Este verso es la broza que dejó el simún de tu ausencia
en el carapacho de mis rumazones.
Esta zarracina posesa de baladros
espera su justa caída sobre tu albor.
Por entre las alas de esta zeuxidia se entrevé un órfico celaje de girasoles.
Esta actitud onírica de los amarillos desbandados por un mistral picaresco
pueblan el crepúsculo a lo lejos con un arrebol solferino.
Es como si un alienígena pastor de boreales
pusiera en el cielo un lucernario
para sólo entretenerse encandelillando
a las luminiscentes salamandras que flotan en la brisa.
Es conveniente silenciar a la soledad
cuando se ajilan[1] las bestias del recuerdo.
Si intuyes que el anfitrión descuelga sus cerbatanas
del montaraz garabato de la luna y un animal de azur vestido
despierta sobre su cola al dios ocelado, entonces prende un infiernillo
y por entre la estenosis del algar de tus olvidos
busca el alcor más parecido a la desmemoria y entierra allí las cristomatías.
Todas estas crónicas de oneroso penacho
fueron los fueros que una pasión dejó huracanada.
La cobertera máscara de la bestia salaz
aceleró la licuefacción de este exegeta.
Adéntrate, en este marasmo,
pero no conjures o invoques el orden de la ceniza precisa.
El heresiarca interprete ya no cuelga aquí su flemático vestiglo
hace mucho tiempo ya
que su sombra es una contracción de lujuria en el cuerpo de una hembra.
[1] Proviene de un a expresión Llanera que hace referencia a encaminar, a tallar el ganado para contarlo
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