05 octubre 2011

El juguete


El problema, ahora que busco explicaciones un tanto racionales, objetivas o por lo menos creíbles, se encuentra en mi insaciable apetito-sentido sexual. Y es que lo denomino sentido, no gusto u obsesión porque para mí esto de andar tirando con cualquier mujer es algo verdaderamente descabellado; todo se basa en un solo artilugio: la cuestión se concentra en la agudización del atributo genital expandiendo su característica erótica por todo el cuerpo.
Tal cosa, hace que pueda identificar las ganas, el deseo o la excitación en cualquier cuerpo femenino. Siempre estoy deseoso y siempre encuentro la forma para poder conquistar a las mujeres y sacarles un buen polvo.
No es difícil, la verdad es cuestión de ser un  buen psicólogo de la sensualidad. Pero la vaina no está en que quiera andar en la cama  haciéndolo todo el día, sino que quiera hacerlo con todas las mujeres del mundo. Ésto es lo que no esta bien.
Debería estar con una mujer, de manera estable, constante, mantener una relación duradera y honesta o por lo menos con la garantía imaginaria de la fidelidad. Sin embargo, sucede que todas las mujeres ejercen en mí, eso que podría denominarse como «atracción sexual especial». Todas tienen algo distinto y maravilloso. Por supuesto, no tengo sexo con todas las mujeres, también existe un rango para eso, hasta para un sátiro como yo hay ciertos límites. Más esos límites sólo se basan en no mandarme putas, gordas horripilantes o mujeres que no tengan por lo menos rostro o cuerpo atractivo. Puede suceder que me fije en una que no tengan un rostro bonito pero que tengan un cuerpo que saque la cara por ella, o por el contrario, que no tenga un culo de atractivo en todo el cuerpo; que lo tenga en desorden pero que ostente uno de esos rostros de película.
Y es que conquistarlas no es difícil, como venía comentando, es sólo saber activar el sistema sensual y determinar en pocos segundos a través de un breve análisis psicológico-pasional lo que ellas quieren ver, oír o sentir.
Una vez me encontré con una amiga que muy por encima se le notaba me tenía ganas, más, mi fama de perro, rebelde y aventurero hacía que ella se comportara fría, un tanto escéptica y hasta retadora.
Un  día, después de mucho tiempo, Clarise, ese es el nombre de mi amiga, apareció de pronto ante mí lanzándome una mirada  casi litúrgica, como si con su sola presencia buscara recuperar cosas perdidas en mi memoria.
Por supuesto, un hombre jamás debe dejar al descubierto ante una mujer, que después de algún tiempo se le ha olvidado por completo el nombre o aquellos momentos que los unieron, jamás debe dejar de manifiesto esa clase de olvidos, estas situaciones de omisión de los rostros, de abandono a las relaciones o los nombres es muy común y por lo tanto no me fue difícil disimular mi ingratitud hacia ese amor perdido. Durante algunos minutos charlamos de cosas obvias que no se enmarcaban dentro del presente pero que de una u otra manera servían para acercarnos un poco más dentro de la conversación y sobre todo que me servían como pistas de reconocimiento para  hallarla entre mis archivos palimpsésticos.
La charla terminó pronto ya que me sentí un tanto incómodo con sus miradas y esas sonrisas pícaras que parecían maliciosamente invitarme a un juego perverso demasiado perturbador y para más estaban esos comentarios que buscaban hacerme sentir como el típico hombre rompecorazones y sinvergüenza.
Algo en mí quería demostrarle a ella que en el fondo yo había cambiado o por lo menos que deseaba cambiar.
Bueno, pero como les decía, para conquistar a una mujer lo primero que se debe hacer es saber convertirse en interesante pero eso de lo interesante solo es posible si uno es capaz de encontrar el punto débil de la mujer. Iniciar una conversación es lo más fácil del mundo, sin embargo, a muchos hombres se les han escapado las mujeres de su vida sólo por no saber como llegarles de buenas a primeras. Yo he conquistado mujeres en diez minutos, quizá, hasta en menos, las he conquistado en un baile, en un parque, en un bus, en una fila, en un bar, cualquier lugar es el espacio propicio, los momentos no se buscan se hacen.
