21 mayo 2011

NAHUM.


Grafitti de Bansky

CANTAR DE CANTARES, III, 1-3

Todo comenzó hace una hora, la ansiedad no me dejó entrever el peligro que estaba corriendo. Cuando me percaté del gran error que estaba cometiendo ya era demasiado tarde. Los ISAF me acorralaron, alguno, ennegrecido y borroso me golpeó con su arma, no se cuantos golpes recibí antes de que fuera arrastrado hasta este desolado lugar. Jamás debí haber salido, si tan sólo me hubiera controlado todo esto no hubiera pasado. Pero que puede hacer un infeliz hombre cuando despierta y a su lado no encuentra el objeto de su amor.

La llamé, la busqué, grité su nombre y su secreto título, lloré, maldije, salí a la calle. Polvo, ruinas, barro reseco y pocas cosas que me decían algo sobre ella. Desesperado volví a la habitación, me senté sobre la cama vacía y medité. Tras reflexionar llegué a una conclusión. Sólo en la ciudad de Bamiyán podía estar. Quizá no me llevara mucha ventaja. Salí corriendo. Corría como nunca en la vida lo había hecho, no sentía el frío, ni el cansancio; mis piernas eran ágiles, una esperanza las animaba a seguir. No sé cuantos barrios alcance a superar antes de que la patrulla me acorralara, por suerte no me dispararon. Por lo general siempre disparan y después interrogan al herido o en su caso más repetitivo al muerto.

Mi locura los aturdió, ellos hacían preguntas claras, yo, preguntas desesperadas. Ellos preguntaban por mí, yo por ella. Pronto desistieron y sin ninguna palabra más me doblegaron a su poder.

Ahora estoy aquí, si alguien entrara estoy seguro no podría verme, ni saber en que sitio de la oscuridad me encuentro, la noche me ha tragado por completo, el único color que alcanzo a reconocer es el de la tiniebla infinita, todo parece estar tan lejos y tan cerca, extiendo mis manos, imagino como se extienden en la oscuridad, imagino el movimiento, en vano busco alguna señal con mis ojos, en vano el color fétido de la noche me convierte en su prisionero.

Me arrastro con lentitud ya que temo tropezar con algo o con alguien; en medio de tanta noche me prodigo la esperanza de que esté acompañado. El suelo es metálico, las paredes son frías, no he querido gritar, temo que el eco pueda dejarme sordo. Afuera escucho muchas voces y risas. Hay fiesta, a lo mejor también hay mujeres. Creo que se han olvidado de mí. Golpeo las paredes y esta vez un grito rebota y vuelve aumentado diez veces a mi oído. Escuchó un vasto silencio. La fiesta ha acabado y el frío ha empezado a crecer aquí adentro.

Las manos me sangran, me he arrastrado demasiado y la resequedad ha hecho que se me cuartee la piel y empiece a sangrar sin remedio. Sin embargo, esto es bueno, la sangre esta tibia, la sangre aunque de sabor un tanto extraño no me desagrada. He tenido que recurrir a un movimiento perpetuo, si me quedo por un momento quieto se que sería para siempre, el frío es intolerable. Tan sólo me mantiene en pie mi mente, soy demasiado obstinado como para dejarme morir por esta corta noche. Pienso en ella, la sigo buscando, imagino calles, imagino el desierto y la carretera que me llevan a su encuentro, imagino sus ojos sorprendidos... de nuevo la oscuridad.

He decidido contar el tiempo, camino de un lado al otro contando los pasos, cada sesenta segundos se convierten inmediatamente en un minuto. Mil cuatrocientos treinta y tres, Mil cuatrocientos treinta y.... ¡Basta! Es una tontería, para qué me sirve esta ilusoria enumeración si el tiempo sigue siendo igual de largo, hasta parece que aquí adentro se dilatara y se eternizara, pareciera detenerse, cualquier momento puede ser el mismo de hace unos segundos o el mismo que realizaré dentro de poco. Estoy en la eternidad, soy el prisionero de un eterno silencio y tiniebla, soy nadie.

Si tan sólo no le hubiera confesado que fui yo quien dinamité las colosales estatuas de Buda , pero mi amor tan sólo podía ser sincero, mentir hubiera sido negarme a mi mismo, hubiera sido en aquel entonces negar al profeta, negar a Alá.

