14 noviembre 2010

Ciudad de Dios



“si huyes te cogerán, si te paras te matarán”

Uno de los aspectos sobresalientes del cine actual se basa en la atención que este ha prestado a las realidades circundantes o realidades periféricas que generalmente obedecen a un patrón: narrar las miserias que demandan los cinturones de pobreza de todo desarrollo urbano y que son consecuencia del desaforado y desorganizado incremento industrial.

En Europa la cinta “El odio” es una fiel muestra del subsuelo revolucionario, cultural y romántico bajo el que generalmente hemos imaginado el continente antiguo y que decir de “Cristina F” que marcó toda una generación junto con “Trainspotting”. En América del norte son muchas, a decir verdad, las películas que resaltan este género, dos ejemplos: “La ley de cada día” y “Réquiem por un sueño”, de México tenemos: “Mi familia” y “De la calle” y de la parte insular asiática podemos recordar la desventuras del conjunto familiar de “Somos guerreros; en corea está la aclamada “Old boy”, en Colombia, por nuestro lado, somos especialistas: “La vendedora de rosas”, “Rodrigo D. no futuro” o “Buscando a Miguel” son obras maestras de este género.

A qué se debe la popularidad de esta clase de cine. Si bien, a que en ellas descubrimos aspectos cotidianos de nuestras metrópolis, de la alienación humana actual y de la estructura piramidal que demuestra que en países tan occidentalizados también existe la raza de “los intocables”.

Una de estás prodigiosas películas la debemos al genio brasileño del director Fernando Meirelles que adaptando el libro de homónimo de Paulo Lins logró generarse un imperio de sagas, series secuelas, remakes, crossover y spin-off a raíz de la monumental “Ciudad de Dios”.

Está película habla de aquel contexto en el que Paulo Freire logró concebir toda su pedagogía popular; las favelas. El filme sin embargo, no es el biopic de la educación en los barrios marginados, más bien nos muestra es como es la vida cotidiana real que más a allá de las aulas comunitarias sostiene la existencia de todos los habitante de esos sectores.

Ver “Ciudad de Dios” no sólo nos remite a reflexionar sobre nuestras propias ciudades sino que nos conlleva a explorar un mundo que a veces por su misma complejidad es imposible reconocer en la vida real.

Cuando vi esta película recordé barrios de mi país que de alguna forma evocaban el carácter de muchos de los personajes principales y de la atmosfera. Así, barrios como san Michael, san Grabriel en la comuna trece de Medellín o los barrios la Carrilera, la Isla o san Judas en Pereira, por no hablar de los barrios de Girardot, la Perseverancia, los Mártires o las Cruces en Bogotá eran una antecedente o una fuente directa de aquella intrépida cinta.

Pero el contexto que más me recordó la miseria extrapolada de las favelas en Brasil fue un sector de invasión en Bogotá llamado Cazucá, esta analogía no nace de la violencia sino de la historia misma que narra la película: los orígenes de un barrio de invasión, su lucha por mantenerse, su crecimiento, su legitimación ante la curaduría urbana y su declive por la perversión y degeneración de sus carencias.

De eso especialmente habla el narrador protagonista, eso cuenta Meirelles y si de algo sirve ver esta cinta fuera de los aspectos formidables técnicos que contiene y la fotografía, creo que se encuentra en la saudade que nos trasmite de un contexto que también tiene alma, que también sufre y comparte inolvidables alegrías.

Quizá por eso Meirelles supo que la película no se agotaba solo con ponerle fin sino que decidió por ello extenderla en series que a lo mejor son sólo hojas sueltas de un diario que pertenece al universo infinito de la “ciudad de Dios” que hay en todos nosotros.

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