02 octubre 2010

HONGO




Extracto:
Parte 1: EL DÍA Y LA NOCHE
Tema c: El Sueño.
Parágrafo 1.
El sueño es la imagen trastornada de una obsesión temida.
Texto 1.
El sueño de Ángela comenzaba todas las noches con la misma sensación de mareo y entumecimiento, de repente, de las manos. Para Ángela, encontrarse en un aeropuerto sin compañía alguna, congelada en uno de los largos sillones que habían en la sala de abordaje, observando gente por todas partes y súbitamente verse metida en un avión que comenzaba lentamente a enfilarse sobre la pista de despegue, hacía que cierto ataque de ansiedad, sólo posible en la lucidez, comenzará a establecerse en las entrañas más temerosas de la Ángela que, por sorpresa, se veía asomándose a la ventanilla a apreciar la cordillera explosiva de nubes que al amanecer de su sueño iban desperdigándose y aplastando todo lo verde que pudiese admirarse en el horizonte.
Lo problemático en el asunto de su sueño no estaba en lo recurrente de las imágenes sino en el vértigo que estas producían en la antesala final. De un momento a otro el avión fallaba y se venía a pique. Unas sobre una ciudad, una calle, un montón de gente; otras, sobre el océano o el desierto interminables.
La primera vez que le escuché, desde este lado del teléfono, sobre su sueño, me pareció que su necesidad de comunicarse se enmascaraba en una jactanciosa verborrea de autoanálisis onírico.
Me comentó que su sueño quizás se debía al accidente de su hermano y que desde entonces ella andaba muy traumatizada. Andaba traumatizada? andar traumatizado? qué cuernos era eso de andar traumatizado? pero bueno, ella insistía. La otra impresión que me abordó, desde el primer sueño reconstruido, era la frialdad con que Ángela articulaba cada palabra para expresar correctamente lo que quería supuestamente trasmitir. Al parecer, el miedo. Miedo de lo que pudiese pasarle a otros o su propia familia.
Me era difícil razonar con ella, sobre todo por su afán de concertar algo, lo más pronto posible, que le sirviera para no volver a soñar con aquello. Este incidente distorsionaba sus días, se la pasaba con migrañas constantes, no lograba concentrase en clase y sus estudiantes, más que hablarle en el inglés acostumbrado, la imprecaban a través del chat con emoticones compasivos que empujaban sus dolores de cabeza a explosiones de sufrimiento inimaginables y a ella hacia comportamientos de histeria o furia.
Su acoso, se tornó casi en una necesidad y al final en una dulce manera y tácita forma de acompañar nuestros miedos en las noches. Un día me confesó que tiempo atrás había logrado ahorrar algún dinero. Quería viajar, irse lejos, ya llevaba por lo menos un año planeando su huida y justo cuando había logrado tener las fuerzas suficientes para no despedirse de nadie, había sucedido lo de su hermano.
Pero qué era lo que había sucedido con su hermano? Qué, justamente, emparentaba un accidente real con un accidente ficticio? Qué acercaba estas dos eventualidades en la vida frágil y flemática de Ángela. Esta sincronicidad, estas coincidencias, que podrían inaugurar las tesis de los teóricos más afamados: Jung, Freud, Riso o Jaworski y los escritores más curiosos que trabajaron a partir de la misma teoría de las casualidades como: Duccasse, Breton, Cortázar, Rodari y hasta Kundera, no parecían reconciliarse y permitir el fortuito avance de la explicación o el destino.
Los sueños desaparecieron durante un tiempo en Buenos aíres, luego volvieron con el agravante de que ahora sus familiares eran victimas del accidente aéreo de sus noches, luego, al parecer las imágenes desistieron y dejaron de atormentar a Ángela. Lo que le sirvió muchísimo ya que inmediatamente salió de Buenos aires y aterrizó en Ginebra buscando olvidar para siempre.
Fueron meses de calma y equilibrio, meses en los cuales logró avanzar en sus estudios y donde comenzó a reír de nuevo, meses, en los cuales, de este lado, hasta olvidé ensayar alguna explicación presuntiva acerca de su caso. Pero aquello que se había convertido en obsesión, regresó, y esta vez el Skipe y las llamadas dejaban entrever que los sueños habían logrado impactar justo en la gran planicie de su desamparo.
Lejos de su hogar, de la reincidente historia de su hermano y amigos del día que convirtieron el accidente en una trama heroica que solían narrar en las visitas, lejos de esa exagerada y enriquecida anécdota que se fue convirtiendo en la leyenda de la familia, lejos del detonante primario que había generado su locura onírica, de ese escuchar atormentada, tantas veces, como su hermano había salido disparado como un torpedo a través del parabrisas de la camioneta en la que viajaba y sobrevivido, lejos ya de sus temores a no poder salir nunca de Bogotá, lejos de un Buenos Aries que como insumo a sus sueños había dispuesto el tormento a sus seres más queridos y lejos de su mismo afán por superar una limitación inventada por el tabú de su feminismo, ahora, Ángela en Ginebra se hallaba desamparada, su sueño adquirió toques dalinianos, era impresionante conectar la técnica critico-paranoica con el embalaje de sus delirios nocturnos, El cuadro espectral del accidente de pronto la trasladaba al pueblo de su niñez, a esa aldea de nombre sonoro y muisca que si bien recuerdo traducía algo como “tierra de labranza”. El espectáculo se cerraba dalinianamente, no había otra forma de verlo. Ángela sentada en el atrio de la iglesia con sus más íntimas amigas deslumbrando a los acólitos con esa belleza muda y esa mirada carnavalesca e inquisidora, de pronto aquel momento se veía perturbado por un cielo que comenzaba a arrojarle un santiamén de objetos absurdos: le lanzaba una pelota de payaso gigante, una estrella de hule, un pito, un sombrero de mago, una libélula atrapa en una esfera de ámbar y por último un avión, un diminuto avión de plástico que comenzaba a perseguirla por todas las calles de su vida.
Al final el avión terminaba dándole alcance y aquel era el momento catastrófico ya no del tan sabido accidente, sino esta vez de la infranqueable verdad de ver como sus sueños se estrellaban directamente contra su abandono.
El sueño de Ángela si obedecía a una lógica emocional intrínseca, es obvio que un patrón que se repite debe su permanencia a un sistema lógico de eventos, en muchos casos traumas, frustraciones pero en Ángela comprendí que los objetos de su sueño no alegorías, ellos mismos eran el símbolo; la imagen del avión de por si lleva la idea de volar y de caer y de vértigo. El avión no era una metáfora de pulsiones no satisfechas, era Ángela en toda la expresión de su libertad, de su obsesión. Los sueños cumplen con una sola regla, no se `proyectan sobre un celuloide lineal, jamás se sabe que puede ocurrir; el azar es su ley.
Ángela tuvo siempre el deseo de ser alguien, de volar por encima de la gente de su pueblo, quiso ser mejor y llegar muy lejos y lo logró, pero esa obsesión que al principio sólo enriquecía sus vigilias pasó a determinar sus noches, la obsesión, ya descrita, estuvo siempre en Ángela, sólo faltaba un detonante, ella volaba pero nada le había dicho que si volaba muy alto el sol podía quemar sus alas y caer.
El accidente de su hermano despertó el mito de Ícaro en Ángela y desde entonces su vida fue un continuo desplome. A pesar de todos sus logros su vida se lanzaba suicida hacia el abismo del desamparo. Aprendió a estar sola, a comunicar su silencio con el silencio. Ahora en Ginebra, Ángela abandonada del mundo, ausente de todo lo que la avergonzaba, de su inmediatez aldeana, de su expectante angustia sudamericana, se encontraba por fin al borde de su propio abismo. La obsesión había logrado su eterno retorno y Ángela al otro lado de la línea de teléfono en el rincón invernal de su estrecha pieza de arriendo, me comunicaba ese último vació.
Alcancé a escuchar el nacimiento del llanto, el desamparo levantado su cola de pavo real con sus mil ojos, antes de que colgara.
No volvería a soñar, el avión por fin había dado en el blanco.