Su amor lo pudo todo. Pronto me convertí en su humilde esclavo, fui el amante de sus noches y el protector infalible de sus días. Ahora ella esta escondiéndose en las cavernas del Bamiyán, la imagino orando a ese dios del que tanto me habló, imagino sus labios murmurando el nombre de aquel que según su cristiana religión es el rey de reyes.

Recuerdo los días en que cada uno procuraba con tierno paternalismo influir con los libros sagrados en el corazón del otro. Ella leía y leía pasajes enteros del Libro que para mi tan sólo denunciaba parcialmente lo que sería “la lectura” de la palabra “increada” dada al Profeta.

Cuantas lunas y cuantos jardines empolvados y misteriosos adoramos con nuestro secreto amor.
Ahora ella esta escondiéndose entre los enfermos y los mutilados, ente los hombres sin herencia y sin gloria. Y yo aquí fiel al amor la sigo imaginando y hallando en cada resquicio de sombra que intenta nacer entre estas inmensas tinieblas.

DEUTERONOMIO, IV, 27

La oscuridad parecía abarcarlo todo, La ciudad parecía de lejos un enorme monolito o simplemente un gran termitero destrozado.

- ¡OH! pero por Dios, ¿quién puede vivir allí?

- Tan sólo 700 familias mi señora.

- ¿Cómo? ¿Vive gente?, está usted seguro. No me estará mintiendo ¿verdad?

- ¡Jamás!

- ¿Y por qué viven allí, en esas condiciones?, ¿son leprosos?...

- Nooo... simplemente son familias que han vivido allí siempre, esa es su tierra señora.

Recuerdo aún aquella conversación, ella me observaba sorprendida, demasiado curiosa, quería saberlo todo de una, preguntaba una cosa y otra, todo era para ella tan nuevo. A cada respuesta que le daba se quedaba en silencio y luego volvía a bombardearme con otra y otra pregunta. Era Eva, intentaba nombrarlo todo y yo humildemente era el primer profeta, era su Adán, “el hombre”.

Aquella noche cenamos rodeados por un centenar de ojos infantiles que nos perseguían tímidamente por todas partes, ella era el centro de atención de todo cuanto existía, para mí todo era como había sido siempre, un maldito desorden, un caos, una tierra contaminada que debía ser reformada.

Al día siguiente abandonamos Bamiyán y volvimos a Kabul, esta vez el diálogo era otro, ahora estábamos enamorados, algo, en la noche anterior, había prodigado un intenso enamoramiento.
Desde entonces fuimos inseparables, como su “choquidor” , nombre cómico con el cual me llamaban los médicos y las enfermeras, la acompañé siempre a todos los lugares. Yo era su sombra, ella era la luz, sus manos curaban milagrosamente, su mirada parecía llenar de tranquilidad a los enfermos y a los desamparados, su voz en cambio era rotunda, autoritaria, siempre implacable. Pero en las noches su cuerpo era la fuente que me devolvía la vida y el placer. Nadie supo nunca de nuestro romance, éramos culpables de un amor que desafiaba las fronteras de los dioses, de las guerras y de los pueblos.

Mi raza y mis hermanos fueron perseguidos por hombres rubios, fueron torturados y muertos por guerrilleros que nos odiaban, todos sin remedio alguno tuvimos que huir, algunos nos disfrazábamos con Kurbas y semejando la invisible presencia de las mujeres nos ocultábamos en los bazares o en los suburbios. Otros, nos entregamos a hipócritas causas. Como hombre perteneciente a la etnia de los “kutchis” pude reclamar una libertad limitada, pronto fui enviado por las tropas extranjeras a colaborar en los centros de socorro internacionales como traductor, después, debido a mi honorable conducta pronto pude ascender al puesto de acompañante.

Fue entonces cuando la conocí, ella era una extranjera joven, inteligente y preguntona. Lo primero que supo de mí, fue mi nombre, recuerdo el día en que me demoró en su alcoba enseñándome la vida de aquel falso profeta que se hallaba registrado en su sagrado libro. Cada noche comparábamos nuestros estilos de vida, nuestra fe, nuestra política y hasta nuestras tristezas. Pronto supe que ella al igual que el resto del mundo nos odiaba, odiaba a mi raza, a mi santo régimen. Sin embargo, el amor me ganó y días después le confesé mi verdadera identidad.

