27 junio 2010

Tropel

ANTECEDENTES HISTÓRICOS Y DIAGNÓSTICO DEL PROBLEMA



Plantear una historia sistemática, que dé cuenta de los diferentes periodos y procesos evolutivos por los cuales han venido transitando y madurando los diversos grupos estudiantiles revolucionarios, es de por sí comenzar a depurar arbitrariamente un sin fin de fuentes y de datos debido a que la objetivización de los mismos conllevan a interpretaciones disímiles, subjetivas y complejas, que darían para una variedad de temas de análisis.
En este sentido, es pertinente anotar que la interpretación y descripción de la historia de los movimientos estudiantiles estará dirigida por el eje pedagógico-artístico y que desde éste se buscará entender (desde una mirada no tan dada al prejuicio), los fines, acciones y sueños de los pensamientos grupales de la revolución, para esclarecer aciertos psicológicos en algunos casos y en otros simplemente para restablecer el carácter crítico social de estos movimientos contestatarios, que anclados en la clandestinidad han osado luchar en pro de los derechos y en contra de las conformaciones políticas que sólo pretenden el conformismo.


Colombia muestra desde su misma evolución como nación, un patrón típico de convergencia revolucionaria donde las diferentes ideologías, istmos y escuelas de pensamiento han sufrido un amalgamiento oxidante con una tradición no preparada políticamente para abarcar la discusión sobre las diferentes problemáticas.


Es desde el centro mismo de las universidades públicas, donde la tendencia a reunir discursos occidentales y orientales revolucionarios logra influir sobre un puñado de estudiantes que ávidos de protagonismo histórico y de compromiso consciente con su patria comienzan a sobrepasar las aulas y los claustros académicos, llevando su pensamiento ya sea acertado o digresivo a las calles, alterando y promocionando un interés por los dilemas sociales que se incuban en el gobierno.


Tales discursos que tienen su raíz en los manifiestos sindicalistas europeos dados por el socialismo y sus diferentes vertientes ideológicas y que son el instrumento retórico de las primeras luchas latinoamericanas, hacen posible el nacimiento de protagonistas que con el pasar de los años se convertirán en verdaderos epónimos incitadores de grupos estudiantiles.
En los años sesenta comienzan a manifestarse directamente ante el pueblo colombiano, a través de diferentes formas de expresión que de inmediato empiezan a ser reprimidas por la fuerza pública y señaladas equivocadamente por la sociedad.


Es así como se observa que la persecución que a principios de siglo, llevó a Quintín Lame y Biofilo Panclasta, a Gaitán o años después al mismo Camilo Torres a la muerte y hasta al comandante Bateman, se encona más agudamente en la respuesta coactiva que crea el gobierno ante cualquier tipo de manifestación que busque sacar al pueblo colombiano de su anonadamiento ignaro y populista.


Las universidades públicas no ajenas a estos cambios sociales y políticos que establecen una crisis en las formas de pensar de la sociedad colombiana, replantean una critica severa a las distintas formas del proceder legislativo, judicial y ejecutivo que basan su poderío en un derecho anglosajón adaptado a las dictaduras de unos gobernantes que dejan de lado las necesidades básicas de sus ciudadanos.


Es, en los cincuenta, a través del teatro, la poesía, conferencias y debates donde la universidad encuentra su punto de divergencia que hace posible su identidad nueva ante los colombianos, ya no como una universidad de aprendizaje, sino como una universidad gestadora de cerebros pensantes y críticos que educa u orienta con lo mejor y más contemporáneo que existe en las diferentes ideologías y paradigmas que auscultan secularmente y revolucionariamente los hilos invisibles con los cuales se teje la cuadrícula política de nuestra soberanía.


Las primeras fuentes de una manifestación estudiantil como tal se pueden encontrar en los archivos fotográficos del IPN (instituto pedagógico nacional) donde se ve en las imágenes la homogeneidad de un grupo de estudiantes, que armados con pancartas y con la inteligencia de la juventud, salen a las calles dispuestos a entregar sus vidas por un rotundo cambio de ideas políticas.


