20 diciembre 2010

LA TRADICIÓN COMO RUPTURA DEL SISTEMA DENTRO DE LA INFLUENCIA DE LA POESÍA URBANA.



Un poema concentra sobre el asunto

Lo que mejor conviene al sentimiento

Wei T’ai

Siglo Once.

Escribo poesía por esas tantas cosas que he amado, porque estoy enojado con algo del mundo que todavía no se qué es, porque hago parodias equivocadas como un payaso callejero, porque sueño con inmensas bibliotecas y el puntual paso de las estaciones.

Federico Díaz-Granados

Pocas veces se ha visto que un poeta joven, alejado de su egocentrismo literario, se aventure a ser un gestor cultural, un admirable divulgador de las necesidades literarias de sus contemporáneos y a la vez se convierta en un elemento esencial de la articulación de las voces febriles en búsqueda de espacios culturales, de lectores y oportunidades que generen el emprendimiento de un arte colectivo y nacional.

Gabriel Zaid en un gran libro titulado hermosamente como “Los demasiados Libros” publicado por la editorial Anagrama, comentó que los actuales escritores se encuentran bajo un síndrome narcisista que más que demandar el “si me lees, te leo” aboca a un imperativo de “léeme; sólo lo mío es importante”, esta premisa al parecer denota una verdad latente en todos los medios de nuestra nación que adolece de una minoría intelectual cada vez más desesperada por romper con la sombra de la clandestinidad. Zaid continua justificando su enunciado con el alegato de que muchos jóvenes escritores ni siquiera buscan métodos de reciprocidad para proponer lecturas compartidas sino que la gran mayoría se acartonan en la urgencia de su deseo literario creando la frase tenaz de “no me pidas atención, dámela. No tengo tiempo, ni dinero, ni ganas de leer lo que publicas; quiero tu tiempo, tu dinero, tus ganas de leer. No me aburras con tus cosas, dedícate a las mías”. A decir verdad, Zaid no sólo expone una crisis postmoderna de la industria editorial y del oficio literario sino que desenmascara la adolescencia orgullosa de todo escritor.

En Colombia particularmente este fenómeno se ha incrementado después del boom poético que clausuró la generación “del desencanto”, al parecer, la modernidad tecnológica, la deslegitimación de los discursos y los fronteras dentro de los círculos de saber no suscitaron una oleada de manifestaciones trascendentales sino que inauguraron la inevitable mixtura de infinidad de expresiones circunscritas por el desborde informático hacia el centrífugo lar de la empresa instantánea y desechable.

La poesía pasó a formar parte de ese discurso light que impera como principio de la velocidad cotidiana de las ciudades ya no industriales sino consumo-virtualizadas; la poesía pasó de ser un medio frío a convertirse en un medio caliente (los términos son de filósofo canadiense McLuan), donde las buenas intenciones por reforzar el oficio gracias a empresas editoriales cada vez más especializadas en el marketing del libro (las que a su vez se afanaron por reproducir mayores canales de comunicación para trasmitir la información sobre la divulgación literaria), sólo obtuvieron el parco resultado de poca participación, pocos lectores y pocos consumidores de poesía.

Hay que aclarar que aunque parezca paradójico la sentencia no es errada, a pesar de que hoy más que nunca las pirámides babélicas abundan, los consumidores no. Ese desencadenamiento sin embargo no ha agotado la presencia literaria, hoy, a pesar de ese fenómeno global, son cada vez más los libros que se editan, son más lo premios que se crean, más los poetas que escriben, más los encuentros y el carnaval poético. Esto por lo demás sólo ha servido para acrecentar una falsa creencia: que cualquiera puede escribir, que cualquiera puede ser publicado, que cualquiera puede creerse un poeta importante. La consecuencia, observable: una mediocridad intelectual que hoy por hoy solo sirve para alimentar los botaderos de basura de la imprenta.

