31 diciembre 2007

UN HITO MÁS ALLÁ DE LA FILOSOFÍA





“Los metafísicos de Tlön no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro”[1].
Jorge Luís Borges.





La idea de un hombre universal, infinito y presente es un pensamiento ante todo deseable por su apariencia de eternidad. No obstante algunos hombres de la historia lo han intentado. Muchos, sin embargo, han pretendido el olvido como fuente última de su inmortalidad. Otros por su lado, si la afirmación no se torna imperativa, lo han logrado.

Sobre el imaginario recurso de fuentes que nos ha develado la historia figuran un sinnúmero de personajes que ostentan con severidad la complaciente tarea de ser eternos; paralelos al tiempo, discurren su existencia en otra forma espectacular y más generosa: el lenguaje.


H. G. Wells, místico por convicción científica, en su novela futurista: “La Máquina del tiempo” otorga a su viajero el privilegio no sólo de sobrevivir eternamente en la literatura sino lo que es aún más irreverente, lo expone a ser el único individuo en el universo con el atributo de traslación en el tiempo, de ir y venir, de visitar pasado y futuro. Ray Bradbury, escritor singularmente menos ambicioso tortura a uno de sus personajes con la maldición de poseer sobre su cuerpo el mundo de los hombres; cada una de las figuras, cada uno de los dibujos que se hospedan en ese ser torturado son en esencia el destino total de todos los hombres, ya que de alguna siniestra forma tales ilustraciones logran abarcarlo todo. Bradbury trastornó el universo de su literatura haciéndolo parte de un hombre, desde allí, reprodujo como en un espejo las distintas formas del tiempo y del espacio.


Lejos de las ideas azarosas del inglés Wells y del curioso Bradbury, un viejo de abundante barba blanca figuró una obra que lo contuviera a sí mismo junto con los demás seres del universo. Para el viejo Whitman, su libro no era un libro, era el cosmos visto desde la total perspectiva egocéntrica de su ser o como él elegantemente exclamara: «camarada, esto no es un libro, quien toca esto toca un hombre».


Más allá de estos variados intentos literarios de autores deseosos de inmortalidad, otro hombre, demasiado modesto en vida, alcanzó para envidia o deleite de algunos la incalculable idea del Ser universal. Apocado a la sed de los infinitos libros, recreó con su talento literario la historia y la vida de los hombres. Agotó el mundo y sus representaciones y por medio de sí mismo logró la conjunción de universalidad en dos mundos: el real y el imaginario. Se reprodujo en el tiempo por medio de la literatura.


Como escritor se dio a la ardua y hasta perversa tarea de convertirse a sí mismo en un personaje ficticio de la literatura; logró sobrevivir no sólo como escritor universal, como maestro de las letras, sino que se hizo a sí mismo universal dentro de su obra ficticia.


Pero es quizá el intento de dilucidar ciertos misterios lo que engrandeció aún más su carácter cósmico. Borges creyó con fe ciega que en el destino de un hombre estaba el destino de todos los hombres, que un hombre, en definitiva, era todos los hombres, o como lo afirmara con mejor precisión el panteísta Paul Valery: «Todos los autores son un solo autor».


Pero ¿por qué Borges creyó que el destino de un hombre estaba en el de todos los demás? Su confianza en el escepticismo y en el idealismo quizá hayan sido la fuente de tales proposiciones, sin embargo, creo que más allá de estas escuelas, hubo otras causas que llevaron a Borges a creer en la figuración del Ser como un ente universal y ubicuo.


A la curiosidad de su niñez debió la enorme fascinación por los problemas filosóficos. Gracias al dibujo hallado en una lata de bizcochos que figuraba la noción del infinito y a los comentarios de su padre sobre las paradojas de Zenón de Elea que le eran explicadas por medio del tablero de un ajedrez, Borges entendió que la contemplación de su mundo iba más allá de su simple realidad.


Idealista y nominalista[2] en sus primeros años, anarquista y escéptico en los últimos, intentó siempre discutir sin mucha complejidad lingüística los grandes problemas filosóficos.


Siendo acérrimo discípulo de Mauthaner entendió que el conocimiento era imposible por la limitación de nuestros sentidos y por nuestra improcedente manera de abarcar el mundo a través de los símbolos.


