12 noviembre 2011

HABLANDO CON VICENTE.



La ley que regula el servicio público de educación superior en el país: Ley 30; ha sido fuente de debate desde su puesta en marcha en 1992, claro está, antes de que se validara esta ley, nuestra nación pasó por un fenómeno sin precedentes que conmocionó durante cierto tiempo tanto a las universidades públicas como a las universidades privadas.

Este fenómeno se vuelve a repetir hoy.

En aquella época se dictaron principios, regulaciones y puntos especiales a nivel de organización, financiamiento, vigilancia, calidad y asesoría que fueran equitativos tanto para el sector público y privado que ofreciera dicho servicio. Tales temas antes de su aceptación dentro de la ley, fueron debatidos y trabajados por medio de propuestas dadas en foros, encuestas, grupos de investigación, semilleros y demás donde pudieron participar todos los colombianos.

Los puntos álgidos se centraban en una necesidad sentida de autonomía; las universidades públicas querían ser más autónomas, querían establecer mecanismos más concretos y especiales que optimizaran la calidad y buscaban ante todo un apoyo más fuerte a nivel financiero por parte del gobierno.

El resultado entonces fue aquella ley; una ley donde nosotros decidimos, entre otras cosas, la articulación del sector empresarial como apoyo a las necesidades de las universidades, donde dejamos explícito que, políticamente, en cuestiones docentes de formación el ente asesor del Ministerio sería la UPN.    Dimos libertad y generamos una reglamentación para el establecimiento de contratos autónomos, dejamos que se dispusiera la creación de bancos de apoyo a estudiantes y promovimos un sistema para todas las universidades para organizar, racionalizar y optimizar los recursos entregados por parte del estado; mejor dicho, creamos lo que pensábamos sería lo mejor.

Algunos estuvieron en desacuerdo, otros pensaron que aquello no fue más que una imposición arbitraria y los más ni siquiera se enteraron de que antes de validar la ley se había dado la oportunidad de participar en su creación, algo muy parecido que sucede con las votaciones.


Desde entonces algunos sectores de la educación hemos venido quejándonos, hemos enloquecido y también hemos sido genialmente propositivos. Tanto rodó el cántaro, tanto lloramos, que el gobierno decidió entonces abrir plaza.

Fue así como a partir de la creación de cinco espacios: 1. diálogos sectoriales, 2. foros internacionales, 3. mesas de trabajo, 4. foros regionales y  5. el espacio virtual de debate y proposición, se comenzó a cortar y tejer una reforma, algunos sectores nos sentamos a hacer la tarea, otros desde la barrera apoyábamos o discutíamos, los más ni cuenta se dieron de lo que sucedía.

Al final el trabajo pareció llegar a un producto final, la ministra se fue con el mamotreto creado por todos y lo radicó el 12 de abril para la aceptación.

Pero se armó Troya, antes de seguir debo aclarar lo siguiente: yo no soy de la derecha, no soy de la izquierda, ni tampoco soy manco, ante todo soy un ser político y de hecho mi ideología es el Anarquismo crítico; esta forma especial de reflexionar políticamente me llevó  hace algunos años a escribir una reflexión similar cuando muchos sectores de la educación estábamos emberracados con ese cuento del decreto 1290. El hecho fue que trabajé como asesor, la ley 30 me había otorgado ese derecho por ser profesional de la UPN y me fui entonces a asesorar docentes por todo el país, fue gracias a esa oportunidad de reconocer, de untarme de pueblo cuando comencé a ver que no toda la culpa siempre debíamos echársela al gobierno. Las finalidades de mi reflexión se encuentran en un artículo que publiqué en este mismo blog, del cual dejo su título y el enlace: Denuncia a una educación en crisis. Para darle un cierre a esta idea debo confesar que lo que escribí en ese artículo fue ir contra los que iban contra el decreto 1290. No le eché la culpa al gobierno sino que culpé a todos mis compañeros y a mi mismo por no ser lúcido y estar atento ante los cambios que se daban.

Hoy pasamos por un acontecimiento parecido.