“Los movimientos poéticos en general y particularmente en Colombia estuvieron determinados por una constante oscilación de fuerzas antagónicas divididas en dos grupos universales a saber que se podían encerrar bajo la categoría de los conjuntos de percepción sentimental del discernimiento humano: el primer conjunto que se denominó como grupo aristotélico, congregó la personalidad sensible dada a la intelectualización de la lengua por medio de la estructura sintáctica psicosocial de las abstracciones; en este conjunto estaban los poetas que convivían con su época, que se comprometían con tendencias axiológicas y con concepciones morales y éticas, definían el poema como extensión de su expresión intelectual y como fuente de conocimiento de los hechos para comprender la condición humana, su pulsión básica fue la potencia Tanática, fuerza destructora y cosmológica que reflexiona sobre lo perecedero y la muerte y que hace posible la configuración de hombres y mujeres entregados disciplinadamente al quehacer de la poesía observando en este arte una forma poderosa de transformación; no procuraron el develamiento o la exposición sino más bien la revolución y la innovación, estuvieron contextualizados y afincados dentro de la realidad y el saber, por último, su poesía fue muestra factible y veraz de la percepciones filosóficas que dirigieron su discernimiento. El segundo grupo se denominó grupo platónico, estaba caracterizado por una visión del universo menos aturdida, la personalidad de este conjunto estaba establecida por una sensibilidad dada a la contemplación de la lengua por medio de la estructura sintáctica psicosocial sensitiva; en este grupo se encontraron los poetas que se mantuvieron al margen de su época, sin adhesiones ideológicas, sin embargo, este alejamiento no se dio caprichosamente sino más bien como técnica cautelosa para resguardar las verdades trascendentales que se ocultaban tras su mente reveladora, fueron seres impulsados por la pulsión del Eros, fuerza impulsora de un constante hedonismo y de una sensación extraña de placidez asombrosa, su percepción se encontró entregada al sentir básico de sus individualidades emocionales, proveyeron al mundo con oráculos y con imágenes espectaculares que enriquecieron el discernimiento; definieron el poema como extensión de la expresión plástica (imagen, sonido, gusto, tacto y demás) y como fuente cabalística de los acontecimientos para comprender la condición humana; estos dos conjuntos totalmente diferenciados fueron las fuerzas emocionales que marcaron el ritmo y la personalidad de las promociones líricas.[1]

Pero con la llegada de los noventa y de todos los fenómenos que conllevaron al arte a convertirse en un producto en serie de las urgencias tecnológicas, la desaparición de las dos especies poéticas se hizo clara, sin embargo un grupo estableció una fuerza de oposición y preocupación: La Generación de los Anunciantes fue la voz de los noventa que se estableció en la expresión descarnada y oracular de las valencias que afectaron en el fin del siglo, la realidad apresurada de la vida de los hombres. Para la generación de los anunciantes el poema pasó a ser el recurso anagónico que les posibilitó los imperativos poéticos capaces de vislumbrar los misterios de la emoción evocada del ser. Nacidos entre 1960 y 1974 a excepción de Piedad Bonnet, los poetas más representativos en este orden de dicha generación fueron: Cristina Toro, Carlos Patiño Millán, Gabriel Arturo Castro, Luis Mizar Maestre, Omar Martínez Ortíz, Winston Morales Chavarro, Martín Salas Ávila, Fernando Denis, Miguel Ángel López Hernández (Vito Apüshana), Yirama Castaño, Antonio Silveira, Juan Diego Tamayo, Juan Felipe Robledo, Carlos Héctor Trejos Reyes, Hugo Jamioy Juagibioy, Sandra Uribe Pérez, Pascual Gaviria, Felipe García Quintero y Federico Díaz-Granados.

