La yesca del cabello
Se chamusca, alarma al ángel de la sombra.
Pero yo, al parecer, un vestigio que merodea,
Ya no le temo a ninguna intención dirigida desde las tinieblas
Como usted, muchos otros sabemos de algún modo enumerar, arribar a la claridad.
Hay espaldas con un alud de apeñuscados mecanismos,
Tendones enfrascados en su crujir de copas
Y una o dos ganas que anegan, sin tregua,
Los pedazos de humo distraídos.
Son las coartadas del tedio que delinean nuestra medida natural entre las cosas,
Nos cercan, anhelan el lugar exacto de nuestro orgullo; la chispa del coraje.
Yo losé, he tenido que soportarlo, como si me lo hubieran tatuado entre los huesos.
Cada noche, esto es hablar del ayer que prodigiosamente sigue infundiendo el espasmo,
Crecía, arremolinando, sobre el suelo, los recuerdos,
Me daba a un oficio de cuáquero y paliaba cada sueño impertérrito hasta convertirlo en mío.
Casi puestos a secar como una lombriz en la mitad del medio día
Los días desbarrancados o colgados de barriletes sin dueño
A veces, se ponían opacos por la lluvia
y apenas si se veía el canto de uno que otro pájaro parecido a la tristeza.
Era un pueblo, germinando entre el olvido, por entre el musgo,
Haciendo creer que los gladiolos podían tener la forma exacta del asombro,
Pero en ese rincón de las cabras señalando un miedo,
Mis piernas sangraban por adquirir la victoria en el juego de los indios.
La inocencia parecía no querer terminar aunque la noche trajera los espantos.
Ahora recuerdo el sonido de los fulminantes y no logro dar con los muertos,
Todo se vivió y sin embrago, aquel lugar que parece derruido,
sigue esperando un descubrimiento;
La mano que le señale los caminos más súbitos para acrecentar a la familia;
O las lejanas claves del silbo invisible para alertar a los vecinos.
Ahora tengo un vértigo amarrado a mis vísceras como si fuera a iniciar una quebrada,
Tantas piedras he cargado que es inevitable la corriente para comenzar el ruido.
Extraño visitar ciertas casas, ver el cabello de ciertas mujeres, oler su sonrisa.
Los años han claudicado a ser un mero combustible.
Me miro al espejo y presiento que algo va arder de un momento a otro entre mis grietas,
Soy bastante material, cuarzo, leño, hojarasca de nido, y las lágrimas, todavía, saladas.
Bajo otra condición de la lluvia, he confabulado otras palabras para rehacer mi origen,
Siempre atraca entre el monte, en el menudo laberinto donde las nubes amasan una historia.
Sin más equilibrio, sin otra salida que la verdad
Yo me he entregado, desaparecido, a los distintos espacios de la desidia.
Alguien, me ha dado el amor,
Y lo he abrazado con todas mis fuerzas para salvar el mundo
Sin embargo, nada ha parecido legítimo
Y he tenido que entregarle muchas cuentas a la desolación.
Usted también se reveló
intentó escudriñar los objetos sin nombre y tuvo miedo
intentó escudriñar los objetos sin nombre y tuvo miedo
Podríamos pensar ahora que sabemos un poco del lento aprendizaje,
Que en las orillas hemos logrado nuestros más cándidos naufragios.
Recuerdo la soledad,
¿Qué podría decirme?,
¿En qué noción nos veríamos aterrados?
Sólo soy alguien, que ha intentado inventariar las largas distancias del silencio.
No le miento,
Tenemos la misma preocupación
Y hemos sudado igual por adorar a un cuerpo.
Pero insisto en confesarle la hora,
En amarrarle los cordones de los zapatos
Y en alertarle del abismo.
Soy un muerto, algo a lo que le temían los niños, y lo sé,
el estremecimiento me habita,
el estremecimiento me habita,
Apenas si logro no irme de bruces, cuando duermo,
contra ese otro sueño espantoso del dormido.
contra ese otro sueño espantoso del dormido.
He recorrido la existencia como si estuviera visitando un cementerio
Y he ido de un lugar a otro colgando mi fantasma entre los huesos.
La yesca del cabello ha crecido
Ha merecido arder en los caminos
Pero he sido siempre un entusiasta
Y como un pirómano he echado a andar el fuego.
Le hablo de ese curioso aparato de osadía que llevamos juntos en la sangre,
De los ojos devorando minuciosamente la realidad e inventando la utopía.
Usted y yo tenemos la misma queja, el mismo corazón encandilado.
Quizás llegamos inadecuadamente
Y este revoltijo de amaneceres no era todavía para gastarlo
Pero no hay otra salida
Hemos venido a despertar entre las cosas.
Prosigamos, ya tenemos una parte de la verdad, aplastada entre los dientes.
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