22 abril 2011

Escena de la infancia.




El niño juega con los cascos de un camello,
con sus muñecos hechos con los huesos del barro
y las hojas de una palma seca.
El día vierte un aroma de distancias arenales,
hay una claraboya incendiada
dirigiendo el desespero de las cigarras.
El cabello del niño está reseco pero él está feliz
e intuye en el olor del viento
la frutación de las palmeras.
El pueblo está a cinco dunas de distancia
entre el establo y la carpintería
pasando por los viejos pedregales del abuelo.
La madre lo llama con insistencia,
el niño recoge de un manotazo todos sus juguetes
y corre contra una tormenta de arena
apenas dormida entre sus dedos.
El niño se tropieza
cae de bruces con los brazos abiertos,
los muñecos ruedan hasta el fondo de la sangre
y por un momento
María parece intuir un gemido de dolor inexplicable.
La arena hiere la piel del infante
y lo crucifica debajo del mediodía,
los juguetes apenas si lo advierten.
Los demás niños ríen.
La madre llora.

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