DE LA PROPENSIÓN A OLVIDAR TODAS LAS COSAS
Poemario de Hannah Escobar
Bogotá D. C., premio nacional de poesía 2014, Obra Inédita. Tertulia literaria de Gloria Luz Gutierrez. Abril 2015.
Dice Hannah "A mi amadísimo Éluard y al club de escritoras suicidas que toman té conmigo cada sábado, sin falta" y con ello nos recuerda que la poesía es ante todo una suerte de obsesión y trastorno pegado al hielo de los huesos. Éluard mismo será quien mejor defina la voz de esta poetisa paisa:
"Las barcas de tus ojos se extravían
En el encaje de las desapariciones
El abismo es revelado que los otros lo extingan
Las sombras que tú creas no tienen derecho a la noche".
En el encaje de las desapariciones
El abismo es revelado que los otros lo extingan
Las sombras que tú creas no tienen derecho a la noche".
Su poemario que tiende a ser la mejor exhibición de su insustancialismo, está dividido en dos capítulos, la parte que habla de la poesía elemental y la que habla de la prosa enferma. En total son 58 poemas, donde la química farmacéutica, enferma de esos formoles que extraviaron a Trakl, nos grita su ahogo.
Y es que a pesar de ser tan joven en Hannah se siente como pesa la niebla de los tantos desagraciados que vieron en la poesía cosas que eran prohibidas. La poetisa llama a todas las puertas, y su desgarramiento trasmite terror, dientes que se clavan a la madera, uñas que se caen mientras resbalan y rostros blancos como un suicidio del que nadie vuelve. Estas premisas que van hilando una poética y que exploran el diálogo tardío con muertos exquisitos y con literaturas tremebundas son su clave.
Su obra es una elegía, una canción, que ora, se queja y decreta, que habla de la carencia y la retirada, que nos describe esa estirpe vetusta que se muere de pensamientos y que muere en un sopor que no es preciso nombrar.
Merecedor del Premio Nacional de Poesía 2014, Obra Inédita, el poemario es una especie de asterácea, de flor iridiscente que, de pronto, tiene entrada de primera fila para vernos morir.
Su poesía es un reptil que nos habita, y que en el mismo registro de su reproducción insustancialista nos empuja hacia el abismo. Esa gana de acabarnos se remite a su revelación más cruda: que todos somos seres de la angustia, seres que nos entristecemos en el verano. Su cometido es en cierto sentido el buscar que todos nos podamos salvarnos de nosotros mismos. Pero está exhortación no es una advertencia, es una amenaza; si no lo logramos, Hannah se encargará de crear su propio holocausto, esa poesía que no da pasos en falso: piedras que acercan —sin nervio— a la salida.
Su lírica es el resultado de un experimento selecto con su alma aturdida expuesta a los regímenes del reproche y la renuncia a la inteligencia.
Hannah busca encontrarse en fragmentos, en el sabor del té más amargo y en esa escritura fragmentaria que ante todo es un quedarse, “es eso fundamentalmente, no aproximarse a la poesía desde la publicación de un libro, no aproximarse a la poesía desde ningún lugar, no aproximarse a la literatura desde esto que es literario y definitivamente dejar de aproximarse desde uno mismo”.
Acabar con todo, quedarse quitecito y en silencio. He ahí la propensión.
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