06 diciembre 2011

COMO PARA NO DECIR QUE NO NOS CONOCEMOS.



"Es que uno a veces se levanta muerto"
Z.V.

Solo basta con recordar para darse cuenta de toda la locura,
un pedazo de resaca tiene ese miedo recostado en las esquinas y
se la pasa tumbando perdedores como si no le bastaran los abrazos.
Olvida ingratamente la ternura ofrecida en una pequeña mirada,
en lo que puede entregar alguien en un rincón de la noche
y no logramos agradecer nunca ese recodo donde nos ofrecieron la vida.
Quizás un beso o apenas eso que esperábamos como si fuera una moneda
nos va cogiendo resentimiento y se va alejando como si nunca hubiese.
Pero basta con mirarse bien al espejo para notar el rostro de nada que llevamos
y que apenas logra mencionar un sueño
pero no es esa la palabra que llena en los ojos
se quería poner como un grito desolado
sino cierta culpa de no saber vivir
o para ser más claros de no poder vivir con lo que se tiene entre las manos.

El cambio de lenguaje sin  necesidad de ser extraño
es la costumbre que nos va enseñando el mundo
porque al final el tiempo es uno y todo se resume en ausencia:
la distancia que siempre buscamos para crecer con algo de heroísmo
para cuando nos entreguen el boleto de orfanato.

Por eso vivir a la defensa como aprendiendo a blandir una espada
no es un plan para gastarnos las horas vacías de alegría.  
Nada se hace por maldad, por mera obsesión venida de un capricho entretejido,
sólo son cosas que van atropellando el bulto que no sabemos manejar entre los días,
ciertas cosas que van llegando para entender que vivir es lo mismo:
esa cosa que al final va envejeciendo; sonriendo a veces pero extrañando siempre.

A veces se quiere llorar o morir hasta poder sentir cierta paz silenciando lo que pueda
y nadie puede saberlo
y nadie tampoco quiere saberlo
porque todos tenemos nuestra única forma de morirnos,
porque también se ha aprendido, a  preparase en agravios,
a tener cierta coraza que no desmienta el miedo y la culpa
aferrada como una aureola de mártir inservible en la cabeza.

Al final con rima o sin rima,
con canto o sin canto
todos terminamos en el mismo leño,
con la misma herida
y el mismo lamento crucificado en el peñasco.

Todo nos ha endurecido el cuero para aprender a sentir y también para aguantar.
Es por eso mismo que uno a veces se deja perder como un  borracho entre las calles,
como si  no valiera nada
como si se quisiera entregar la vida en la riña más banal y atropellada,
pero algo nos jala siempre del abismo,
nos aleja del vacío
 y en la soledad,
al recordar,
siempre está cierto público abrazándote el futuro:
diciéndote “pobrecito” o, “eso está bien. Se lo merece”.
Son fantasmas, voces que sabes llegan a tu oído
aplaudiéndote o recriminándote las penas.
Un caso común de complot imaginado, de egocentrismo ignorado,
de memoria o apenas algo de alguien que perdió el destino entre las cartas.
En fin,  un típico caso de vida buscando su camino.

Al final se queda uno sintiendo lo que pesa de verdad,
la nostalgia,
ciertas ganas de llorar a veces,
la soledad
la misma noche con uno en uno mismo,
y el desvelo.

A pesar del amor o la esperanza
algo en el humano se lamenta.
Es nuestro destino.

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