Este axioma le convierte en nominalista, ya que prevé en el lenguaje el límite de la realidad, a su vez le hace idealista porque observa con vehemencia que toda representación es la análoga pareja de un símbolo y que este símbolo no puede existir sino en la mente de quien percibe los objetos del exterior. Pero Borges va más allá y especula que nuestros sentidos son el filtro por cual la realidad pasa a transformarse en lenguaje[3], por lo tanto «todo lenguaje es abreviatura»[4], es decir: todos los sustantivos son esquemas de las realidades (acontecimientos o fenómenos) que se perciben. O como lo diría el mismo: «lo determinante de la palabra es su función de unidad representativa».


Por lo tanto Borges, ya simpatizante de las ideas filosóficas, empieza su paciente estudio del universo, entendiendo para sí que todos los problemas de la filosofía tienen lugar dentro de los límites lingüísticos.


«Desde el comienzo de su literatura la palabra misma fue su obsesión, la palabra adánica que designa los nombres del mundo»[5], ya que entiende que «el mundo apariencial es un tropel de percepciones barajadas»[6] que «caben aunadas en cualquier conciencia, casi de golpe. El lenguaje es un ordenamiento eficaz de esa enigmática abundancia del mundo. Dicho sea con otras palabras: los sustantivos se los inventamos a la realidad»[7].


Es así como halla que en el lenguaje y a través del lenguaje puede llegar a sus íntimas reflexiones sobre la realidad y sobre la imaginación y de cómo combinarlas hasta el término de que se confundan simultáneamente la una en la otra. Descubre en el lenguaje otra forma de creación, porque para su maravillado ser «la lengua es edificadora de realidades»[8].


Sin embargo, no todo queda en esta reflexión. A medida que su intelecto da en proveer cuentos fantásticos, poemas, críticas, prólogos y ensayos; su ecléctica mente avanza hacia otras complicaciones. Ya dilucidado, parcialmente, el problema de la realidad y entendiendo que la realidad es incognoscible, tal y como lo refiere Kant, y que sólo a través del lenguaje logramos rescatar la escuálida representación de los contenidos o lo que sería más inverosímil de sus formas, Borges procura reflexionar sobre el origen de tal artificio partiendo de la premisa de que “lo más humano (esto es lo menos mineral, vegetal, animal y aún angelical) es precisamente la gramática”[9].


A diferencia de la psicología que expone el nacimiento del lenguaje a partir de la unión de las curvas de desarrollo filo y ontogenéticas y a partir de componentes neuronales que van especializándose en determinadas tareas lingüísticas y muy divorciado de la teoría de Chomsky sobre el dispositivo innato para aprehender la lengua. Borges declara que éste no se descubre, ni se desarrolla de forma innata sino que se inventa y cita a uno de sus grandes maestros literarios; el detectivesco ingles Chesterton, con la afirmación de que “el lenguaje ─ha observado Chesterton (G.F. Watts, 1904, pág. 91)─ no es un hecho científico, sino artístico; lo inventaron guerreros y cazadores y es muy anterior a la ciencia”[10].


Si el lenguaje se inventa, entonces siguiendo la supuesta teoría Borgiana éste fue en definitiva una necesidad comunicativa que les sirvió a los primeros hombres para poder entenderse entre sí, éste a su vez irremediablemente debió subordinarse a ser un instrumento ya que «un idioma es una tradición, una manera de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos»,[11] o en su caso más trascendental una forma singular de abarcar la naturaleza que lógicamente con la evolución y aunando a su alrededor culturas y formas vida se convierte en un heterogéneo sistema símbolos. Secretamente Borges a formulado el método de la filosofía analítica que se pregunta sobre el lenguaje, diciéndonos sorprendentemente que el lenguaje es en si mismo la finalidad de la filosofía. El lenguaje como forma abstracta de entender la realidad, el lenguaje como el instrumento por el cual explicamos los fenómenos y logramos pensarlos, ya no sólo tenemos los esquemas a priori y a posteriori de Kant que nos aclaran las experiencias razonadas y aquellas netamente empíricas, ya no sólo tenemos la sensibilidad y el entendimiento kantianos como fuentes de la razón, sino que a través de la alucinada mente Borgiana se nos es dado la verdadera esencia de la estructura lingüística como una forma de acceder a tales mecanismos del entendimiento.

