El secreto de sus ojos: la pasión.

Campanella vuelve a la pantalla grande con sus dos más queridos actores: Ricardo Darín y Soledad Villamil, esta vez con la misma historia de amor pero enredada con un crimen al mejor estilo Raymond Carver o Thomas Harris, la gran diferencia: la espectacular e inimaginable venganza.

Un filme que transcurre como le gusta a Campanella, con la obsesión retrospectiva de los recuerdos y el gratificante sabor que dejan los excelentes diálogos además de su obsesión por la intensa manía de reflexionar con sus personajes sobre las tragedias y las alegrías del amor. Una película cargada con las mosntruosas dosis de la horfandad y la soledad que dejan tras de si las malas desiciones y esos remordimientos asiduos que van poblando poco a poco lo que finalmente terminamos siendo.

Hay de todo lo que gusta un poquito, esas fotografías dadas al asombro de la retina, esos encuadres que promulgan los aprendizajes del cine gringo adaptados a la cotidianidad de las historias bien contadas en latinoamerica.

Un crimen, un amor, un buro de amigos con historias inolvidables y la pasión; aquella que tanto Arístoteles como Plátón y Borges y Schopenhauer decidieron denominar como el motor de la naturaleza humana.

Escenas insoslayables, mágicas e imposibles como la del estadio de racing y un final sorprendente donde Campanella logra demostrar su magisterio diciéndonos que la mejor forma decontar una historia y terminarla es haciéndola lo más natural y humana posible cerrando como debe ser, al final, la puerta de una vez por todas.

El secreto de sus ojos, una película que te dejará mirando a las personas directamente a la cara, buscando su secreta y mágica pasión.

Ahora bien, los personajes son impresionantes, el enrarecimiento ordinario que pesa sobre cada uno de los que conforman la historia parece ser imprescindible, no hay diálogo, actitud y carácter que sobre, la mujer victima, eje del filme, la cual vemos tres veces es fatalmente la mujer que nos articulará historia con la misma sensación con que embarga a los demás intengrantes de la confabulación.

A Campanella le bastan estas sutiles incrustaciones fatales para dejarnos obsesionados, la película invita a reelaborar, a investigar.

Esa mujer, que vemos como un recuerdo, luego como un hecho criminal y finalmente como un palimpsesto engrana cada parte de la película.

Observemos mejor esta situación: en un primer momento la narración gira bajo la atmósfera de una contextualización estilo "Tinta roja" o cualquier película latinoamericana que ensaya explorar el biopic injertado dentro del filme político.

La cotidianidad y muestra de los sucesos que remueven un país normalmente a través de la incertidumbre de un sujeto que a la postre es representante de ese statu quo.

En la segunda parte la trama se compacta bajo las tensiones emocionales que son el resultado de una impresión y un sentimiento y que para su ordenamiento eficaz el amor se nos presenta como el eje sujetador de la maraña.

El tercer momento es definitivo, la secuencia gira bajo el acto infame, bajo la acción insistente de recuperar y mantener constantemente el delirio, la obsesión.

Una buena historia que a Raymod Chandler le hubiese gustado escribir. Quizá lo mejor de lo que una verdadera novela negra puede llegar a ser. Allí está el crimen como objetivo secundario, la violencia como descripción apenas insinuada, pero sobre todo están los personajes derrotados, decadentes con sus búsqueda eterna por la verdad y la justicia, esta, al final de cuentas, alcanzada a cualquier precio, aun a consta, de la vida misma.