16 octubre 2012

LÍRICA




Calíope

Un grito para desahogarse puede silenciar el mar de las caracolas.
Aquella noche la lluvia parecía mecer un abismo como queriendo olvidar
Pero la gran desazón de los centinelas consistía en aferrase a los derrumbes
No había mundo para renombrar los calendarios o inaugurar el patio de recreo.

Ellos caminaban como una procesión injusta que no perdió su turno en el cadalso,
Yo estaba despertando, creando el universo entre la penumbra y la inocencia,
Ningún pájaro cantó, sólo un hombre se arrojó de lleno contra el olvido.
Aquella mañana pudimos desayunar en el paraíso.

Erato

Se obsesionó en definir las trasparencias sin reconocer la importancia de las aristas
Ese fue el legado que una vez nos dejaron estas cenizas pegadas como sombras en las despedidas
De ellos aprendimos que el rocío puede arder justo antes de que se pronuncie una presencia
Y también, que los muros son como animales muertos al lado de ciertas maneras de vivir.

Entre tanto, en aquellos días, los nubarrones parecían encontrar una música extranjera,
Algunos solíamos fugarnos hasta que la fatiga ya no podía tener nombre.
Quemamos la corteza de un árbol petrificado parecido a la zozobra
Y entonces agradecimos por reconocer que esta manera de destruir no era otra cosa que el deseo.
Después enterramos cada uno de sus helados y rígidos objetos: nunca pudimos darles un uso.
Reímos con la última palada y fuimos de nuevo a jugar con cosas menos inservibles.

Polimnia

Yo profané un futuro y ahora todas las noches tengo que llorar para olvidarlo,
Lo que vi no está dado para utilizar como prenda de amor en la fogata
Ni se puede llevar de camino como quien cuelga a su espalda la felicidad,
Simplemente merodeé por un clima tísico, que no daba lugar a las dudas de un final.

Todavía hay algo de esa harija inquisitiva poblándome las maneras de ser feliz,
Los días los espero con irresoluta cordialidad, sé que son los míos, los últimos.








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