01 noviembre 2010

Espacios territoriales e identidad

Dos culturas:
Los aztecas.
Este pueblo junto con los incas o los chibchas de Colombia, es quizá el paradigma por excelencia del avance indígena americano. Basados principalmente en un sistema político-económico, los aztecas recrearon una forma particular y eficaz de identidad y verdadera simbolización cultural universal.
El lugar se concibe como emplazamiento patrimonial base de la sociedad. Al ser un pueblo sumamente bélico y expansionista el lugar se posiciona como nervio central de la manutención social de la urbe.
El principal detonante del gregarismo azteca no se basa en un molde cosmológico sino en un modelo jerárquico de protección económica, algo así como una fusión entre la ciudad polis griega y la ciudad feudal del Medioevo. Aquí el lugar donde se logra asentamiento es también el lugar inalterable para la consolidación del poder. La modificación entonces del paisaje natural es radical; hay una ruptura total con el entorno, la ciudad misma es una invasión que se posiciona y modifica alterando para siempre el espacio. El nombre base de este tipo de ciudad lo propuso James Lockhart y su uso se extendió para el estudio general de los pueblos de Méxica.
El altépetl que podría traducirse como cerro sobre el agua es el nombre para señalar el tipo de urbanismo creado por los aztecas. Si bien, entendido este como emplazamientos artificiales donde se modifica la tierra por medio de inundaciones a partir de amplios canales, la ciudad toma la forma de isla y se entrelaza por medio de un sistema que cumple una doble función: protección y poder. El primero que aísla la ciudad y la resguarda y el segundo que la inunda de aristocracia y belleza.
El lugar concebido como artilugio de la fuerza creadora del hombre, la ciudad como objeto que satisface la demanda de vigilancia al sostener privilegiadamente sobre un entorno ya no cultural sino netamente jurídico.
Este paisaje exclusivamente artificial sólo atendía a una clase de desarrollo sostenible; la planeación de su disposición cerrada facilitaba el recaudo y por ende el enriquecimiento y sostenimiento del tributo.
Los aztecas configuraron el hábitus en demanda de su ambición progresista, la ciudad es un objeto que satisface y facilita la trascendencia de la sociedad. El más importante patrón de cultura en esta medida se basa en la organización ética.
La ciudad ya no es sólo un lugar sino un órgano moral en sí mismo, es una reproducción del esquema trilógico de los juicios de valor teocráticos dados por Hans Albert, a saber en este sentido:
1. La ciudad se propone y se cualifica como forma de estado de cosas con el aludido para la toma de decisiones
2. Se supone como valida su capacidad de ejecutar principios normativos que exigen correspondencia, toma de posiciones y reconocimiento
3. La expresión normativa da los destinatarios el enunciado de identidad y compromiso correspondiente.
En esta medida el lugar concreta también un constructo de juicio de valor que lo convierte en un espacio imperativo. La ciudad semeja un sistema de gobierno que se interconecta con otros lugares culturales gracias a su disposición monticular; en este orden, desaparece el paisaje natural y se convierte en paisaje artificial ya que la unión de todas las ciudades-palafitos son un gran monstruo urbanístico, todas confluyen hacia un orden cerrado que denominaríamos como ciudad capital, los aztecas en esta medida serían precursores de la actividad urbanística del barroco.
La religión, la familia, el trabajo, etc., giran alrededor de este mecanismo constitucional. Los millones de habitantes con que contó el pueblo azteca, puede llegar a afirmarse estaban totalmente reconocidos y vigilados por su propio sistema.
Amalgamando lo espartano con lo ateniense y formando así un complejo feudal que competiría, gracias a su entramado urbanístico, con las ciudades actuales, la ciudad-objeto méxica se consolida como un esquema cerrado de posibilidad patrimonial único, codificado y mantenido gracias al patrón concéntrico regulador de su propio paisaje artificial.
Si los sioux consideraron el tótem como representación alegórica de su identidad cultural, los aztecas mitologizaron el altépetl como espacio territorial de identidad soberana.

