11 noviembre 2010

DENUNCIA A UNA EDUCACIÓN EN CRISIS.



A propósito del decreto 1290; Sistema institucional de evaluación de los estudiantes.

Casi todos nos quejamos de la educación en Colombia; vivimos inmersos en una atmosfera de desacuerdo constante contra todo lo que se ha construido para mejorar la educación, aduciendo a miles de excusas, vistas estas, como inconformidades y obstáculos.

Cada propuesta gestionada por el Ministerio de Educación Nacional ha sido recibida en su conjunto como un sistema coactivo y entorpecedor de la normalidad académica y de la cotidianidad educativa en la que actúan y se comportan los maestros, padres de familia y estudiantes.

La revolución educativa, plan de gobierno educativo originado durante la presidencia Uribista fue visto como uno de los desmanes, normativos y de modernización, más forzosos que haya tenido que soportar el gremio del magisterio.

Pero la verdad de todo este meollo se encuentra en un resentimiento docente heredado.

La educación ha estado en manos de administradores que han intentado promover acciones justas al desarrollo de la educación pero sus proyectos no han logrado la continuación debido a la mediocridad existente en la totalidad de los que llevan a cabo las propuestas. Hablo de los docentes, de cada colegio público. Culpo, no al ministerio de educación nacional, ni a los proyectos que han impulsado, sino exclusivamente culpo a los maestros y directores, coordinadores y demás trabajadores educativos mediocres que se encuentran en cada colegio público del país.

Yo fui asesor del Ministerio. En calidad de representante y orientador de propuestas educativas que continuamente se formulaban en el seno del Ministerio de educación nacional, pude visitar cantidad de Colegios en todo el país. Mi evolución sobre el concepto de la problemática de la educación nacional ha ido cambiando radicalmente con el paso de los años. En un inicio, cuando comenzaba mis estudios universitarios de licenciatura en Psicología y pedagogía en el alma mater de la docencia: la Universidad Pedagógica Nacional, fui obnubilado por discursos sesenteros y tesis resentidas que clamaban venganza contra toda forma institucionalizada.

Claro que había y siguen los desfalcos, los errores técnicos, administrativos y humanos, pero en aquellos años el eje del conflicto en educación se basaba en echarle la culpa al gobierno.

Fueron años repletos por un furor anarquista que no entendía razones y que malinterpretaba todas las formulaciones. Todo plan era sospechoso de corrupción; términos como “gestión” fueron empalados en su época, la “competencia” era un artificio de búsqueda de enriquecimiento imperialista y la “calidad” se entendía como la propaganda capitalista que un gobierno paramilitar y ultraderechista propagaba para persuadir el virus de la mediocridad con falsas proyecciones e ilusorias promesas.

Todo ese mundo universitario me sirvió para dos cosas; por un lado, para comprender las motivaciones que impulsaban a mentes tan geniales a gastar su tiempo en razonamientos degenerados y por el otro lado, para observar y analizar como la perversión del sano juicio podía crear el fenómeno masificador y dogmático de la protesta, la rebeldía y el inconformismo banal.

Cuando comencé las prácticas universitarias, que son bien conocidas por ser la entrega innovadora de propuestas micro-transformadoras por parte de los neófitos graduandos a la sociedad, inicié una bitácora que, infectada por la inadaptación del ambiente académico, concentraba sus puntos de interés en movilizar al “pueblo”. El tema iniciático de las prácticas universitarias se concebía como un espacio de oportunidad para promover ideas revolucionarias y para sacar del anonadamiento cotidiano al radio de acción en el cual uno concentraba sus intereses.

Fueron dramáticos aquellos días de desgaste social, la iniciativa no era patalear sino “gestionar”. El concepto tomaba una nueva forma, y las palabras acompañantes del discurso como “competencia”, “calidad”, “educación” y demás tenían otra intención. El drama por supuesto no se encendía en dichos cambios conceptuales que tenían que ver con el significado mutante de las acepciones que dábamos a nuestros argumentos sino en la inutilidad que estos tenían.

