueño teatral, ficticio por excelencia, lo llevo al extremo mismo no de representar a otro sino de convertirse en Otro; en el Quijote olvidando por completo, mientras duró su andante aventura, a su primogénita personalidad, al ocioso Quijano: el vejete dado a la simple divagación de las historias medievales.




Cervantes, tristemente Sanchesco, logró por medio de su literatura lo que no pudo su espíritu, que harto de cárceles y aburrido ante las estériles tierras de la Mancha se dio en la tarea de recrear su “alter ego” para que éste lo sobreviviera. Por eso Cervantes está presente durante toda su obra; unas como comentador, otras, como autor de libros, siempre como personaje y en últimas como amigo entrañable y apasionado lector. Este infinito juego de espejos y etruskas que se encuentran en la novela enriquece más su poder de seducción y la sitúa dentro de la literatura universal como una de las obras de más alta competencia ante los intentos de escritores modernos por lograr alguna innovación.




El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha no sólo es una novela de entretenimiento o regocijo sino que es “todo un conjunto de alusiones simbólicas al sentido universal de la vida” (Rabanales, 1998: 1). Por eso, después de haber encontrado tantas evidencias de actualización y vigencia en El Quijote, si me fuera preciso ese mismo juego fantástico que realizó Cervantes de trastocar lo real con lo irreal, no dudaría en confesarle: “Dígote de verdad que tú has contado una de las más nuevas consejas, cuento o historia que nadie pudo pensar en el mundo, y que tal modo de contarla ni dejarla jamás se podrá ver ni habrá visto en toda la vida” (I parte cap. XX), y no porque su historia sea una de las mejores de la literatura universal sino porque su narración no admite escepticismo, dudas o incertidumbres sino antes aumenta la aceptación, la fe, hace posible el asombro y provoca, tal y como lo advirtiera el contemplativo Coleridge, la relectura (Borges, 1999: 5).



A cuatrocientos años de su invención, el Quijote sigue siendo ese amigo entrañable, contemporáneo, vigente y necesario.




“Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento” (II parte, cap. LVIII) por eso a lo mejor una de las mayores razones para incitar a los jóvenes hacia la lectura de El Quijote sería la de decirles que si a alguien deben este mundo moderno provisto de atributos globalizantes, mestizos y técnico-instrumentales, es sin duda al más universal de los seres posibles: Miguel de Cervantes Saavedra.


La obra de Cervantes es un elaborado documento que prefigura el destino parcial de la sociedad moderna. Su narración deja entrever la naturaleza soñadora del hombre y el tipo de relación que tejería en el futuro la humanidad globaliza y neoliberal, sin embargo, la novela, no sólo se remite a ser un oráculo sino que anuncia la locura final de los hombres atrapados en su laberíntico saber. Mas no por esto, la novela pasa a ser una fuente pesimista sino que antes se instaura en la historia como un recurso pedagógico ya que promete una solución, una tierna felicidad que se descubre para nosotros en el eterno retorno; en una razón que abandonando el mundo material se da en construir uno propio, más propicio, más amable y más natural habitado por poetas con inocente locura.



Además, estoy de acuerdo con Borges en que “los hombres seguirán pensando en Don Quijote porque después de todo hay una cosa que no queremos olvidar: una cosa que nos da vida de tanto en tanto, y que tal vez nos la quita, y esa cosa es la felicidad. Y, a pesar de los muchos infortunios de Don Quijote, el libro nos da como sentimiento final la felicidad.” (Borges, 1999: 6). Por esto, “vengan más quijotadas, embista don Quijote y hable Sancho Panza” (II parte cap. VI).






NOTAS




[1] Al respecto Zubiría nos dice que “la colosal invención, inauguraba un nuevo género de escritura, la novela, cuya vitalidad, de entonces, no ha conocido mengua”, más adelante para reafirmar su argumento cita a Meléndez y Pelayo quien observa en El Quijote “el último de los libros de caballerías, el definitivo y perfecto, el que concentró en un foco la materia difusa, a la vez que, elevando los casos de la vida familiar a la dignidad de la epopeya, dio el primero y no superado modelo de la novela realista moderna” (Zubiría, 1998: 66-82). William Ospina al referirse al siglo de oro español concluye que este siglo “finalmente recogió su fuerza expresiva y su capacidad de testificar a la vez la muerte de una época y el nacimiento de otra, al fundar en la obra de Cervantes el género literario típico de la edad moderna: la novela” (Ospina, 2003:59)
[2] El término ques e encuentra en el texto: Aproximación a Cervantes de Ramón Zubiría es del escritor Pedro Salinas quien dice: “Cervantes crea la gran novela inclusiva, suficiente, con capacidad bastante para contener, en torno a la figura equivoca y misteriosa del caballero don Quijote, todo un mundo de pastores y burgueses, doncellas desgraciadas y pícaros, cautivos de los moros y bachilleres del pueblo. El Quijote es obra de afluencias y se la mira en su lugar histórico con el mismo asombro que un descubridor que no hubiese visto más que modestas corrientes fluviales, ríos de menor cuantía, debió de sentir al encararse por vez primera con el Amazonas, suma de ríos, ejemplos de afluencias

No hay comentarios.: