27 junio 2011

USTED ESTÁ VIVO DE MILAGRO



El niño se encuentra en cuclillas, lleva gorra, viste un pescador y un chaleco de safari; juega con la cría de boa que se enreda entre las manos apretando sus anillos para mantenerse firme, parece sumisa y juguetona, el niño le acaricia el cuello y esta comienza a arrellanarse en mimos como si fuera un gato entre los dedos que no paran de hacerle cosquillas.
El niño la suelta con delicadeza en la pila y empieza a nadar con elegancia hacia el fondo buscando pequeños renacuajos. El sol es cómodo, el agua está tibia y el ofidio no siente que su sangre se congela, esta feliz en el agua. De pronto el niño mira hacia la calle, un automóvil sube despacio y se detiene al frente de portón, el niño atrapa rápidamente a su mascota y sale corriendo hacia el interior de la casa, cruza la verja del antejardín, jala del nudo de cabuya que sobresale en el agujero de la hoja metálica abriendo rápidamente la puerta y corre hacia la cocina gritando:
-          ¡Mamá! ¡mamá! acaba de regresar, viene con una cosa rara en el cuello,  de esas que le ponen a los perros y trae el brazo enyesado y usa muletas. – dijo mientras se colgaba en el cuello al reptil y manoteaba como un mimo intentando describirle la noticia.
-          ¿Quién, quién regresó?- le respondió la madre mientras seguía revolviendo la avena con una cuchara de palo nueva.
-          ¡Pues el doctor!, viene con unas muchachas y unos señores muy viejitos, acaban de llegar, se están bajando del carro.
-          ¡Dios mío!, pero por qué no me avisaste antes, te dije muy bien que estuvieras atento, mira no más, ni siquiera me diste tiempo para arreglarme, todo por estar jugando con ese maldito animal.
-          Pero mamá, - le contestó el infante con ironía mientras extendía la palma de sus manos - si apenas los vi llegar. Yo pensé que iban a bajarse del carro del profe Julio o del Toyota de “Guapito”, pero no. Si no es porque me fijo bien en ese carro nunca me hubiera dado cuenta, llegaron en el de ellos, es un carro negro, un automóvil de esos que usan los ricos.
-          ¡Carajo!, vino con toda la familia, apúrate, arregla la sala, péinate, mira como estás, vamos, hay que darle la bienvenida al doctor, esconde ese bicho, no quiero que asustes a los señores- se quitó el delantal, apagó el fuego de la estufa y tapó la olla con un plato, miró al niño y esquivándolo por miedo y asco al animal, corrió hacia su alcoba a untarse un poco de labial, de color sangre de toro, en los labios.
-          Buenas Rosita- llamó la voz desde la verja del pórtico, al parecer se trataba del alguien importante, porque al escuchar el anunció, la mujer salió presurosa, la puerta se encontraba abierta y el primero en recibir al grupo de extraños fue Solim, un perro criollo de color fuego oscuro y rojizo que ladraba erizando todos el pelaje de su lomo cuando de peregrinos se trataba.
-          ¡Deja ya Solim!, para adentro, chite carajo, ni que no lo conociera,- exclamó gritando la madre del pequeño- que pena doctor, es que ha pasado tiempo y el perro lo desconoció, Dios mío, sangre de Cristo, pero como se ve de bien, ya está usted completamente recuperado.
-          ¡Rosita!, ¡que gusto verla!, - animado, el Dr. extendió sus brazos torpemente para que la enfermera le diera la bienvenida, la chica que se encontraba al lado tomó las muletas. Mientras la mujer y el hombre se abrazaban con efusividad y cariño el perro se unió al festejo saltando y jalando con sus patas la falda y los pantalones, el niño salió tímidamente al jardín.
-          Pero si es nada más y nada menos que Santiago, ven acá muchachote, que gusto verte - el niño corrió a abrazar al médico-, cuidado con el yeso, contigo hay que tener cuidado, tu abres hasta un pájaro para saber donde es que se encuentra el pito- el niño se echó a reír junto con el Dr. 
-          Pero sigan, son ustedes bienvenidos, vengan, no les de pena, entren, voy a hacerles un cafecito, sigan, sigan.
-          Huy, que pena Rosita, casi se me pasa por alto, mira, estos son mis padres y mi hermana.
-          Un gusto señora- dijo la familia en coro