Se llegaba con entusiasmo a cambiar todo un contexto, muchas veces se lograba. La alegría y encono con que se demostraban las ganas de cambiarlo todo eran suficientes para que los proyectos populares comenzaran a caminar. La situación sin embargo, se agudizaba en la resaca, cuando para poder seguir con las empresas era necesario y obligatorio acudir a instituciones y reglamentos que representaban el statu quo; todo proyecto, desde educación comunitaria, teología de la liberación o educación popular, pasaba por este percance político. Sino era por necesidad era por imposición, la marea regresaba con fuerza arrolladora sobre los sueños revolucionarios.

Pero lo bueno de estos fenómenos prácticos y desfalcos entusiastas se encuentra en la contundente acción modificadora de todos los esquemas que armaban la maquinaria ideológica de la juventud. Cuatro eventos reforzadores modificaron la conducta:

1. la sobreestimación de las creencias ideológicas comenzó un cisma situacional que era generado por el evento inoculador que presentó la realidad inmediata

2. la correlación ilusoria entre la teoría y la praxis se desmanteló completamente ante el evento de complementariedad de detalles ignorados que la facilitación social nos brindó en las prácticas

3. los prejuicios o las disonancias cognitivas fueron reducidas ampliamente por el evento denominado como “efecto de justificación insuficiente” y

4. la confianza excesiva dio pie a la incertidumbre debido al evento de no control de las situaciones.

Estimar de más, creer dogmáticamente, designar falso todo lo demás y desconfiar, fueron el conjunto de conductas que hizo posible la maduración y la identificación inicial de la realidad. Primero se comenzaba por inocular la cajita de cristal en la que se había estudiado; desmantelada la ilusión, era conveniente comenzar a interpretar datos nuevos; la sociedad y sus mecanismos y comenzar a entender el sistema y reconocer que no se era el mesías.

Con este traje se salía al mundo, como decía Jaime garzón: uno “se ponía la corbata y creía que la vida era verdad”; estamos hablando de los primeros empleos; algunos, continuación de los sueños de una práctica, convertidos en empresas, que tras disfraces continuaban luchando por argumentos sin asidero y otros, iniciación de las relaciones de hipocresía y conformidad.

(Se inicia por comprender que todo se ata a un sistema de regulaciones existentes e inamovibles, se desarticula poco a poco ese currículo oculto; carta que se pierde debajo de la mesa de la esperanza y poco a poco se termina siendo uno más en la cita diaria al café y al chisme del mediodía.

Preparar clase, controlar, embestir el báculo del ejemplo, calificar y sentir que los días siguen iguales y se van convirtiendo en lo que finalmente se termina siendo: un docente más, una ficha más.

Pero esto no se debe a la obligación de un orden dado sino a la polarización grupal, persuasión e influencia que poco a poco los que nos rodean comienzan a trasmitirnos).

Cuando cambié mi rol docente por el rol de asesor y agente externo en calidad de colaborador educativo, comencé a ver todo más claro, el reflejo me devolvía a ese profesor anonadado en su mundo inconforme y entonces comencé a darle una mejor forma a las cosas que gravitaban en mi incertidumbre.

Mi opinión es modesta y sin embargo estremecedora.

Explicaré con un ejemplo sencillo porque la culpa es de los maestros y del gremio que constituye la educación regular en Colombia.

El ejemplo: El decreto 1290 del 19 de abril de 2009.

Este decreto es la modificación, solicitada por todos, del antiguo decreto de evaluación de los aprendizajes: Decreto 230 de 2002.

Primer dilema: el 230 se modificó dizque porque generaba “mediocridad, facilísimo y desinterés en la comunidad educativa”. Cuando iba a orientar instituciones respecto al decreto nuevo, las opiniones no se dejaban esperar: la más interesante de todas era que el nuevo decreto generaba “mediocridad, facilismo y desinterés”.

Entonces comenzaban las dudas.

Pero ese era uno de los puntos menos alarmantes.

A saber, para poder orientar a los colegios respecto al decreto, era necesario que la comunidad educativa conociera otros documentos: la ley 115 (ley general de educación), el decreto 1860, el decreto 230, el decreto 2247, la resolución 2343 y hasta la resolución 1730. Sin embargo, uno se encontraba con sorpresas, en muchos colegios ni siquiera sabían de la existencia del documento de evaluación incluido dentro del PEI, otros no sabían si quiera que se quería decir cuando se les preguntaba por PEI (proyecto educativo institucional).

