01 octubre 2011

El oso



Si algo puedo confesar que adeudo a mi familia es sobre todo el hecho de amar el cine; ir al cine era una secreta forma de divertimento que padre y madre solían tener. Esta distracción los alejaba de su mundo estresante y les daba ese relajamiento que tantas veces buscamos en esta afanada existencia. 

Como vivíamos en un pueblo, ir a cine era casi imposible, lo mejor que se podía hacer era alquilar las películas en Beta y alquilar la consola para verlas en casa. Eran películas muy precarias, muy carentes de profundidad pero que maravillaban. 

Kalimán era un señor bajito de bigote cantinflesco que solía vivir con una manada de perros, era simpático, algo cómico y dado al cariño de la gente y de los niños. Vivía en una pocilga casi derruida pero en ella tenía televisores, betas, vhs, películas y un laberinto de alcobas donde los chicos íbamos a deleitarnos con las tramas detectivescas de la época dorada de Charles Bronson y su Vengador anónimo o con las películas épicas de Conan el bárbaro. A decir verdad el cine de aquella era época estaba determinado en mi pueblito por el coraje, la venganza y la guerra: Robocop, Arma mortal, Rambo o Cobra, eran la panacea de nuestro conocimiento cine-filo sin embargo estas no eran nada sin Terminator, Bruce lee y el padre de nuestras fantasías vengadoras el polémico Chuck Norris. .

También, claro está, había algo más liviano; Regreso al futuro, Indiana Jones o aquellas sinietsras cintas que le encantaban a mi madre: Poltergeist , La mosca, la saga de  Freddy  Krueger o los Gremlins.

Sí, ese era el cine y lo amábamos.

Muy remotamente íbamos a salas de verdad, a teatros, pero cuando esto sucedía era para ver estrenos como E.T, Platoon, Star wars o Aliens .

Recuerdo muy bien aquellos días donde como en Cinema Paradiso me dejé maravillar por el mundo del celuloide, un cine popular pero cine de todos modos.

Sin embargo mi apreciación estética parecía advertirme que el cine podía ser más, quizás por eso, la primera película que recuerdo haber visto no se traslada a este campo de cintas que quedaron relegadas muchas veces al olvido o al género retro de la acción y las aventuras sino que mi primer recuerdo de una película asombrosa se traslada a un viaje a Villavicencio en uno de mis cumpleaños.

Tenía apenas unos 7 años y mi madre me llevó a ver una película proyectada sobre telón, era la primera vez que entraba a una sala, aquel día estrenaban la película El oso, del gran director Jean- Jacques Arnaud, ese genial hombre que dirigió Siete años en el Tibet, El amante y el Nombre de la rosa.

La película comenzó y para mi fueron las dos horas más maravillosas que pude tener, aquella sala me inundó por completo y me extasió

Aquel osezno luchando por sobrevivir, aquella aventura natural que sondeaba los sentimientos y las obsesiones humanas a través de una metáfora animal me hicieron llorar, tener pesadillas, dudar de todo y comenzar a pensar en cosas que no venían a cuento para un niño de esa edad, de pronto comencé a interrogarme por cuestiones como la justicia, el honor, la psicología, el ser, entre tantas otras que me fueron convirtiendo en lo que soy.

La escena que más me impacto fue aquella donde el osezno sueña con su  su madre y comienza a gemir, esa parte me dejó partido, destrozado por completo y con la seguridad de que los animales también podían sentir, sufrir, extrañar, odiar y amar.

Una  película que más allá de los tiroteos y guerras en las que viví me dio el placer de un cine bien hecho y que nunca pude olvidar. Gracias madre.





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