-          El gusto es mío hace rato que quería conocerlos, el Dr., no hace sino hablar de ustedes, se ve que los quiere mucho, que bonita familia, pero vengan, no se queden ahí en la verja, entren, la casa es de ustedes.
La familia siguió hacia la sala, se acomodaron en las poltronas de mimbre mientras la mujer tomaba los abrigos y los guardaba en el armario, en un comienzo hubo timidez, pero la enfermera con su vozarrón de matriarca rompió el hielo haciéndoles mil preguntas sobre el viaje, estas preguntas fueron suficientes para que el viejo y la anciana se desinhibieran y comenzaran a describir su experiencia.
Al parecer sólo habían bajado una vez por esa carretera y había sido hacía mucho tiempo, mucho antes de que la gran tragedia de quebrada-blanca sucediera. Comentaron entre risas de los mareos que les habían causado las mil curvas, del estado de la carretera y del infierno que era intentar salir de la capital; el viejo resentía contra la intervención de la empresa que el gobierno había contratado para arreglar las carreteras nacionales y refunfuñaba por la cantidad de dinero que por culpa del asfalto tenía que despilfarrar en cada uno de los peajes que había encontrado en el camino, sin embargo, al final de todo, toda la familia se manifestaba feliz, el pueblo era cálido y olía a verdadera naturaleza, en algún momento todos rieron abruptamente debido al comentario de la anciana que manifestó que al bajarse del automóvil  la asfixia que sintió por el calor fue tanta que pensó que iba  a morirse.   
-          Eso es porque las venas se dilatan mi señora, usted está acostumbrada a ese frío de Bogotá, aquí todo es tan puro que uno siente que esa misma pureza lo puede ahogar.
-          Es verdad, y todo es tan bonito- completó la hermana del médico- hay animales por todas partes y el río, es majestuoso, además está el valle que rebota el rugido de las aguas, es un verdadero espectáculo.
-          Si-  se apresuró a decir el anciano- este es el ambiente ideal para que mi hijo se recupere.
-          Pero qué están diciendo, no me estarán avisando de que el Dr. se va a quedar, no puede, mírenlo, todavía le falta recuperarse.
-          Rosita, cálmese. Sí me voy a quedar pero estoy incapacitado, no voy a trabajar, estaré en el apartamento, el hospital me ha concedido el permiso, en Bogotá el stress y el frío han retardado mi recuperación y además mi hermana se quedará por el tiempo que sea necesario.
-          ¡Eso! ¡Yupi!, y podremos salir a jugar, tengo una mascota nueva, se llama Samanta, es una boa constrictor, pá’ me la trajo el domingo, ¿quieren verla?
-          Deja ya de molestar a los invitados- dijo la enfermera. Todos sonrieron con aprobación al niño, luego la madre se levantó sirvió el café y tras un paréntesis de conversaciones triviales, tomaron un aire grave y el Dr. Inició la historia que todos estábamos esperando.
-          La verdad Rosita no recuerdo muy bien todo, ha sido tan monstruoso.
-          Pero cómo no, a quién se le ocurre entrar así a un sitio tan distinguido como ese y empezar a hacer lo que hizo como loco, la verdad es que ese tipo, ojalá Dios lo haya perdonado, estaba, loco, loco Dr, esa es la palabra. Yo estuve orando por usted todos los días, le mandaba la sangre de Cristo para que lo cubriera, todos los días me levantaba y rezaba: sangre de Cristo cúbrelo.
-            Tan bonita, eres un ángel Rosita, aquí donde la ve padre, esta mujer tiene manos milagrosas, jamás le queda una cicatriz, su suturas son cosa de no creer, lo que he aprendido de médico, creo que no se lo debo tanto a la universidad sino a esta mujer.
-          Hay Dr. Usted siempre tan halagador
-          Pero qué dice, si mi mamá pone unas inyecciones que lo dejan cojo a uno- dijo el niño y todos se echaron a reír sin parar.
Después de esa imprudente inocencia el Dr. retomó el hilo de su narración, comentó que el sábado en la víspera había quedado de ir a cenar con su novia y su suegro, la invitación era…
-          La invitación al restaurante era un pretexto, iba  a pedir la mano de Lida, mi suegro estuvo de acuerdo en que nos viéramos en el Pozzetto, hacía tiempo que no me deleitaba con el menú de ese restaurante italiano y además ese día habían prometido un grupo de música que iba a interpretar una tarantella tradicional. Lida estaba feliz, nos encontramos en la calle 100 al frente del World Trade Center, el padre de Lida tenía que ultimar algunos asuntos financieros así que pasamos a recogerlo en mi Pegout. Mientras salíamos hacia el restaurante, Lida quiso pasar por una de las boutiques del centro comercial Andino, algo, un vestido nuevo tenía que reclamar. Llegamos a eso de las tres de la tarde, aparcamos y el mesero nos condujo a nuestra mesa. Esperamos que nos alistaran el servicio y decidimos pedir de entrada un Cabernet Sarignon argentino mientras nos traían el menú. Almorzamos, el grupo se preparaba para deleitar a todos los comensales y yo me llenaba de coraje para dar la noticia, recuerdo que apreté suavemente la mano de Lida, ella me sonrío y de pronto escuchamos un grito, un señor muy alto y cubierto con una gran gabardina negra parecía discutir con uno de los meseros, la discusión al parecer se había acalorado, el hombre exigía que no se lo cobrase nada de lo que había comido, se excusaba con su situación de ser un condecorado retirado de la guerra de Wietman, un servidor de la soberanía al servicio de los derechos universales, un héroe y que a los héroes no se les podía cobrar nada. El hombre parecía no entender razones, en un momento pensamos que se había dado por vencido, salió maldiciéndonos y jurando que iba a matar a todos. Al final abandonó el lugar. Todos quedamos conmocionados pero los músicos muy ágilmente regresaron la armonía a la sala. No habían pasado unos quince minutos, yo había pedido la mano de Lida, mi suegro estaba feliz, mi novia  no sabia que hacer de la dicha, reíamos y bebíamos, recuerdo que en ese instante vi pasar por el frente de la ventana al hombre de la gabardina, recuerdo que le dije a mis acompañantes: - miren , ese no es el hombre que salió insultando hace un momento-, no había terminado de decir esto cuando lo vimos entrar, se detuvo en el vestíbulo, maldijo una o dos veces y luego con toda la parsimonia de un asesino curtido, sacó dócilmente las armas y comenzó a disparar a diestra y siniestra. En cada mano tenía un arma diferente, su frialdad no tuvo límites, apuntaba, puteaba y disparaba, yo tiré la mesa hacia un lado y lancé debajo de ella a mi suegro y a Lida. Mi suegro recibió el tiro en todo el tabique, la sangre me manchó la cara y la camisa, Lida gritaba histérica hasta que una bala, que le atravesó el pecho, la calló, yo me tiré al suelo y me hice el muerto, estaba destrozado, espantando pero necesitaba sobrevivir, nunca imaginé lo que sobrevendría, el hombre comenzó a pasar por cada mesa, por cada cuerpo y con la mayor tranquilidad sin detenerse a mirar si estaban vivos o muertos, comenzó a rematarnos, cuando llegó a mí las balas se le habían acabado, comenzó a cargar el arma e hizo fuego, después de eso no recuerdo más.
-          Dios mío fue una matanza, usted esta vivo de milagro Dr.
-          Sí, así es Rosita, la bala me voló parte de la mandíbula, entró y siguió directo hacia el cuello, salió por detrás de mi hombro después de destrozar mi médula. Duré seis meses en coma, llevo cinco recuperando la movilidad  y toda una vida intentado olvidar lo que pasó.
-          ¿Y el tipo, qué pasó con el tipo?- dijo el pequeño con estupefacta curiosidad.
-          Pues lo abalearon a la salida, alcanzó a herir a algunos policías pero al final fue abatido y reducido allí mismo, me comentan que no murió al instante sino que fue necesario de muchos disparos para que el hombre flaqueara.
-          ¡Waw! Qué historia- gritó el niño que no entendía todavía nada sobre la cruda realidad de la vida. La madre lo regañó y disculpándose volvió a llenar las tazas de los invitados. Hubo un silencio inmenso y cabizbajo, de pronto el Dr dijo:
-          Trae la culebra, nos encantaría conocerla.

2 comentarios:

María Tabares dijo...

Mira en lo que te metes, Zeuxis. Buen escrito. ¿Tú eres el pequeño? En él creí verte. Un abrazo

Jeabelly dijo...

y bien, que pasó con tu mascota?
fué el centro de aquella visita tan bien definida...
Me gusta tu estilo.