Quizá esa pequeña conversación dada en el atrio de la iglesia le dejó a Clarise muchas dudas y cuando a una mujer se le infecta con la curiosidad es más fácil; más vulnerable. Las mujeres desean y les encantan los hombres perdidos y sobre todo los soberbiamente genios que se saben también perdidos; ellas se creen protagonistas de historias asombrosas y la verdad no se equivocan porque al final jamás pueden olvidar dichas experiencias, ya sea con el más pendejo o con el más canalla, ya sea con el sentimiento más rencoroso o tierno con que decidan abrigar el recuerdo durante el resto de sus vidas, ellas simplemente no pueden olvidar, quedan marcadas.
Ellas lo exploran a uno en un estado de asombro inaudito para sentir y memorizar, nosotros por nuestro lado, las vivimos simplemente con el pene. Mi principal interés cuando conozco una mujer o cuando me le acerco a una, no esta en saber que tan interesante puede llegar a ser, que tan inteligente es, si llegará a ser una buena pareja, amiga o consejera, sino que la vaina conmigo está centrada en sí es un buen polvo o no, en sí esta vez al fin podré satisfacerme totalmente o no.
Sé que esta vaina de no sentirme satisfecho con ninguna mujer que llevo a la cama es, por lo demás, una enfermedad o trastorno sexual que no he querido interiorizar  y del cual aun no quiero ser consciente porque creo firmemente en que no es así y que la cuestión radica en ,que mi larga trayectoria sexual y mi apetito anormal, se dan entrelazados a esa necesidad de tener que buscar a la mujer ideal o que me dará la talla algún día.
Recuerdo muy bien las últimas palabras de Clarise, antes de dejarla sola en el atrio de la Iglesia, observando toda la gente que se emborrachaba en el marco de la plaza, sus palabras retumbaron en mi cabeza como el sonsonete de una canción pegajosa.
― Aunque me jures que ya cambiaste tus ojos dicen lo contrario.
Y tenía razón.
Más tarde cuando me había bañado y arreglado para salir a la fiesta me encontré con la sorpresa de que Clarise estaba muy entretenida charlando con uno de esos mequetrefes que uno considera fueron los más grandes amigos de la infancia, sin embargo alcancé a percibir que Clarice más que estar emocionada en la charla parecía aburrirse.
Faudel siempre fue un genio de las matemáticas  y se decía de él que era todo un tirofijo, o sea, de esos hombres que son silenciosos pero eficaces para cagarla con cualquier mujer. Encontrarla charlando con él no me preocupó en lo más mínimo. Pensé que lo mejor en ese instante era dejarlos dialogar y que adelantaran cuaderno. Por otro parte tenía un hambre espantosa y lo mejor era comer algo.
La noche pasó entre caderas y senos que se apretaban a mi piel mientras la magia de la música embriagaba a más no poder, hubo demasiados coqueteos, bastantes tragos y muchísimos y deliciosos besos aquí y allá, en lugares y no lugares, en sombras y espacios prohibidos.
Al salir la madrugada me encontraba sin plata, un tanto borracho, enmaicenado y confundido o perdido que es lo mismo como si no supiera que hacer o para donde coger con tanta manoseada que había tenido. Estaba en ese perturbador estado caminando de un lado para otro por toda la mitad de la plaza del pueblo cuando me encontré con la parejita. Clarise de inmediato hizo lo posible para que Faudel nos invitara unas cervezas y en poco tiempo estábamos de nuevo sentados en una taberna  con rokcola bebiendo y hablando mierda.
Clarise no me quitaba la mirada de encima y yo no se la quitaba a Faudel que hablaba y hablaba hasta por los codos. De por sí su charla era muy interesante, ahora comprendo que eso fue lo que llevó a Clarise a perdonarle su idiotez por no poder seducirla. Desde el primer momento en que empezó a hablar noté su desesperación por querer llamar la atención de Clarise y por querer hipnotizarla con sus palabras, pero también desde ese instante en que empezó a elucubrar buenas ideas me di cuenta que yo ya tenía más de medio camino ganado. Cuando uno llega y un hombre esta conquistando a una mujer y uno llega y lo nota y nota además que no ha sido capaz, la cuestión no está en comenzar como un perro o un chulo a demostrar quién es más fuerte, la técnica en esos instantes tiene que ser otra. Lo primero que hice fue sonreírle a Clarise aprobando el dialogo de Faudel de forma sarcástica luego la incité con un gesto tierno a que opinara algo, cualquier bobada que dejara callado o pensando un rato al tontazo. Clarise se sintió importante y comenzó a hablar. Yo no deseaba dañar el momento de Faudel pero lo cierto es que este gran matemático era sobre todo un gran estúpido.