Estos poetas que publicaron la mayoría de su obra en los noventa, aturdidos por el aplastamiento desordenado que prensaba todos los sentidos del gran cuerpo social, en consecuencia, decidieron ocultarse en el lenguaje. Clandestinos de su mundo subvirtieron las reglas del juego postmoderno y por medio de la poesía se dedicaron a demandar y anunciar un hermetismo no poético sino existencial. Sus agravios, sus confidencias y sus imputaciones mantuvieron el toque tradicional pero esta vez sin la práctica niminalista de la generación anterior de los restituidores. Los experimentos con la estructura se hicieron necesarios pero no porque deseaban caer en la poesía vacía de kiosco de la esquina sino porque buscaban forzar esos experimentos a fusionarse adecuadamente y artísticamente al concepto que tenían ellos de la estética significativa. Como todo escritor y hacedor de expresiones trascendentales, utilizaron la lengua como herramienta de su habla, generando un estilo que señalaba puntos comunes, espacios visitados, vividos, palabras obsesivas, visiones y expectativas sentidas con la misma incertidumbre e indiferencia y formas de significar el mundo que sólo les demostraban su aparición en el mundo poético no como grupo espontáneo sino como colectivo consciente de una evolución tradicional. Mezclaron a Huidobro y a Nicanor, a Benedetti y a Trakl, a Pessoa y Vallejo, amantes excepcionales de la poesía colombiana precursora de su estilo lograron desembolsar del gran saco de los estilos poéticos el suyo propio. Una poesía que amortiguó en su espesa elucubración las sandeces de la sociedad actual y desde el caldero poético narró cotidianamente, con un lenguaje descarnado las sentencias de la raza. Fue la poesía testiga y denunciante de los descalabros de la piel, de la contemplación. Su forma de expresión se dejó seducir por la técnica de la contundencia y por una musicalidad nostálgica de expectación constante.[2]

El poeta Federico Díaz-Granados fue hijo de este marasmo donde las pasiones más colectivas se convirtieron en cuño de una filosofía intima que abocó por el anuncio de confesiones existenciales.

Un rasgo notable que diferenció totalmente a Federico de sus coetáneos fue su canal de evolución poética, rodeado por poetas y por tertulias desde la infancia las cuales le fueron prodigando su destino, en Federico se maduró la idea de un promotor antes que de un escritor, muy joven aún, concibió el proyecto de compilar la poesía de “Vasos comunicantes” gestionando por la Alianza francesa, ya para ese entonces, el proyecto editorial “Famas y cronopios” publica también su primer poemario “Las voces del fuego”, pero antes de detenernos en el mero aspecto poético es necesario insistir en el rol de promotor que modificó la vida de Federico para siempre. Su adolescencia estuvo circunscrita a una intensa búsqueda por engendrar medios que convocaran voces poéticas, así lo dejan claro sus trabajos iniciales en distintos proyectos editoriales como el Magazín dominical de “El espectador” o el suplemento de “Arte y cultura” del diario “La prensa”.

Desde muy joven mostró una curiosidad por la gestión cultural. Más que un poeta que quería ser leído, se desvivía por leer a los otros, sus antologías nos presentan el mejor archivo lírico de la poesía contemporánea de nuestro país[3], antologador por antonomasia, Federico ha demostrado no sólo desligarse del narcisismo literario sino que ha conseguido la recuperación por el sentido de la figura intelectual y comprometida, sombra admirable de Gaitán Durán, R.H. Moreno Duran o Mario Rivero por solo mencionar tres íconos tutelares de esta categoría en extinción.

Hoy por hoy el poeta tiene a su favor en ser uno de los más importantes difusores de la poesía en Colombia, con su colectivo de amigos poetas y como director de varios eventos y espacios que promueven la poesía ha logrado convocar grandes multitudes que reconocen en él a un agudo antologuista de la historia contemporánea de la poesía colombiana.

Con varias antologías como ejemplos de una labor desmesurada de lectura agónica, Federico se diferencia de sus condiscípulos por ser el anunciador del poeta como pregonero, del poeta como memoria de la aldea.

Dos vocaciones admirables: como divulgador de poesía y como poeta en sí mismo. Es justo afirmar que el poeta emerge de estas tendencias maravillosas de lector e impulsor.

