14 mayo 2011

A mi crepúsculo


Algo de élitro, de pétalo,
diminuto como el pico del gorrión
sigue sosteniendo la infancia.

Yo la recuerdo a veces,
parece una pirámide maya;
una ruina conservada entre las lianas.

De allí surge todavía
todo lo posible
y es como si el recuerdo
sólo estuviera allí en la memoria,
esperando el regreso del niño.

En el vientre de los Siete-cueros
desperdigadas por el véspero,
las nubes huyen ruborizadas
como adolescentes asustadas.

Mi pueblo hirsuto de calles empedradas
como si fuera un pesebre
siempre parece perderse entre el musgo.

Después de tantos años
algunas casas persisten con toda su geometría
en mi nostalgia.

A veces me asomo por la ventana a imaginar
la salida de las golondrinas y las tijeretas
y vuelvo a mis tardes
donde el río bajaba bramando
ante el salto suicida
de los pájaros sonámbulos.

No hubo cencerros:
eramos pobres para escuchar ese metal
pero tuvimos vacas felices
jugando entre el lodo
y bueyes glotones
que nos ayudaban
a la justa hora de la sombra
a encerrar a las gallinas.

cosas como esas
nos hicieron olvidar
que en las clases de geografía
existía algo llamado "el mar".

Sólo sé, de seguro,
que al puntual hecho de las gaviotas
lo remplazaba
una guerra marrón de boñiga
y el tañer de una campana
despertando a las palomas.

Que regocijo era ver a las polillas
perdidas de amor
alrededor de los faroles
o esconder el croar de los sapos
para escuchar el chirriar de los grillos en el patio.

Todo poeta tiene su crepúsculo:
el mío sigue eterno,
casi imposible entre las charcas.

Una crisálida,
lo sé,
es la aldaba
de la puerta secreta
para volver al paraíso.

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