2 comentarios:

Reptante dijo...

La interpretación de los sueños como premoniciones me parecía la tónica seguir, extrañamente, en este relato tuyo. Ya después me di cuenta que tan infantil no podías ser. La generación de la atmósfera al sueño recurrente le da ese tono lúgubre, sobrio y sordo que suelen tener los sueños atemorizantes. La experiencia del hermano, pues sí, algo conectivo, dado que si de ese lado la esperaba era porque su hermano igual era un reventado, o quién sabe. Es raro tan largo el tiempo, y hasta el hecho de que haya tenido que largarse para desprenderse, dado que si su hermano no se murió... Las circunstancias, la verdad no me parecieron de lo más convincentes. Pero pues... hay gente con la plata necesaria como para darse el caprichito de mudarse miles de millas náuticas al noreste porque sus sueños burgueses les andan metiendo trepanaciones en el cerebro. El nuevo sueño del cielo regalando chácharas interesantes muy, pero muy buenos. Y esa escena final sobre el desplome, la catársis y las lágrimas, muy atinadas. Ya veremos qué traes bajo tu chistera muchacho... Digo, Zeuxis.

Zeuxis Vargas dijo...

Gracias por tu comentario. De mil amores le preguntaría por qué tuvo que largarse tan lejos, no tengo la menor idea y pues hombre, aquí adentro, en este cascajo, Ángela, sólo sobrevivió, el tiempo necesario para ser un personaje de la novela. Luego se salió de ella, anda por estos tiempos perdida, no sé, quizás vuelva a aparecer, un tiempo atrás antes de meterse en mi novela, me formó severo alboroto en un relato y en un poema, el poema me costó mucho, ya que todavía Ángela era solo un cabello largo desmigajado en tiernos tirabuzones, en esa época no me daba la cara, después dejó la timidez y comenzamos a hablar, esa fue la época del relato, era devoradora, pero siempre había sombra y nunca veía sus pies o sus manos ya en la novela se destapo total. Pero veo que no del todo, nunca me pregunté la verdadera razón de si viaje, sabía que quería ir a trabajar y salir adelante pero nada más. Saludos David