En su profesión intelectual no sólo encontramos al pionero sino también al crítico severo, al interprete certero de los mejores paradigmas de la literatura, un ejemplo de estas aseveraciones son sus libros por demanda que escribió para la editorial Oveja Negra y que dan clara muestra de una mente que busca seducir con el magisterio de sus obsesiones; así la “Guía de lectura de El Aleph y el informe de Brodie” o la “Guía de lectura de Rayuela”, exponen su riguroso método que empotrado al formato establecido de la editorial muestran la interpretación de una obra bajo el caudal elegante de una prosa siempre ajustada a la didáctica.

He tocado hasta aquí temas acompañantes de una personalidad poética. Sin estos atisbos que hacen parte constitutiva del aprendizaje del bardo colombiano sería casi imposible reconocer las influencias, posiciones e innovaciones que hay en el universo de sus poemas.

En el primer poemario “Las voces del fuego” asistimos a una clara dicotomía retórica, por un lado Federico se encuentra avasallado al poder de una hegemonía poética bestiaria que Juan Manuel Roca ostentaba en ese momento y, por el otro la influencia de lecturas, universales y tradicionales, lo van arrojando al remolino existencial de confesar su delirio íntimo.

En este opúsculo encontramos poemas de largo aliento donde el encabalgamiento es forzoso debido a la inexperiencia versificadora, la mayoría se conciben bajo un trazo lacónico y acongojado. Hay una tendencia de amor lírico por describir el sentimiento que produce la urbe; detalle que expone su influencia por la obra del maestro Mario Rivero.

Este libro prologado por Jotamario Arbelaez arrojará una de las sentencias más impulsivas pero a la vez más tiernas: “¿hasta donde llegará Federico Díaz granados? El hecho de que haya llegado hasta aquí significa que no se ha perdido, que en su nave va y en su nave viene. Ahora juega Federico. Se descarta. Le sirven todo lo que pide. Este libro paga por ver. Estoy seguro que ganará la partida” la apuesta de Jotamario es clara, se arriesga a creer en la juventud y pronosticar en esa juventud un dardo de veracidades que vale la pena leer.

Hay muchos poemas de influencia bestiaria, por ejemplo, en Canción para verano nos encontramos ante un poema de tendencia expresionista muy verbal con búsqueda de imágenes surrealistas u oníricas.

Expresa sin lugar a dudas un lenguaje plástico y lo que esta plasticidad en la imagen puede conjugar con el sentimiento, su apuesta es sencilla: lanza los dados por un cruce de sentidos emocionales dados a través de las figuras verbales, sus tropos son collages de impresiones sentimentales con una fuerte manía por los adjetivos. Su poesía inicial está lejos de la experiencia, su semilla es la rareza del lenguaje, el barroquismo. Sin embargo ya en este poemario hay un rasgo llamativo: el acto pasional se establece como figuración adolecida que se devela a través del juego lingüístico.

También está la necesidad expresiva del oficio poético y los temas recurrentes por el erotismo, el esnobismo lírico y el cotidianismo. Aunque en este poemario hay la iniciación de una voz, sus versos son la demostración inmadura de temas ajenos, preponderancia inicial dada por la carambola inevitable del aprendizaje lírico y su suerte poética.

La juventud está sumergida en una intensa reflexión proclivista antes que existencialista, generalmente el único receptor posible es un “ella”, un ser que se amoneda con pasión y que hace posible el canal para los mensajes líricos. En este primer estadio la poesía Federico es mítica en suma.

Sólo un poema vaticina la voz futura del poeta. “Sombras y niebla”, nos muestra esa poesía escaldada por la maduración de los recuerdos, poesía confesional que derrama un tono nostálgico por experiencias de una vida que aprieta con cariño el dolor por habitaciones cotidianamente añorables.