En un principio (en los años setenta después de la ardua labor academicista que llegó a nuestro país y educó a nuestros jóvenes con ideas anarquistas, socialistas y sindicalistas), los estudiantes deciden llenar baldes con piedras y a través de primitivos mecanismos de poleas, suben éstos a las azoteas creando, ante el sorpresivo grupo de estudiantes y policía que se hallaban presentes, un nuevo tipo de manifestación revolucionaria donde la capucha establece el nuevo protagonismo de lo que en adelante será la manifestación estudiantil universitaria.


Tal grupo clandestino tiene como base ideológica la anarquía y se puede llegar a afirmar que es en la Universidad Pedagógica Nacional donde verdaderamente nace el dicho pensamiento como tal, sin embargo, estos grupos que deciden reguardar su identidad personal detrás de un trapo se van multiplicando, desencadenando ya no sólo la discusión por las problemáticas sociales comunes, sino que ésta vez los encapuchados, neologismo que hoy en día es legitimo desde la misma academia, comienzan a señalar objetivos mas cercanos a su propicia realidad, metas que esta vez se trazan desde un cambio ya no social sino desde un cambio radicalmente estudiantil.


El tropel entra en escena dejando una leyenda estereotipada en la sociedad y demarcando con ella el carácter radical de los estudiantes. Los años setenta dejan claro el nacimiento de un profundo movimiento que esta vez es totalmente clandestino y que establece nuevas formas de manifestación, particulares en operatividad y acción.


El movimiento contestatario y la universidad se convierten en un espacio más de lucha que dado su contexto universaliza todas la problemáticas sociales. El tropel o pedrea como comúnmente se le llama, llega a los años ochenta reforzada por otras manifestaciones que comienzan a apoyar las nuevas medidas tomadas por los estudiantes. Grupos de teatro influidos por el absurdo y lo cruel de Beckett y de Artaud y por los movimientos franceses y mexicanos estudiantiles buscan desesperadamente hacer de conocimiento común, también, el esfuerzo de la universidad pública de Colombia y de sus protagonistas.


Esta época marca la popularidad y la legitimación de la propuesta tropelera donde se destaca la capucha como instrumento de desindividualización y se instaura como traje típico y carnavalesco que hace posible la expresión reprimida de los sentimientos estudiantiles que encuentran su catarsis en los molotov, en las caucheras, en las bolochas, en los petos y en las piedras, buscando a través de dicha ejecución catártica devolver una agresión no razonable, ya que, acallar con golpes el grito de los argumentos verosímiles no tiene sino como respuesta única el desencadenamiento de una rabia que se ve claramente esparcida en el rencor y dolor que los estudiantes mismos manifiestan.


El gobierno preocupado por estos hechos y premeditando quizás una fuerza revolucionaria comparable al movimiento estudiantil chileno y argentino inicia como en “La noche de los lápices” a diseñar y planificar, ya no formas coactivas, sino verdaderas cofradías que desencadenan la desaparición de estudiantes y maestros; con la muerte y desolación que manos secretas establecen en esta época indiscutiblemente los hilos invisibles del poder buscaron acallar la necesidad expresiva que se tejía en las universidades.


Entre los años sesenta y noventa la acción del encapuchamiento no lleva en sí la presentación de símbolos artísticos como tal, sino de expresiones simbólicas artísticas, se puede decir, que el ritual pagano o aquellarre con que comúnmente se celebran las acciones revolucionarias estudiantiles son la muestra fidedigna de una expresión artística enraizada en los más profundo del sentimiento capucho, pero es sin lugar a dudas en estos años donde se establecen las formas pedagógicas definitivas que identifican el movimiento contestatario encapuchado. Es desde la expresión de la pancarta, el trapo y la retórica del discurso tropelero desde donde se comunican aciertos políticos y desde donde se comienza a perfilar la ironía revolucionaria a través de lo caricaturesco y lo blasfemo que no son más que hoy en día el recuerdo artístico de manos inteligentes que buscaron plasmar a través del humor los desequilibrios o descalabros de un gobierno como ellos mismo llaman “imperialista”


En el fragor también de la lucha, la fogata, y la arenga, como grito burlesco y motivador, se instalan como símbolos puros del encapuchamiento o de la lucha encapuchada. Coros y cantos que van desde lo más infantil hasta lo más complejo, irrumpen como formas propias que luego se reproducen en las calles, en los grupos musicales, en los partidos políticos de izquierda y en los comentarios del día a día.


