15 diciembre 2010

TEMOR PLATÓNICO.




Le temo al amor.
A no poder guarecerme debajo de una sombra
Mientras se descomponen poco a poco las palabras,
Al ruido profiriendo un castañeo espasmódico entre las costillas.

Le temo a sus gruñidos resistiendo el olor de la ebriedad,
A su mirada tronando como tendones al apretar un puño.

Lo más pánico; la soledad intentando atrapar la caricia desbandada
Como un aprisco de nubes que se derrumban sobre un espejo de agua.

Por eso
Yo le temo a la borrosa forma de un beso que trastornó el olvido.

Tuvimos todo el cinismo para amarnos sobre montones de cadáveres;
Alguien nos mostró la cloaca y los huesos germinando como chapolas
Y sin embargo nos atrevimos a desgarrarnos la piel con suspiros.

Ignorábamos la sombra de un animal pervertido que nos acechaba;
Su vaho envejeciendo con sañudo musgo las piedras
Parecía un ciempiés viniendo hacia nosotros desde la noche de los tiempos.
Poco a poco nos fue ganando terreno y pudimos advertir
Como los ojos se nos comenzaban a perder en un tizne bajo de cenizas.
Pero pensábamos que era el hambre o el delirio tatuándonos las ganas.

Pudimos perder las palabras, igual nos sobraron siempre para sabernos
Pero hubo noches en que queríamos pronunciar algo que iluminara la tristeza.

Le temo al amor por su letanía de moscas en fila
Esperando la cadaverina que parimos con entusiasmo en la costumbre.
Al rencor que nos producimos en la fragua más oxidada de los desvelos,
A las retiradas del cuerpo como si algo en nuestra piel oliera a antiguos enemigos.

Yo me reservé, gracias a las distraídas cutículas de mi memoria,
Tiernas imágenes de alguien que fuiste y me amó hasta el espejismo.

Pero le temo al amor,
Al cuerpo de Cupido extendido sobre la mesa de la morgue
Cómo un ave con sus alas abandonadas de vuelos lejanos,
Desvanecidas y mojadas sin más presencia que su ruina.

Temo vaciar el pozo de mis deseos y hallar monedas oxidadas
Que no recuerdan su propósito.
Temo a santos quebrados en mil pedazos
sin atisbos de susurros de amor entre su yeso.

Le temo al amor sin nosotros,
A ese presentimiento agazapado
Escondiéndose, perseverante todavía,
Del animal nauseabundo que lo aguarda.

Le temó al amor que me dejó envejecido
Acariciando pétalos marchitos que nunca regalé,
Le temo al amor que a su muerte, me incubó el Alzheimer,
Por cada trozo perdido de un fui que se fue al silencio para siempre.

No debimos amarnos con tantas luciérnagas delatándonos
Pero que podíamos saber
Cuando un beso nos había hecho alcanzar la inmensidad de las secuoyas.

Ahora lo sabemos
Valió la pena sufrir el factor de invernadero,
Las siete plagas, la succión del agujero.

Pero Le temo...
Al no poder dejar, amor,
De pronunciar tu nombre.

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