Voy a detenerme un poco en la ilustración de este entramado argumental que declara la poesía inicial de Federico. El juego de emisor–receptor se puede advertir en los poemas: Monologo matutino de un pintor suicida, Izada, Simultanea, Papeles de poeta, Braille, Segundo movimiento para concluir una sinfonía, La noche de los esquimales, Residuos de la noche, Por otro lado, la actitud mítica y bestiaria la podemos encontrar en: Canción para verano, Amnistía, Epilogo de la angustia, Película en 36 milímetros, Panorámica desde punta Betín, Opera prima, Los que no están, Las voces del fuego, Transeúntes, Taller de poesía

La adjetivación rasgo maravilloso lo podemos apreciar en estos pequeños ejemplos: en “Monologo matutino” están “tiniebla reptante”, “dátiles girasoles”, “rota gitana”, En “Amnistía”: “secretas cerraduras”, “máscara muda”, En “La noche de los esquimales: “inhóspita ráfaga”, y en “Las voces del fuego”: “estéril fuego” en “Los que no están”: “soledad negra”, en “Un altar para un maestro”: “lluvia citadina” y “hangares fugitivos”; además cabe recordar los juegos verbales: en “Canción para verano”: “parpados latigados”, en “Epílogo de la angustia leemos: “seres cubiertos / de pálidas costras donde llueve el aire”,privilegiadas entrañas / dan a luz espinas y herraduras”, “unicornios que leen mares”, “epopeyas de minúsculos lobos” y en “Imagine”: “esbozos de latidos cotidianos”, “navegar por los muros / tatuados de humo de la nobleza” y “su sangre era un sismo en la memoria”.

Todos estos patrones nos recuerdan sobre todas las cosas su precoz sensibilidad alumbrada a la luz de esas lecturas terribles que se instituyen como conclaves de su existencia: Cavafis, Dickinson, Vidales, Pizarnik y que de una u otra manera se encuentran como postales en su primer poemario.

En su siguiente libro “La casa del viento”, publicado por la revista Golpe de dados, encontramos una poesía más sopesada, más propia, con una voz mejor definida. En esta época Federico ya ha establecido sus armas de guerra, aquí es donde comienza la metamorfosis del poeta, el sistema es simple, utilizar los valores tradicionales de la lírica como procedimiento retórico para realizar desplazamientos calificativos dentro de la influencia urbanista que denotan sus poemas. Esta ruptura del sistema lógico donde el modificante urbano es alterado por el sustituyente tradicional desde un atributo sorpresa es la rúbrica esencial de todo el opúsculo.

En este sentido concurriremos a poemas donde amor-fabula se concentra más en lo real maravilloso ya que se basa en una develación de conjuros y nostalgias.

Un ejemplo de este artilugio que constituirá su voz está en poemas tales como: Nocturno del trasatlántico, Expreso de la guerra, Una aldea en tiempos de preguerra, Pastoral del nuevo invierno, Oración a Jim Morrison y Evangelio de la noche.

He declarado que la poesía de esta estación, se basa en una ruptura del sistema urbano por medio de un procedimiento retórico tradicional, en el poema Monologo de los cuarteles de invierno se puede advertir toda esta maquinaria de artesano así:

hoy mi soledad dispone de tantos países devastados

Son pequeños souvenirs de la muerte

Pasados por la estación crítica del alma

Si nos detenemos asiduamente en estos versos notaremos como en ellos hay una mixtura de estilos, por un lado nos encontramos con una versificación que se acomoda en el primer verso al movimiento urbanista de Mario Rivero; la unidad fluctuante esta atravesada por un número de acentos de intensidad que da para una combinación de versos desiguales regulados por un paralelismo armónico, la expresión: “hoy mi soledad” está atravesada por un plural que conlleva un sintagma tonal que articula soledad con devastados, los países devastados hacen alusión a una problemática moderna que llega a llenar un presente, en esta medida la imagen cruda y sin mayor profundidad retórica adquiere todo su esplendor gracias a que se convierte en un recurso agónico: elemento tradicional de quien trata poemas confesionales.