Lo primero que Faudel hizo cuando Clarise habló fue ponerle mucha atención y pensar en una respuesta ante todo crítica y despectiva. Eso ya lo había sospechado y mi plan parecía ir por buen camino. Sólo faltaba el detonante y llegó. En el momento que Clarise se calló, Faudel lanzó su dardo de fastidio dejando a mi amiga avergonzada y sintiéndose menos importante, como si sus palabras no estuvieran a la altura de la conversación que planteaba el matemático.
Yo no le paré muchas bolas a ambas conversaciones sabía que la vaina no estaba en prestarle atención a esos temas de momento sino que la cuestión estaba en mirarla a ella fijamente y considerar una o dos ideas claves de su argumento.
Cuando Faudel terminó de hablar, al notar lo torpe que él había sido decidí darle una gran lección.
El pendejo este había durado más de ocho horas al lado de ella, tomando, bailando, hablándole y coqueteándole y no había sido capaz, tan siquiera, de sacarle el goce y yo con lo que iba a decir sabía que ya tenía asegurado más del ochenta por ciento del polvo.
― Eso es verdad, los hombres no podemos vivir sin las mujeres y más cuando son ellas nuestras jefes y nosotros sus sirvientes. En estos casos nos volvemos pendejos cuando la jefe nos abandona. Estoy de acuerdo con el comentario que hizo Clarise, tienes razón, las mujeres saben más de negocios que nosotros. Los hombres somos despilfarradores, no tenemos el más mínimo sentido del ahorro.
Eso bastó para desarmar la retórica matemática y lógica de mi amigo genio y por otra parte para volver a embargar con ilusiones y alegría a mi ingenua amiga.
Faudel percibió de inmediato su derrota y como quien no quiere morir sin pelear siguió lanzando palabras desesperadas que eran fácilmente controladas por las sonrisas y miradas que nos prodigábamos Clarise y yo.
Mis sospechas sobre las ganas que me tenía fueron confirmadas en el instante en que Faudel se levantó para ir al baño. Cuando Clarise vio que podía hablarme íntimamente, me confesó.
― Porque no lo dejamos a él en la casa y tú me acompañas después a la mía, podríamos irnos caminando y charlar un rato ¿no?, ya estoy aburrida con tanta chachara.
― Claro ― le respondí―, por supuesto, estoy de acuerdo, pero cómo hacemos para que quiera irse. Afirmé tres veces, lo que supone desde el análisis psicológico que el individuo en realidad no afirma sino que niega pero en mí realmente se trataba de asombro y nervios.
― Tranquilo ya se me ocurrirá algo, éso déjamelo a mí.
― Bien, pero que sea rápido porque me muero de ganas por estar contigo
― Huy, cálmate, sólo te he dicho que quiero que me acompañes a mi casa
―  Y yo te he dicho que me muero de las ganas por acompañarte
Ambos sonreímos maliciosamente, las alusiones eran obvias y cada palabra era un aliciente dentro de la incitación ya propuesta.
La última respuesta acompañada con una sonrisa, el enrojecimiento de sus pómulos y el gesto sumiso y sensual de su mirada me dio a entender que estaba dispuesta a entregarse en el momento que yo deseara.
