19 noviembre 2011

Hikikomori




Argumento para un a novela apocalíptica.

El fin había llegado, se paseaba de habitación en habitación y sólo veía a unos seres obnubilados frente a un objeto que para él era del todo todavía extraño y enfermizo.

No podía comprender muy bien en que momento el mundo había logrado tanta inutilidad.

Intentó ver algo de bueno en ello, en los bultos que oprimían teclas y reían y hablaban frente a una pantalla, miró alrededor y sólo observó una naturaleza corrompida.

Había restos de comida en lo que bien podía ser una vajilla salvada de un naufragio, la ropa sucia estaba desperdigada por todas partes, un montón de cd´s y libros a medio leer como si fueran pedazos de carne apenas mordisqueados se degenereban en los rincones, botellas de gaseosa, cobijas percudidas por cuerpos sin lavar durante  días enteros, restos secos de jugo derramado decorando las paredes, cajetillas de cigarrillos, colillas dejando su huella de ceniza en alfeizar de las ventanas y un olor no identificable parecían querer enrarecer más aquel ambiente crepuscular, era como si sus hijos y todos los hijos del mundo se hubiesen convertido en seres alienados, nocturnos, enfermos de una astenia incurable.

La pensión que recibía apenas le alcanzaba para pagar los gastos domésticos, a pesar de todo, se sentía privilegiado de tenerlos todavía en casa, sus pequeños, porque para él siempre serían sus niños, le acompañaban en su inevitable vejez.

Aquel pensamiento lo reconfortaba en ciertos momentos, pero luego le llegaban unas ganas de botarlos de casa, de echarlos, le daba ganas de empacarles la ropa y todo lo que pudiese meterse en una maleta de viaje y dejarlos a su suerte con un boleto de ida para siempre . Eso era lo natural. Eso había sucedido con él, pero ahora era completamente diferente, aquellos hijos no habían aprendido a trabajar, no sabían utilizar sus músculos, tenían atrofiados todos sus órganos y su única habilidad consistía en procesar información basura con velocidad asombrosa.

Bajó las escaleras y se tendió con derrota y pesadumbre sobre el sofá que estaba deshecho por esas mascotas molestas a las que tenía que limpiarle las heces, intentó maldecir a los animales y a sus hijos pero la voz se le quebró y comenzó a llorar, el llanto era un gemido. Quería morirse, quería que todo cambiara, pedía y rogaba a Dios pero nadie le escuchaba.

Después de la bonanza que comenzó en el 2012 y que se le llamó el gran Debacle no fue necesario nunca más volver a trabajar,  la humanidad si había logrado evolucionar, la gran profecía maya era ahora no sólo una revelación sino un hecho.

La entelequia había llegado, los hombres ahora no morían por la guerra o la enfermedad, la gran comodidad que tanto se había esperado y por la cual se había invertido tanto esfuerzo, por la cual la ciencia y la economía habían quedado sin un arcano en sus bodegas, por fin había tocado tierra firme.

La tierra moría de comodidad. La selva hacia 7 años había logrado romper las avenidas y ahora se alcanzaba a entrever con toda su humedad y silencio entre los ventanales de los centros comerciales. El campo se podría fruteciendo hasta el hartazgo. No había a dónde escapar.

Él fue el primero en comenzar el ataque, la revolución.

A la media noche los viejos de todo el mundo comenzaron la destrucción de la perfección.

Para salvar el mundo había sido necesario matar a los inútiles hijos. 

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