El cine de Park Chan-Wook tiene su reconocimiento en el hecho de que sabe contar historias de amarillismo y clasisismo de una forma excéntrica, que escapa al eje común de la trama acostumbrada e imaginada por el espectador.
A Chan-Wook le gusta o le atrae, estos impulsos, que a la larga vienen siendo aspectos simultáneos de su deseo insostenible por cierta morbosidad carnavalesca de la muerte, el destello emocional, instantaneo, que escapa a de la satisfacción desagradable o grotesca que suele estar presente en el momento mismo del climax de quienes él proyecta como víctimas de un patrón estético de la perversión que seduce y destina.
la historia es sólo un pretexto para manifestarnos la evolución estudiada meticulosamente de un gesto único y total, un locus de la emoción humana que declara la profundidad de la enfermedad humana, del dolor o el tedio mismo.
Stoker es eso, una radiografía inescrupulosa del desarrollo de una catarsis del martirio, del desellamiento con el jibü, pero también es esa compasión que hay de la bella hacia la bestia.
En Stoker encontramos la rabia de que Chan -Wook no hubiese sido el director de Dragón rojo o Hannibal: El origen del mal.
un gran creador de venganzas y de retratos del alma también humana de los asesinos
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