Esto generó una alarma. Eticamente era necesario capacitar a todo el gremio, dictar y extender el tiempo de visita, muchos de los asesores sin embargo incurrieron en un delito moral, dejaban pasar por alto esto gravamen y se limitaban a ofrecer esqueletos en software de posibles esquemas que daban toda la solución para obtener un documento solido y aceptable para el magisterio. Así los colegios se conformaban y asentían. Otros construían su SIE con base en el decreto 230 y en definitiva terminaban era presentando un libro que no daba cuenta de ninguno de los criterios que exigía la norma.

Pero la cuestión no era inquisidora, no se trataba de catapultar a los colegios y su “esfuerzo”; en muchas instituciones el documento de evaluación supuestamente creado se basaba en el cambio de nombre: SIE según 1290, y así, daban por arreglado el asunto.

Era un sistema de mediocridad entre asesores y colegios. Las visitas no se basaban en un ajuste, en un apoyo sino en una coartada para mantener grupos de mentiras.

Algunos asesores comprometidos con la profesión dedicábamos días a explicar el origen, la evolución y las consecuencias de todo.

A veces era necesario remitirse a una ilustración histórica de la educación en Colombia; se pasaba de la anécdota de los objetivos a los estándares y desde este tema se les comunicaba a los colegios que el mundo fuera de Macondo había cambiado.

Cuando uno buscaba el origen de tanta desventura intelectual y profesional la excusas eran: el trabajo, los estudiantes, es que el rector, es que los cursos, es que aquí y allá; por doquier un batallón de mentiras y limitaciones justificaban la barbarie.

- Yo ya me voy a pensionar - me llegaron a decir alguna vez -, eso qué tiene que ver conmigo - y dicho esto, dormían.

No comprendían el sentido autónomo que se les ofrecía, la oportunidad que tanto habían pedido la tenían ante sus manos y sin embargo seguían despreciándola sin entenderla.

Pero esta situación no se daba siempre, había algo mayor todavía. Muchos colegios que si trabajaban y que hacía la tarea, la hacían sin comprenderla muy bien o la mandaban a hacer.

Tal era el caso de colegios que presentaban un mamotreto que punto por punto definía y desarrollaba de forma utópica cada uno de los numerales que trataba el decreto. En síntesis, estos colegios solo cogían el decreto, hacían grupos de trabajo, a cada grupo le daban unos números de los 19 que conforman el decreto 1290 y comenzaban a interpretarlo a su forma, luego unían esos retazos digresivos entre sí y “ecce” SIE.

A veces la risa era incontenible, otras el desasosiego y la rabia.

- Muy clarito se nos dice que hay que crear un SIE según el decreto - decían los rectores.

- Pero si el documento está basado en el decreto señor - justificaban otros.

Uno se quedaba pensando: - será que alguna vez lo leyeron.

Para no poner en ridículo al colegio uno se ponía en la tarea de hacer una charla explicativa del decreto 1290 y las caras de asombro comenzaban a deslumbrar a medida que uno profundizaba en los aspectos. El instante más hilarante era cuando se les decía que los criterios para realizar el SIE no eran los 19 numerales que conformaban el documento reglamentario sino que se encontraban en un numeral dentro de los tantos que conformaban la ley.

- El numeral 4 es el que fija los puntos del documento señores, allí están los once criterios que necesitan para construir su SIE. - Estas palabras se repetían en todos los colegios o en muchas ocasiones era necesario comunicárselas a otros asesores que siendo asesores desconocían su propio trabajo.

Por supuesto, también había colegios que habían logrado desentrañar este juego normativo y presentaban un documento aceptable; entonces, uno podía realizar su trabajo tal y como en principio el contrato lo había designado.

Pero la quinta pata del gato siempre nacía, estos colegios muchas veces tenían un documento desarticulado con el PEI, otros, no sabían como articularlo al PEI y otros ni siquiera habían tenido en cuenta los pasos a seguir para poder construir el SIE.