- Un espía, ¡Sí! Eres un maldito espía. ¿Por qué?

- ¿Por qué? ¿Qué?

- Vete, eres un desgraciado, debería denunciarte ahora mismo. ¡Talibán!

- Hazlo si quieres. Si te lo dije es porque te amo, y ya no me importa nada, ni siquiera mi dios.

Pasaron diez noches y sus días con el polvo de las calles y con la congoja en el corazón. No nos hablábamos, no nos mirábamos, ella buscó a una “hazara” y por medio de ella me daba instrucciones concretas.

Parecía que nuestro amor estaba destinado al olvido.

Un día fui llamado a su alcoba, al llegar a la puerta mi corazón parecía latir desbocado, las manos me temblaban y un vacío me oprimía el pecho haciéndome sentir un miedo demasiado torturante.

-Entra.

-Me avisaron que me necesitabas.

-Sí. En un mes vuelvo a mi país y...

- Espera por favor, no sigas, antes quisiera...

- Ya lo sé, que te perdone. Ya te perdoné hace mucho. Te amo, pero no puedo seguir aquí, prefiero la muerte o el exilio antes que estar acompañada toda mi vida por una zozobra interminable.

- Pero....

Se levantó de la cama, se acercó y me abrazó, no me dejó preguntar nada, pronto su escaramuza de besos y caricias había surtido efecto.

A la media noche quise abrazarla pero ya no estaba.

SANTIAGO, IV, 11

Han abierto la puerta, afuera unas luminosas siluetas perecen acercarse, estoy en el suelo, creo que algunas partes de mi cuerpo se han gangrenado, otras siguen padeciendo el infinito martirio de la enfermedad.

-¡Levántate!

Alguien me grita, otro me alza y me tira hacia fuera, la luz me ciega, trago polvo, oigo las risas, de pronto, reconozco una voz, es ella. Al fin, mi búsqueda ha terminado, al fin. Ya no seré más un prisionero, ella ha venido a salvarme. Poco a poco me acostumbro a la luz, ya distingo algunos colores, el hombre que está frente a mí parece hojear un libro.

¿Dónde está? Me levanto con lo poco que me queda aun de energía, mentalmente ruego a Alá que me de las suficientes fuerzas para sobrevivir.

Allí está. Se que digo algo, pero ya no logro reconocer mi propia voz, alguien me patea y caigo. Esta vez escucho la voz del hombre que sostiene el libro.

-Si señora. Gracias estos libros pudimos detener toda una poderosa operación. Aquí donde lo ve este hombre estaba dirigiendo una misión que si no hubiera sido porque lo atrapamos cuando huía...

- Ustedes se equivocan, ¡Están equivocados! ¡POR FAVOR...!

- Señora, mire, los papeles lo confirman, este hombre se cree un profeta del régimen, vea los mapas y los apuntes, cerciórese usted misma, este hombre estaba planeado atacar a Kabul, muy bien lo dice aquí, oiga bien para que de una vez esté segura y sepa con quien era que andaba: “Yo reduciré a humo tus carros de guerra, y la espada devorará tus jóvenes o vigorosos leones y arrancaré de la tierra tus rapiñas, y no se oirá ya más la voz blasfema de tus embajadores. ¡Ay de ti, ciudad sanguinaria, llena toda de fraudes y de extorsiones, y de continuas rapiñas!” Ahora señora, déjenos cumplir con nuestro deber. ¡Sargento! Escolte a la doctora hasta el hospital.

- Ustedes están cometiendo un grave error, eso no es ninguna profecía....

-¡Sargento! No me oyó, sáquela ahora mismo de aquí.

- ¡Nahum, mi amor...! ¡Oh, Dios por qué decidiste abandonarlo...POR QUEEEÉ!

Ya no digas más mi vida, vete, no importa que ellos no lo entiendan. Cuantos recuerdos me trajo lo que acabó de leer ese hombre, sé que a ti también, como gozaba a tu lado cuando intentabas demostrarme que mi nombre era grande, cuantos párrafos de tu amada Biblia transcribiste a mi diario.... vete mi hermosa Eva, vete y guarda nuestro tierno secreto, pronto estaré de nuevo en la eternidad.

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