Sierra de Pilmaiquen.
Luna llena sobre fogatas agoreras.
Noche fría, expectante, poderosa.
El elegido calma su ambición.
La mirada férrea,
los músculos tensos.
Al igual que él
los demás candidatos intimidan.
El coraje es el ritual.
Con la mirada cíclope,
yergue su orgullo
sólo comprendido por las mapuches
que lo ansían en silencio.
Es un hombre curtido por la voracidad de su pueblo
y lleva en su adentro la esperanza de vengar una muerte.
El tronco preciso por tres días
no parece someter su deseo de conducir el grito de caza.
El guerrero se escultura, se atesora y se angustia,
Un anciano deja caer el pesadísimo eco
y todos se acercan en coro hacia el único hombre
de la bestiaria victoria.
Un pedernal azul le entregan al toqui
y “Caupolicán el macizo”
le nombran los dioses.
Sólo una lágrima,
la única,
dejó salir aquel día
el indio montaraz.
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