Pero Borges no concibe la filosofía como una ciencia sino como una estética, la filosofía en Borges se convierte en una sensación física inexpresable, una sensación que sólo puede acercarse al asombro, a la maravilla.


Borges transforma a la filosofía en parte integral de la literatura y a su vez la convierte en literatura. Como el filósofo Hume, la mente borgiana pretende abarcar una metafísica auténtica y dejar atrás la filosofía de cafés y de diálogos comunes. Conceptos como el Ser comienzan a dar vueltas en su cabeza iluminada. A través del lenguaje busca desesperadamente dar respuestas a sus encrucijadas existenciales; para él, para su ardua literatura el Ser se encuentra en el hombre porque Ser es Ser-Ahí en el sentido de Heidegger. El ser es la irrefutable repetición de los actos de todos los hombres o dicho en singular, los actos de un hombre son los actos de la humanidad. Por eso para su mente idealista, el hombre es el Ser en construcción, un ser inacabado, un Ser que se representa a sí mismo y se realiza en sí mismo universalmente. Paralelo a este dilema Borges advierte el problema del tiempo. Aunque se disculpa de antemano por cada uno de los comentarios que realiza acerca del tiempo[12] en Borges se observa una clara ausencia respecto a la temporalidad. Si Ser es Ser-Ahí, entonces el tiempo es refutable como medición, ya que para él como para Zenón el tiempo es sólo un concepto abstracto que da cuenta del movimiento. El tiempo para Borges sólo es posible en la memoria. El pasado, el presente y el futuro son categorías de la memoria que clasifican los eventos del instante.[13]


En Borges el tiempo puede ser refutado a través de una dialéctica idealista basada en la negación de la materia de Berkeley, en la negación del espíritu de Hume y en la negación del espacio absoluto expuesto en ambos pensadores.


Partiendo de estas premisas Borges puede exponer con propiedad que “negar la coexistencia no es menos arduo que negar la sucesión”,[14] por lo tanto “el tiempo, si podemos intuir esa identidad, es una delusión: la diferencia e inseparabilidad de un momento de su aparente ayer y otro de su aparente hoy, basta para desintegrarlo”[15] dicho en términos filosóficos. Si “fuera de cada percepción (actual o conjetural) no existe la materia; fuera de cada estado mental no existe el espíritu; tampoco el tiempo existirá fuera de cada instante presente”.[16] Del mismo modo Borges empieza a comprender la idea de causalidad, pero su problema ahora es que tal principio lo lleva a los extremos de la generalización afirmándonos que el Ser esta determinado y estará determinado siempre, con lo que nos confiesa su negación acerca del libre albedrío[17].


En Borges pareciera haber una preferencia de negación hacia todos aquellos conceptos abstractos e indeterminados, no sólo difumina la objetividad de un Ser sino que a su vez lo descarta de pertenecer a un tiempo, pero lo que es aún más extraordinario; lo deja sólo en el universo, sin libertad alguna de sus actos y abandonado de un Dios a medio hacer o inexistente.


El escepticismo de Borges llega a sus límites al figurar la teología como una de las creaciones de la literatura fantástica más increíbles. A Borges le es imposible creer en un Dios personal, para Borges la idea de un ser perfecto, omnipotente, todopoderoso es realmente fantástica. O como afirmaría citando a Erígena: “Dios no sabe quién es ni qué es, porque no es un qué ni es un quién”[18] Con este pensamiento Borges escapa a la religión y la niega al mismo tiempo. Para él es despreciable el cometido que intentan las religiones, para él todas son una sola ya que todas buscan lo mismo, salvación o castigo están mezclados en cada una de las religiones pero con diferentes metáforas, de alguna forma todas ingenuamente persisten en el engaño de adorar una imagen de un concepto superfluo e inexistente. A pesar de todo Borges se equivoca en este sentido porque negar la religión es negar de por si la existencia, ya que según Herman Lübbe ─filósofo contemporáneo─ “la religión es la cultura del reconocimiento de la contingencia existencial de la que no se puede disponer […] y cumple por eso una función vital de universalidad antropológica, lo que significa que el hombre sin religión no podría vivir”.[19]


Como se puede observar Borges recurre a la filosofía simplemente para aclarar o entender los misterios de todo hombre con inalcanzable fe escéptica, con un serio método racionalista y con el principio de la duda copernicana. Lo que en síntesis demuestra es su inalcanzable sed por un conocimiento quizá en él inexistente.