Ahora miremos el verso siguiente, este viene no a acentuar una tradición rítmica sino más bien irrumpe dentro de la armonía tonal como calificativo, nos da los atributos que son posibles para que sea, esa legión, indispensable para el poeta, el término extranjero souvenirs viene entonces a ocupar un lugar de perturbación estética que puede significar dos cosas: regalos o recuerdos. Pero lo mejor de todo se encuentra en el verso final el cual genera la ruptura total de sistema e irrumpe como elemento sorpresa; para que habiten la soledad, los países devastados tienen que pasar por la estación del alma, pero esta es una estación crítica, ¿de qué clase, entonces, de países está hablando, qué países devastados pasan ese examen?, he ahí el elemento sorpresa, ¿qué es lo necesario más allá de los devastado, que hace posible la clasificación?

Federico comienza con su nuevo poemario a establecer una ruptura, una distancia con el mecanismo lírico de los poemas urbanos de Mario Rivero. El libro “poemas urbanos” marcó un hito dentro de la tradición, abrió la puerta a una forma poética que tiene sus precursores en Eliot, Pound, Whitman y sobre todo en esa poesía conversacional de los cincuenta y sesenta de los Estados Unidos que es el elemento constitutivo de la poesía urbana.

El discurso por lo demás antipoético que dinamiza toda composición consagró su refinamiento en dos enfoques a saber: por un lado el poema urbano se justifica en la yuxtaposición de elementos que son partes externas que vienen a engranar con el tono, este mecanismo de andamiaje próximo base de los teóricos cognitivos demuestra como la poesía urbana se sustentó en una teoría de la recuperación sensorial; el poema urbano es expresionista en suma, sus collages, las integraciones de elementos polisémicos e intertextuales solo dinamizan la composición oxigenando cada tema particular; por el otro lado la poesía urbana tiene un segundo enfoque de tendencia social comportamental; toda composición es un referente revelador de una influencia social, de una persuasión cultural y que definitivamente pertenece a la teoría del intercambio social donde la maximización del lenguaje de la urbe se da por una transacción existencial del hombre con esta y que al ser traslada al lenguaje poético minimiza el costo de soportar dicha realidad.

En Federico se puede advertir el tono conversacional que quedará en su poesía como secuela de la motivación causada por este movimiento, sin embrgo su poesía transitará hacia una nueva forma de discurso lírico que tendrá en cuenta dentro de la armonía y métrica conversacional los elementos retóricos puros que establecen un carácter de tradición rítmica a saber desde procedimientos que legitiman todo poema como poema y que se circunscriben al manejo de unidades fluctuantes, combinación de versos fijado en valores silábicos, acentos de intensidad, tonos regulados, encadenamientos, paralelismos, cesuras y manejo de tropos y figuras de dicción y pensamiento.

Mario Rivero avizoró este modo de Federico de poetizar, así, al prologar el opúsculo sentenció: “Complace ver que este libro, de obligada referencia en la joven poesía, no se detiene sobre el artificio y la inautenticidad. Nada tiene que ver con las ventoleras retóricas del libro como objeto de deseo, y si mucho que ver con la gravedad, la discreción y la sutileza”, con estas palabras no sólo advierte de la madurez del joven poeta que ha encontrado su propia voz sino de la separación y delgado hilo que une sus esquemas retóricos con la tradición y la postmodernidad.

En su penúltimo libro hospedaje de paso, el poeta ya maneja con destreza su voz, el poemario es la síntesis de su maduración. Aquí está la metabolización de una mixtura siniestra de poetas tales como Dereck Walkott, Wislawa Szymborska, Mark Strand, Antonio Cisneros, Bohumil Hrabal, Antonio Gamoneda, Robert Desnos o Ilhan Berk.

Si pusiéramos en una balanza cada libro del poeta, considero que este sin lugar a dudas sería el que más peso estético contendría. Federico manifiesta ser un derrotista esperanzado, su hilo conductor es la nostalgia, la orfandad que anuncia el pavor por resistir en una vida que está de paso.