El manifiesto, el boletín, el panfleto y otras formas literarias también se establecen como formulaciones lúcidas y artísticas de los encapuchados que respaldados desde la teoría revolucionaria comienzan a promulgar un nuevo lenguaje, un nuevo estilo narrativo para describir la realidad.


Expresiones como imperio, cerdo, yanqui, tombo, capucha, entre otros, inciden en el pensamiento colectivo instaurando una nueva forma literaria totalmente aceptada y legitimada desde el mismo estudiantado que los apoya.


Sin embargo los noventa terminan terriblemente para el movimiento capucho y traen la desgracia, la nostalgia y siembran el pánico. El nuevo siglo irrumpe debilitando la fuerza ideológica y operativa de los movimientos estudiantiles siendo estos señalados bajo, también esclaro advertirlo, nuevas expresiones. Ahora la lucha clandestina del capucho se convierte en la lucha de un delincuente que utiliza el terror como su instrumento de expresión. Se empieza a denominar al encapuchado como terrorista y su símbolo del encarpamiento comienza a ser desvirtuado y metamorfoseado fácilmente hacia otros oscuros conceptos, que hacen ver la manifestación estudiantil como la manifestación típica de un vandalismo deliberado.


Es entonces, donde el encapuchamiento toma dos vertientes a saber claramente observables, la lucha a muerte que establece victimas a lado y lado, y el simbolismo artístico y trascendente como elogio a sus víctimas.


Es el nacimiento de una nueva especie de graffiti que ya no busca legitimar un nuevo lenguaje revolucionario sino que busca plasmar una evocación nostálgica de sus compañeros y que profundiza a través de lo artístico la mixtura de una cultura clandestina que se resguarda en la pacha mama como guardiana tutelar de los espíritus de la lucha, es la búsqueda de un artificioso culto que promulga una comunión ritualítica que propende no a las lágrimas, sino a la guerra florida que se aproxima en cada lucha, es un homenaje que establece un diálogo entre los vivos y los muertos, entre lo dejado y por hacer.


Este nuevo abordaje que se da en la revolución estudiantil establece nuevos horizontes y nuevas semillas. Alrededor de lo guerrero confluye también lo artístico, ya sea desde lo muralístico, lo plástico, lo literario, lo poético y lo musical y desde lo investigativo se restablece el carácter ya no discursivo sino discusional o de debate, se multiplican los centros de investigación y análisis social, los semilleros y los proyectos de intervención social que plantean no sólo nuevos horizontes sino nuevas formas de abarcar la realidad.


También es, en este punto álgido donde el movimiento contestatario establece interrogantes sobre su historicidad, necesidad de identificación y posición protagónica ante el pueblo que a través de entrevistas y conferencias posibilita las posiciones críticas ante la política y las ideologías por parte de ciertos grupos de encapuchados.


Es donde se ve claramente la necesidad de registrar el fenómeno controversial del encapuchamiento no sólo a través de libros tales como Al calor del tropel, sino de también por medio de video-clips o grabaciones auditivas y de portales virtuales que dejan entrever su involucramiento y necesidad de estar peleando una lucha en igualdad de condiciones.


El encapuchamiento busca establecer ya no símbolos sino códigos que trasmitan mensajes claros y rotundos que se inserten en el mismo germen tecnológico.


Pero el nuevo siglo presenta el fenómeno del movimiento revolucionario estudiantil como un fenómeno pretérito, un fenómeno estéril, que espera desde un pasado que ya no incide en el presente. La crítica, la opresión cada vez más recurrente han dejado al encapuchamiento en una especie de estancamiento donde su sobrevivencia, como fenómeno revolucionario sólo es posible desde ciertos deslumbres contestatarios, que más que salidas de un movimiento fuerte y desaforado muestran es el opacamiento de un rito que sólo se hace público para dejar entrever ciertos homenajes a ciertos personajes de su historia, para revindicar las fechas especiales y para advertir que su sombra de animal expectante sigue velando, quizá esperando el momento justo para una nueva revolución.


Los antecedentes históricos demuestran que el encapuchamiento si establece un arte y una pedagogía propia, que su sentido crítico se basa en una expresión contestataria que fusiona mundos, culturas y pensamientos, y que su languidecer esta aun muy lejos.


Eso al menos es lo que debemos pensar.

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