Ayer me encontré con Vicente y le dije «hombre para dónde vas, que es lo qué pasa, cuál es el afán» y Vicente me contestó que iba a marchar contra la ley 30. «Ahhh, carajo, eso está muy bien; y cuál es tu punto de discusión, le pregunté». Vicente puso cara de perdido y me contestó «yo que sé, que van a privatizar la educación, eso es lo que dicen, nos van a quitar lo publico, ahora las empresas privadas podrán meterse en las universidades, por eso la marcha, viejo, ¿acaso no sabes?, contra eso va toda la gente, por eso la marcha; por eso vamos todos». Vicente y la gente desaparecieron ante mis ojos por la calle séptima hacia la plaza de Bolívar, hacia ya se fue Vicente con un manojo de entusiasmos sin origen, con una pataleta de revolucionario que no lee y que no lleva a la praxis el ejercicio del criterio verdadero.

«¿Y tu no vas?, me dijo».

Mi respuesta fue rotunda: No.

No voy porque en ciertos aspectos me perece que la reforma es buena; como toda propuesta tiene algunas cosas, en mi caso siento que sólo es una: más tiempo para participar en la elaboración del documento, es lo que siento, faltó a esa propuesta. Tiempo para fortalecer con más estrategias las que me parecen buenas propuestas.

Vicente me miró aturdido y con algo de rabia me imprecó: estás loco; lo de tiempo es verdad, pero es que la reforma ya fue radicada y nada es bueno en ella, quieren darle autonomía a la universidad, quieren meter lo privado, quieren vigilarnos más.

Al final terminamos el diálogo con un apretón de manos y cada uno con direcciones contrarias en nuestro caminar.

Aquello que Vicente me decía sólo era la repetición de la inoculación que había sufrido por los medios y por el furor de sentir que era actor de un acontecimiento histórico extraordinario.

¿Por qué Vicente decía que esta propuesta estaba creando eso, si desde 1992 ya se habían dispuesto? lo único nuevo era que el gobierno iba  a dar más recursos, que iba  a crear una figura nueva universitaria, que iba a ser más exigente y más vigilante y que además proponía establecer plazos de pago a aquellas entidades territoriales que le debían a las universidades, mejor dicho, la propuesta era más plata, más calidad, más vigilancia y más apoyo.

Esto me parece bueno, a los rectores no, porque no les gusta que les vigilen como manejan el presupuesto o pregúnteselo a Ibarra que dejó en la bancarrota a la UPN.

A mi me gusta. Me gusta que se apoye más la autonomía que ya estaba dada; gracias a ella todas las universidades han podido crear semilleros de investigación, han podido crear grupos de trabajo, laboratorios de creación de pensamiento, cine-clubs, revistas, grupos de teatro; gracias  a la autonomía también se han creado programas de extensión, cursos y seminarios. Claro que me gusta la reforma.

Me gusta que se refuerce la articulación ya aceptada desde 1992 con el sector privado. Gracias a esta figura muchos compañeros pudieron hacer sus pasantías para graduarse, muchas empresas por su lado le generaron más recursos financieros a las universidades por medio de contratos millonarios, gracias a ello el sector privado ha logrado evadir impuestos dando ese dinero a la universidad para que capacite sus industrias.

Estas y otras cosas son positivas, hay negativas, no todo puede ser perfecto, pero de lo negativo ya no me puedo echar para atrás, los creadores de la propuesta hemos sido todos.

Sin embargo ante este fenómeno lo que si puedo exigir como participante del cambio es tiempo, que la radicación de esa propuesta sea dada a una discusión más profunda para que la aceptación, en su totalidad, no sea de todo el documento, que queden los aspectos positivos y los que no, entonces que por parte del gobierno se nos garantice la oportunidad de cambiarlos para que no de como resultado el mamotreto por el cual hoy por hoy nosotros mismos queremos dilapidar a la ministra.

Vaya pues mi pequeña reflexión a todos sus corazones, espero que ayude en algo, al menos a ofrecer cierta información a aquellos que sin saber por qué salen a marchar y que ante la pregunta ¿para dónde van? contestan:

«¿Pa’ donde va Vicente?, ¡pa’ donde va la gente!».

Soy un anarquista crítico y velo por la libertad. Si los rectores mal intencionados de la universidades o el estudiantado se convierte en una masa informe, ignorante de lo que hace, entonces también, en contra de esa masa marcharé. 

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