- Pero acaso no son los que están ahí en el artículo cuatro – observaban.

- Señores, el numeral cuatro define los criterios pero los pasos para construirlo se hallan en el numeral octavo y son siete pasos.

Un verdadero caos.

Los colegios más avanzados reconocían tanto los criterios como los pasos pero su mediocridad los llevaba a inventar falsos documentos de reuniones con padres, de socializaciones de trabajo con estudiantes y con comités directivos y académicos; uno se encontraba con una cantidad de folios firmados y luego con la realidad, en las conferencias, de que esas firmas era el burladero de reuniones que desconocían todos los asistentes.

En definitiva el documento lo hacían dos o tres profesores que conocían todas las leyes o todos los requisitos y que su comprensión de lectura daba, para poder ser ellos, los únicos que sacaran la cara por el colegio redactando el SIE.

Entre más me esforzaba más me encontraba con comedias como estas y entonces más valoraba el trabajo del Ministerio y me iba a mi habitación de hotel, en cada pueblo que visitaba, con una madeja de ideas buscando la forma de conjugar el esfuerzo con la mediocridad.

Debo decir que renuncié, que como muchos, mi desilusión fue tanta que no tuve las agallas para seguir, que como pocos me enfrenté a mis propios jefes proponiéndoles un cambio radical de asesoramiento.

Las respuestas eran contundentes.

- Haga su trabajo, limítese a lo que le pedimos.

No renuncié porque no pudiera cambiar nada, antes, me esforcé y me entregué dando todo de mí, sacando de la ignorancia a muchos colegios, orientando los procesos de otros y felicitando y proponiendo ideas a la minoría que lograban ser comprometidos. Sin embargo mi renuncia obedeció a algo muy profundo.

Algunas veces cuando hacia cara de sorprendido, al no creer que los profesores asistentes a mis conferencias desconocieran los decretos, uno que otro me imprecaba diciendo: “es que a nosotros no nos enseñaron eso como a usted”.

Yo me enfadaba; cómo era posible que un maestro, un licenciado dijera todo eso. Todo profesor en Colombia ve durante sus primeros semestres universitarios las normas que van a regir su profesión y durante toda su vida laboral vive inmerso en ellas, cómo es posible que se excusaran con semejante infamia.

El gobierno creó la revolución educativa de allí nacieron los planes decenales y de ellos las propuestas de un pueblo inconforme que clamaba por cambios; uno de estos cambios se basó en gestionar mesas de trabajo con padres, estudiantes, profesores y en crear consultas virtuales, capacitaciones a nivel nacional, foros, talleres y participaciones de todo tipo que se llevaron a cabo con toda la sociedad colombiana, con el gremio docente de todo el país y que dieron como resultado el decreto 1290 donde evaluar se convirtió en valorar y donde se le otorgó autonomía a los colegios.

Para que dicho trabajo se hiciera mejor se crearon grupos de asesores, capacitados por las mejores universidades del país, que consultaban y visitaban los colegios para reforzar y orientar los procesos de creación e implementación del SIE. Yo fui uno de ellos y renuncié.

Hace falta decir por qué, hace falta, amigo lector, decir además, por qué denuncio que el problema no es del gobierno sino de los maestros y todos los colegios públicos repletos de ignorantes y personal conformista carente de iniciativa o inoculados por la costumbre de creer que su trabajo solo es calificar y gritar a sus estudiantes.

Hace falta decir algo más, no sé, piense usted.

1 comentario:

blakedraco dijo...

Cierto, al parecer todo colombiano estará condenado a seguir la "ley del menor esfuerzo" tal como lo decía el maravilloso personaje que citaste: Jaime Garzón. El meollo radica en tirar la papa caliente, un ciclo eterno que ya está desgastado.
En ocasiones pareciera que nos acostumbramos a dicho ciclo, y simplemente nos causa pánica un verdadero cambio. La protesta para mi sigue siendo necesaria, pero sin el tinte panfletario que espanta a cualquier conciudadano.
La consecuencia de llevar el deseo al hecho no deja de intrigar, pero es necesario, lastimosamente nuestras reacciones suelen ser tardías o en su defecto inexistentes.