Sin embargo, no deja que tales problemas racionalistas sean la causa de su vida o la razón de su ser, él por su lado los altera, los discute, especula sobre ellos a partir de una filosofía que se asombra, fatiga la historia encontrando confidencias entre un siglo y otro, entre un hombre y otro, entre un pensamiento y otro y los reúne, los enfrenta, halla sus fallas y curiosamente el mismo se maravilla de llegar a conclusiones que le revelan una sola verdad; que todos los hombres somos uno sólo, que «La historia universal es la historia de unas cuantas metáforas», y el hombre por tal repite los mismos pensamientos y experiencias. Es pues esta la conclusión borgiana; además de ser plagios totales de tumbas olvidadas somos para Borges seres inacabados, imperfectos condenados a la fe de alcanzar un conocimiento incognoscible. Por eso «las invenciones borgianas quiebran continuamente la lógica, no producen certezas sino inquietudes, dudas, sospechas, nos invitan a vivir en un mundo conjetural, no en un mundo de verdades contundentes»[20]. Ya que para él, dicho mundo tan sólo es posible en la geografía de Tlön.


Para Borges está claro que la filosofía es en síntesis la literatura del asombro, la filosofía como una sensación placentera que nos remite a estados eufóricos de curiosidad intelectual y que define nuestros atributos más deseados que no nos remite a verdades absolutas sino a dudas inigualables;


Es pues este el poder que designa a la filosofía. Todo el pensamiento borgiano está plagado de un maravilloso escepticismo pero a su vez éste está comprometido en (pareciera así) encontrar un principio que nos aleje de la duplicidad y la repetición, que nos divorcie del eterno «regreso al infinito» y que nos dé por fin una feliz libertad de abarcarlo todo. Dedicó su vida a especular de forma magistral eventos y misterios e hizo de ellos el instrumento más divertido para maravillarse. Borges quería trasmitirnos algo así como lo han intentado tantos otros sabios, para pena nuestra, la muerte le llegó en el justo momento en que el empezaba a comunicárnoslo.


Para Borges la filosofía (como la muerte)[1] debía poseer un sabor específico. Por eso la obra Borgiana sólo fue el principio de lo que él ambicionaba, él amaba el diálogo inteligente, amaba las sorpresas, y los misterios, él sabía que la filosofía era interminable, él sabía que los grandes problemas no se resolverían en el lapso de una vida dada a la efímera actividad de envejecer; su obra por eso es incompleta, porque ella tan sólo es la afirmación de un Borges que nos sigue esperando, ansiosamente, en algún lugar, tan sólo con el objetivo de seguir «discutiendo en la eternidad».[2]