Los mayas
Para adentrarnos en el estudio de la cultura Maya es necesario partir de un patrón esencial de dominio cultural a saber: la cultura maya basa su existencia en relación con su religión, de esta manera, la religión ya no sólo es un sistema dentro de la organización cultural sino que es el eje articulador para la creación misma de la cultura. No obstante, la religión es el paradigma axiológico que ordena la cosmovisión del mundo maya. Así, la política, el comercio, la arquitectura, la sociedad y demás se estructuran bajo los bucles de estratificación lógicos que la religión demanda. La primera forma de ordenamiento gregario de los pueblos mayas deviene de la búsqueda de “lugar” cosmológico para asentarse. En esta medida, los mayas no modifican el “entorno natural” con base a sus necesidades sino con base en las necesidades de estar en comunicación con sus dioses. Los asentamientos de los pueblos mayas se ubican en planicies cercanas al mar. La selva de la península del Yucatán y las pequeñas elevaciones montañosas del sur de México donde se asentaron las más de 300 poblaciones mayas están dispuestas en dichas geografías por dos razones a saber: 1. Espacios llanos con posibilidades de observación astrológica (no astronómica, ya que ellos ven en el cielo no sólo estrellas sino dioses); la ciudad sólo es posible en este entorno ya que sólo así se está en comunicación directa con los dioses para mantenerse protegido y 2. Red orgánica de equilibrio del mundo humano con el mundo natural; la planicie se propone en un sentido de enclave auto-sostenible (la cercanía de la planicie con el espacio fértil hace posible el sostenimiento). Los mayas buscaban terrenos descampados que estuvieran ubicados cerca de territorios altamente fértiles, los terrenos descampados sosegaban la necesidad de acercamiento con los dioses, así el “lugar” de “hábitat” (entendido este desde la concepción de Bordieu y Levy Strauss como espacio-ahí) se convierte en un “metalugar” ya que contiene en su concepción una comunicación directa con un no-lugar ya no espacial sino espiritual. La astrología rige en esta medida la posibilidad primera del urbanismo cultural maya. Lo que lleva a la conclusión que los pueblos mayas se crearon a partir no de una concepción de “topos” sino de “mitos”.
Las ciudades en este orden de ideas son un espejo de la estratificación mitológica. El dios se encarna en la sociedad como sumo líder, caso similar al entramado egipcio o los hormigueros. Así la ciudad se ordena y se concibe para mantener no sólo el orden cosmológico sino la pirámide social. El entorno cultural modifica la sociedad a partir del principio mitológico. Las ciudades en sí no eran espacios habitables, para comprender este postulado tendremos que acogernos a la definición radical de Marc Augé sobre el no-lugar. La ciudad maya es un espacio de relación, de intercambio, de encuentro, de posibilidad ante todo. Ampliemos un poco más: la ciudad maya concentra su vida social-religiosa, entiéndase esto como vida no familiar o habitable, como centro y canal para el mantenimiento del orden jerárquico. La ciudad es una red de intercomunicación que va de adentro hacia afuera, el entorno se ve modificado radicalmente y en consecuencia este comienza a girar cerca al centro inamovible (templos, pirámides).
La ciudad entonces contiene un rasgo particular diferente de la posibilidad que la semeja con la polis griega que basaba su ordenamiento en este principio (Templos en el centro, sociedad alrededor). La particularidad está en que la ciudad maya no es limitada, es ilimitada en la medida en que el paisaje cultural se mueve constantemente dentro del paisaje natural. El pueblo, penúltimo peldaño y reflejo cosmológico de lo humano y los esclavos se precipitan alrededor de la “ciudad” centro; el territorio es un sistema en movimiento constante que gira en torno al centro inamovible y limitado. Una ciudad reloj, la maquinaria que es el corazón es estática, el pueblo, manecillas de la maquinaria se extiende y repliega sobre este centro.
No hay límite entonces (muralla, foso, etc.) que separe la ciudad del paisaje natural más si hay frontera entre la ciudad que se mueve y la ciudad quieta.
Por eso el centro de la ciudad se convierte en un no lugar como lo son hoy en día los centros comerciales.
Otro aspecto importante de la concepción de “lugar” en la cultura maya se encuentra dentro de la ciudad que se mueve: allí no sólo encontramos las residencias, los barrios podríamos denominar, sino que encontramos complejos residenciales basados en un solo concepto de edificio, encontramos pues una de las primeras posibilidades fuera del mundo aristocrático de organización urbanística gregaria uni-espacial: varias familias o clanes conviviendo en un solo edificio.
Por último es claro advertir que el usuario-hombre es una clave primordial de la ciudad, el habitante no sólo pertenece a un territorio de ecosistema sino que a su vez este se convierte en una imagen y objeto del símbolo centrífugo de la cultura. La guerra florida, los sacrificios sacerdotales y los juegos rituales de la pelota son sólo sistemas de utilización del lugar dentro del no lugar. Explico: al ser la ciudad una replica orgánica de la cosmología esta debe representar comportamientos que le den un equilibrio, la ciudad inamovible necesita moverse pero no de su lugar emplazado espacialmente sino en su no-lugar de emplazamiento intercomunicacional. Así el centro de la ciudad con sus sistemas ritualizados genera movimiento y el habitante deja ser habitante para pasar a ser objeto de consumo de los dioses. La ciudad entonces es en definitiva un símbolo y su lugar un mito.
El lugar se amalgama al “topos” natural como organismo que palpita. Hablamos de una ciudad viva, una ciudad criatura.

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