03 octubre 2012

INMANENTE




Más tormentoso que sentir en mis escápulas
El peso de unas alas pudriéndose,
Está el hecho del espanto,
del no verlas en el reflejo del espejo,
de transitar los días
con la sensación de estar habitado por un ángel.

A veces el miedo consiste
En meter la mano y saber que no hay nada adentro.
Que no se puede pensar,
Que todo viene de afuera y se va para afuera
Y que al final en este cuerpo todo es desierto:
Un inhóspito lugar donde solo pasan los días.

A una piedra al menos le tiembla el corazón.
Aquí la sombra se endureció por el frío.

Yo he visto desfilar por las calles a seres completamente vacíos,
Los he espiado deambulando fuera del llanto
Con sus agresivas formas de tragar la soledad.

Es que a veces la autopsia se hace en carne viva
Y la lectura de los ojos cumple con todos los votos del desprecio.

Hay que sospechar de la sensibilidad,
Yo he leído mi mente como quien lee un diario ajeno
Y entonces he comprendido la angustia de no tener respuestas.
Pero hablo de una ilusión, de la fe que es también una ausencia.

La imaginación es un dado que siempre cae de espalda,
Y nadie puede contra el poder de estar solos.

La agonía es la conciencia de no poder aferrarse a nadie,
De resbalar hacia el fondo, de caer aunque todos nos extiendan los brazos.

Esta escritura sabe también del desamparo,
Está deshabitada,
Abandonada como un espejo en la habitación de los huéspedes;
Algunos días
Uno que otro ente despavorido se acerca inútilmente al reflejo
Con la esperanza de encontrar al hombre que olvidó sus alas.
Pero este cristal no tiene un dentro…
Hay soledades que solo encarnan el vacío.




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