Todos los poemas están entrelazados por esa denuncia, Federico es el mayor de los anunciadores, un acusador de la soledad, de la urgencia, de lo perecedero. En su poesía no hay nada que se ajuste al intento por recobrar, su comercio es con la sobriedad para poder comunicar lo perdido, poeta irrefutable de la remembranza acongojada, del desasosiego evocativo. Esto es Federico. Se que es tenaz etiquetar, sin embargo el señalamiento no deja de ajustarse a la personalidad de su poesía.

Los mejores versos e imágenes del poeta se encuentran en este poemario, aquí está: La palabra sin traje con olor a otras tierras / Y que mira con cara de extranjero todas las prestadas alegría, su “cansancio de llenar la estantería de ausencias” la “urgencia de quien ha conocido/ la única moneda de la muerte” el presagio de esos otros rostros que llegaran a habitar, nos dice, estas lágrimas y los otros nombres que tendrá el silencio.

La incertidumbre de Federico se basa en la pregunta existencial de no saber si llegó a tiempo o no, su forma de expresarlo es maravillosa: “no sé si habré llegado en la lluvia equivocada”.

Una estrofa que podría resumir su obra la encontramos en ese bello poema, uno de los mejores de su producción, que se titula: “Personajes de un paisaje de infancia” la estrofa reza así:

Cambio mis terrores, mis miserias, cada tiempo

Por un día de retorno a la primera navidad,

Por no tener que decirle a los colores

Que un día ya muy lejano murieron Turner y Chagall.

Cambio mis secretos por no decirle a las mujeres que amé

Que viven en mis palabras sin ni siquiera yo saberlo.

La verdad esta estrofa irradia toda la fuerza lírica, el estruendoso contemplar con que Federico avizora la vida se resume en una posición de entrega total con cada momento, su iniciativa no es misteriosa, es un método simplemente auténtico para poder denunciar. No es un tanático, ni un hombre que se lanza proclive al desenfreno de una vida derrotada, Federico es un estoico con una profunda saudade. Un derrotista consumado en el optimismo de saberse privilegiado de esa lucha constante con sus “dioses extraviados” que como el mismo dice, se la pasan en cada regreso realizando “un inventario de ausencias

El libro está dedicado a su mecenas, a su mentor lírico de la madurez, si antes habían sido su padre, Vidales y Roca, ahora el poeta atestigua su amor por la tutela de un camionero lírico que le hizo posible muchos asombros a su palabra.

Federico siempre ha sido, además, un crítico severo de su quehacer y su vida, si todo el poemario es un catálogo y descripción de sus fantasmas, en algunos sentencia su capacidad por atesorar la palabra como consejera y definidora de la vida y el oficio.

Ahora el mayor emisor es su hijo Sebastián, a él van dirigidas esas, no enseñanzas, sino recomendaciones de equivocado. Por el otro lado tenemos también al poeta que se aleja de su obra y comienza a reflexionar sobre ella. En el prólogo al libro al libro "La música callada, la soledad sonora" (Antología de poemas al jazz) encontramos lo siguiente: “La poesía surge de la certeza humana y su piel se ha formado de ausencias y presencias, de vacíos y plenitudes, de asombros y milagros”.

Así de igual manera es él quien introduce uno de los primeros atisbamientos críticos que busca definir su misma promoción, ya no se trata del acto de compilar o realizar antologías sino del afán por señalar el colectivo y su carácter, en el prólogo a la muestra "Doce poetas colombianos: 1970-1981", Federico expresa rotundamente:

“La ciudad como escenario dominante y emblema del mundo moderno es protagonista de la nueva poesía colombiana, como también lo sigue siendo el amor, la muerte, el implacable paso del tiempo y la cotidianidad con sus miserias. El viaje a la semilla, a la niñez, la elección de un lenguaje, conscientes que es éste el vehículo a través del cual se representan y se perciben dentro del mundo, seguirán siendo preocupaciones cardinales de los recientes poetas.
Se puede observar en esta muestra las características de una promoción que busca respuestas en la tradición poética y presenta menos intenciones rupturistas o neovanguardistas consiguiendo con esto una poesía cuidadosa de la unión entre forma y sentido. Es curioso que los jóvenes poetas colombianos, mantengan un talante tradicional en su poética. Poco de malabarismos vanguardistas o propuestas vertiginosas e irreverentes se ven en esta poesía y si mucho de trabajo riguroso con el idioma y de la delimitación de mundos personales desde la emoción y la reflexión.