[1] Borges al referirse a la muerte afirma: «la muerte tiene que tener cierto sabor; tiene que ser algo peculiar que uno no ha sentido nunca»
[2] La exclamación pertenece a la tradición oral de Ginebra que Borges recogió en su libro “Obras Completas, 1923 – 1972”, Jorge Luis Borges. Emecé editores, Buenos Aires, 1974. en su ensayo “Discusión”. Donde refiere que Miguel Servet condenado a la hoguera, gritó a los jueces: «Arderé, pero ello no es otra cosa que un hecho. Ya seguiremos discutiendo en la eternidad»
[1] Obras Completas 1923 – 1972, Jorge Luis Borges. Emecé editores, Buenos Aires, 1974.
[2] Al respecto Enrique Anderson-Imbert en su ensayo “Borges del escepticismo a la sofistería” perteneciente a su libro “El realismo mágico y otros ensayos” afirma en relación a Borges: «No era filosofo pero le gustaba la filosofía […] La primera que le gustó fue la del Nominalismo» para dar crédito a esta afirmación cita más adelante a Borges así: « El nominalismo afirma la verdad de los individuos y lo convencional de los géneros…Todos hacemos nominalismo sin saberlo; es como una premisa general de nuestro pensamiento, un axioma adquirido (“Historia de la eternidad” en el libro así titulado, 1936); más adelante cita de nuevo a Borges esta vez afirmando la influencia nominalista del argentino con un carácter definitivo: «para el realismo lo primordial eran los universales (Platón diría las ideas, las formas: nosotros los conceptos abstractos) y para el nominalismo, los individuos. El nominalismo, antes la novedad de unos pocos, hoy abarca a toda la gente; su victoria es tan vasta y fundamental que su nombre es inútil. Nadie se declara nominalista porque no hay quien sea otra cosa (“De las alegorías a las novelas”, Otras Inquisiciones, 1952).
[3] En “Borges: el reloj de arena y el tigre mutilado” de Mark Garnett de la University of Exeter, se puede apreciar la explicación que al respecto da el autor, para éste la realidad pasa a través del reloj (metáfora del universo) casi en forma granular. Cada acontecimiento (percepción de la realidad) pasa por el centro del reloj, que equivale a nuestros órganos sensoriales y el cerebro y llega al fondo convertido en lenguaje.
[4] El tamaño de mi esperanza, Borges Jorge Luis…52
[5] Comentario de William Ospina en su libro “La decadencia de los dragones”, Alfaguara, Bogotá, Colombia 2002.
[6] El tamaño de mi esperanza, Borges Jorge Luis…52 esta idea de representación de la realidad en símbolos se observa también en los versos de su poema “El Golem”: « si (como el griego afirma en el Crátilo)/ El nombre es arquetipo de la cosa, / En las letras de rosa está la rosa/ Y todo el nilo en la palabra Nilo. Obras Completas 1923 – 1972, Jorge Luis Borges. Emecé editores, Buenos Aires, 1974.
[7] Ibid.
[8] El tamaño de mi esperanza, Borges Jorge Luis…53
[9] Ibid.
[10] Otras Inquisiciones. Borges Jorge Luis. Bogotá Editorial el tiempo, 2001. pág 42.
[11] William Ospina en su libro “La decadencia de los dragones”, Alfaguara, Bogotá, Colombia 2002.
[12] Borges en su libro Otras Inquisiciones, Borges Jorge Luis. Bogotá Editorial el tiempo, 2001. en su ensayo “El tiempo y J. W Dunne” se disculpa así: «No pretendo saber qué cosa es el tiempo ( ni siquiera si es una «cosa»), pero adivino que el curso del tiempo y el tiempo son un solo misterio y no dos»
[13]Para Borges es claro que el tiempo es abarcable desde una posición subjetivista, que sólo a partir de ésta se puede dar una relación consecuente entre pasado y porvenir y que ello sólo es posible en un presente determinado por una infinidad de causas y efectos o como lo diría Borges en los versos de su poema Instantes, negando la objetiva sensación del tiempo: «¿Dónde están los siglos, donde el sueño / de espadas que los tártaros soñaron,/ donde los fuertes muros que allanaron,/ donde el árbol de Adán y el otro leño?/ El presente está sólo. La memoria/ erige el tiempo. Sucesión y engaño/ es la rutina del reloj. El año/ no es menos vano que la vana historia.» Obras Completas 1923 – 1972, Jorge Luis Borges. Emecé editores, Buenos Aires,
[14] Borges Jorge Luis, Otras Inquisiciones Bogota Editorial el tiempo, 2001. En su ensayo “ Nueva refutación del tiempo” pág. 158
[15] Ibid, pág. 162
[16] Ibid, pág. 165.
[17] En relación a esto se puede advertir que toda la obra Borgiana propende a la duplicidad del Yo, a la afirmación de Schopenhauer de “yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres” a partir de este axioma puede derivarse la conclusión de la inexistencia del libre albedrío o dicho por el mismo Borges acerca de su destino: “yo no sé si cósmico, pero que esta prefigurado sí. Ahora eso no quiere decir que haya algo o alguien que lo prefije; quiere decir que la suma de los efectos y causas es quizá infinita y que estamos determinados por esa ramificación de efectos y de causas. Por eso descreo del Libre albedrío” Diálogos últimos. Jorge Luis Borges y Osvaldo Ferrari. Editorial Sudamericana. 1987 Buenos aires Pág., 28
[18] Otras Inquisiciones, Borges Jorge Luis. Bogota Editorial el tiempo, 2001. pág 146.
[19] Racionalismo Crítico, Han Albert. Editorial síntesis, España, 2.000, pág, 194
[20] William Ospina en su libro “La decadencia de los dragones”, Alfaguara, Bogotá, Colombia 2002.

No hay comentarios.: