12 diciembre 2010

DEL PORQUÉ DE LAS DECISIONES DE ALGUNOS HOMBRES



A mi padre.

Introducción.

Desde adentro

mi alma decadente de pájaro famélico,

exhortadora de distancias paranoicas,

expulsa maldiciones a algún orate,

que cargando con la máscara de un dios estéril,

desdibuja las falsas esperanzas,

los mutilados ensueños,

la materia de una ciencia estancada,

el frágil desamor de las tabernas y

los acicalados versos de los muertos.

¿No soy yo acaso la silueta

desmentida de la historia,

el encorvado búho cadavérico,

el hacedor de un cernícalo de alas celestinas…?

Alegato.

La cara de los días jugó rayuela

en el patio de mi infancia

dejándole al azar el turmequé de los años.

La niebla y la noche incorrupta

disfrazadas de hechiceras ciegas

trazaron en la mente manías,

agüeros, cronopios, selvas y cascadas,

cuevas, cervezas y llantos olvidados.

Tu sombra de Gilgamesh resucitado

tejía en el huso de mis sueños

una materia de cristalizados sentimientos.

Las horas pasaban en el laberinto mimoso de tus libros.

Solo, imaginando la presencia de tu sangre,

fantaseaba creando tu figura en las paredes.

La infancia se fue detrás de caracolas y cangrejos

dejando en el pecho del pequeño

un espectro de soledad.

Así aprendí a crear engendros de palabras,

a cazar escorpiones y falsos agoreros,

a ponerle aldaba a la puerta de los labios

y buscar entre las noches

una esperanza entre los brazos de alguna Melusina.

La noche llegaba con sus vagidos y oscuras conspiraciones

arremetiendo la piel contra erizados nerviosismos.

De pronto, sin creerlo,

una evolución más delicada que el tiempo

hizo que aquel niño sepultador de fantasmas moribundos

se convirtiera en la crisálida desleal de tus entrañas.

De nada sirvió el parecido de los rostros melancólicos

ni crear juntos, en el aire, a dos manos,

poesías, cuentos, palabras inconformes,

cronosofías, denuestos, psicologías,

desconsuelos, aventuras y silencios.

De nada sirvió que, en el vacío de tus sueños,

tejiéramos alegres y a una sola puntada

la piel gélida de los muertos sin cerebro,

que nuestros ojos atisbaran las mismas señales de los vientos,

los mismos senos fortuitos detrás de las iglesias.

De nada bastó conocer el pasado abriendo heridas en las manos

y la voz de bisonte viejo de mi abuelo.

No le eches la culpa a tus falsificados errores de hechicero,

no busques en el pincel la línea de mis pasos,

no intentes hallar en tus poemas mi destino,

ni el augur, ni el báculo inexistente de los dioses arcillosos

han de asegurarte el desvarío de mi sangre.

Antes de que partas al mundo de tus óleos,

antes de que se canse de vagar por las calles

el mapamundi de tus ojos,

¡detén la marcha!

y como un buscador de ecos

acerca tu oreja de murciélago asombrado

al cóncavo suelo de mi alma.

No soy un cíclope ni un peligroso taumaturgo,

no creo en lágrimas ni en redenciones,

tampoco soy tu sombra o

el otro yo que te navega en el cerebro.

No hallé mi destino en los mapas de tu rostro.

Recuerda viejo amigo de indígena piel enamorada:

el destino es la prolongación lenta de los actos.

La memoria y el sueño vagan en mi cuerpo

como eternos enemigos.

Despedida.

Llevo en mi canasta de curiosidades

El asombro y el juego por costumbre,

estos no me harán inmortal como quisieras

pero al menos me llevarán satisfecho hacia la nada

(en el fondo de mi nebulosa mente hay un redentor histérico

que moldea el vuelo de las mariposas).

Algún día me tragaré de un solo bocado las ilusiones

y me iré de la tarde, como una golondrina,

buscando el país fantasma de mis desventuradas decisiones.

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