Sin duda se trata de una promoción que ha hecho una lectura juiciosa y afectuosa de los poetas colombianos y de muchos de los autores ya considerados canónicos por la crítica, la academia y los lectores.”

Este enunciado contiene someramente no sólo la posición lírica del bardo sino también el tributo a una serie de amistades que contagiadas del mismo desasosiego se reúnen a chocar copas de incertidumbre con la época que les tocó vivir.

Hoy por hoy, Federico es reconocido ya como una referencia generacional indiscutible, dos antologías de sus opúsculos se han llevado a cabo, Álbum de los adioses y Las horas olvidadas. Ambos, una muestra necesaria de un poeta indiscutiblemente contemporáneo pero también tradicional. Federico a realizado breves modificaciones a algunos de sus poemas en estas antologías; títulos con minúsculas permutas en sus conjunciones o en sus preposiciones, poemas donde se omite una palabra o se corrige un verso. Esto por lo demás sólo nos señala su intención por obsequiarnos libros que cada día se perfeccionan más para que nosotros nos deleitemos y lleguemos a la conclusión de que un poema es también un objeto que necesita ser revisado y que con el tiempo muta o metamorfosea en otras lenguas, en otros lenguajes, en otras, a lo mejor es necesario afirmarlo, presuntas definiciones totalmente ajenas a su primer universo.

Tradición y tendencia postmoderna en un estilo único de poesía que hace parte del referente ancestral de nuestra poesía, quizás Jotamario vaticinó bien, Federico se seguirá leyendo y cada día tendrá más importancia, es como un vino que con los años va contaminándose de un mejor sabor, sus poemas siempre serán esos pequeños artilugios que en todo momento harán descender “la nostalgia / para viajar por la memoria” Y aunque sepamos que Dios nos dio “estas almas con fecha de vencimiento” su poesía será ese consejo de padre que nos seguirá dando la fuerza para soportar:

Recibe la vida, feliz o en bancarrota,

Pero recíbela entre músicas y palabras.


[1] Extractos mi libro inédito “Los murmullos de la intimidad: una mirada reveladora a la poesía en Colombia.” Capítulo: “un oráculo trastornado por la soledad: la modulación indiferente de los anunciantes”

[2] Extractos mi libro inédito “Los murmullos de la intimidad: una mirada reveladora a la poesía en Colombia.” Capítulo: “un oráculo trastornado por la soledad: la modulación indiferente de los anunciantes”

[3] Entre las antologías más importantes encontramos: Oscuro es el canto de la lluvia (Antología, Alianza Francesa, Casa de Poesía Silva, 1997), Inventario a contraluz (Antología de la nueva poesía colombiana, Arango Editores, 2001) y El amplio jardín (Antología poesía joven Colombo-Uruguaya, 2005) otras antologías son: Poemas a Dios (Editorial Planeta, 2001) y Poemas de la patria (Editorial Planeta, 2001)

1 comentario:

T A T I K dijo...

Para escribir sobre un poeta, un poema o de la vida de alguien, se debe sentir desde el fondo...Zeuxis, un muy buen ensayo...argumentado, directo, investigado...es fácil reconocer a Federico a través de tus palabras...pues tú también eres poeta....Gracias por compartirlo...para terminar y sin lugar a dudas...ahora todos en estos últimos años son poetas...espero que vivan la poesía y no la tomen y la dejen únicamente cuando quieren hacer catarsis...la poesía es para vivirla a todas horas, en todos los espacios y en todas las vidas.

Creo que esa es la diferencia entre quienes DICEN SER POETAS y entre QUIENES LO SON y sus lectores los reconocen en sus textos, acciones y sentires.