Por eso digo que lo mío no es una enfermedad y sobre todo no es que a toda hora quiera estar encima de una mujer. La vaina es que cuando estoy al frente de una mujer me es imposible no flirtear, es algo que se me sale por la piel, que se exhibe sólo. A veces mis miradas dicen más que mil palabras, a veces con el mismo silencio he logrado más que con cruentas actuaciones y no es porque yo lo quiera así sino que hay algo misterioso en el encuentro que se produce entre una mujer y yo. Lo primero que suele suceder es eso de la química que muchos suelen llamar, esa atracción que se resuelve fácilmente mirándo fijamente a los ojos y que se siente en la cercanía gravitacional de los nervios. Hay una ley de atracción que se fundamenta en la sensación de comodidad y gusto que nos produce la cercanía de otro cuerpo. Si las fuerzas de atracción de cada cuerpo sienten deseo, la química nace, los olores y el olfato comienzan su danza, los gestos se convierten en provocativos y un lenguaje sensual oculto en nuestra piel comienza a ganarnos y sentimos calor; si por el contrario no dan estas sensaciones, entonces es cuando cierta incomodidad se apodera de nuestras buenas intenciones y comenzamos a alejarnos, a mantener una distancia prudente y en cierta medida defensiva. Nuestro cuerpo opta por dos opciones fisiológicas: la neutral y cordial que es un aspecto natural de comportamiento social o la negativa y aversiva que es un aspecto de la conducta instintiva de huida o agresión.
A una mujer hay que mirarla un instante, lo justo a los ojos para que ella se sienta deseada e interesante, después de eso la vaina consiste en saber leer las señales que ellas van lanzando. Y ahí está la vaina, yo jamás dejo perder dichas señales y jamás digo «No».
Después de dejar a Faudel en su casa, cosa que me sorprendió de Clarise porque me percaté de lo mucho que había madurado como mujer y la malicia indígena que había adquirido, nos dimos en deambular sin rumbo fijo por el pueblo. Me sorprendió todavía más cuando me aseguró que nunca me había logrado olvidar y que estaba preocupada por mí ya que me observaba extraño. Supuestamente para ella, yo ya no era ese mismo niño egocéntrico y perro que sólo pensaba en mujeres, ahora me veía como un ser triste y suicida.
― La verdad es que últimamente ya no tengo la misma magia de antes
― Tú, vamos, pero si anoche todas las mujeres se morían por estar contigo.
― Por eso mismo, no te diste cuenta que simplemente me dediqué a coquetear y emborracharme.
― Oye, sí, que raro, al principio pensé que de las muchas que estaban, ninguna te había gustado.
― No… la verdad, es que la charla que tuvimos la vez pasada en el atrio me dejó preocupado, tus últimas palabras me dejaron pensando.
― En serio, yo, Clarise, la niña por la cual no dabas un peso hace dos años te dejó pensando, eso si está raro, ahora si creo que estás como loco o que algo serio te ocurre mi querido.
― Mira te lo voy a confesar, la vaina es que tú me dijiste que seguía siendo el mismo, que por más que lo intentara no iba a poder cambiar, sé que lo dijiste porque te miré con interés y porque en algún momento intenté coquetear con vos.
― No, por eso no fue.
― ¿Entonces?, ¿por qué fue?
― ¿Acaso no te diste cuenta?, te pusiste nervioso cuando me saludaste, se te notó demasiado el esfuerzo por demostrarme que me podías respetar y que te podías portar a la altura.
― ¿Cómo lo sabes?
― Mira niño, siempre te he conocido, eres muy predecible, tú no eres malo con las mujeres, sólo eres tú, eso mismo es lo que te hace especial. Créeme muñeco, las mujeres no desean acostarse contigo por lo atractivo que te ves o por lo bueno que estás o de cómo bailas o coqueteas sino porque saben que contigo van sobre seguro, saben que tú eres el hombre ideal de un momento, eres la fantasía, de una noche, de cualquier mujer, tú no pides a cambio nada, y no alteras para nada la historia de una, sólo nos das un momento de diversión y placer… eres perfecto.
― ¿cómo? Quieres decir que todos estos años tan solo he sido….
Ella se echó a reír, se acercó, me fue rodeando con sus brazos y lenta y tiernamente comenzó a besarme.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

huy muy bueno me ha pasado gracias por la visita al local y por la risa q tiramos la verdad las mujeres van muy adelante solo que ellas se hacen las que no saben y lo disimulan perfecto.

Zeuxis Vargas dijo...

jajajaja, pero claro hombre, y ya sabes, que publico la foto la publico, jajajajjaja!!!!