31 agosto 2010

Estudio crítico de una pintura del Artista Fabio Vargas



Título: Saudade onírica de una íntima presencia.


Estilo: Expresionista
Técnica: Oleo sobre madera
Dimensión: 32 x 45 cm


Tema: la condición angustiosa y melancólica de la perseverancia erótica en la memoria y su permeabilidad desesperante en el equilibrio emocional del sujeto que la padece.



Descripción de forma y contenido: El plano básico de la obra concentra su expresión icónica en el sector inferior estableciendo su peso visual en la zona izquierda. El cuadro esta dividido por dos ejes uno descendente que va del vértice superior izquierdo y que se dirige al vértice inferior derecho, este representa la división de las cargas visuales. El otro eje, lo constituye la línea horizontal que divide al plano inferior del plano superior representando dos conceptos: el peso y la levedad.
Hay cuatro centros en la obra: la mujer acostada que enmarca la expresión angustiante; el hombre que levita sobre la mujer y que establece la desesperación de su levedad a la vez nos proporciona el elemento onírico; el tercer centro definido por la silueta de la mujer invisible que carga al cuadro con el concepto del equilibrio emocional: elemento intencional de la obra y por último la silueta de un hombre sin rostro parado al fondo y que trasmite la carga melancólica al resto del cuadro.


Estudio.

El soporte de la pintura está configurado por medio de la efigie de la mujer en primer plano y ubicada en la zona pesada del rectángulo Su peso allí es tolerado por la descomposición fundida de la mujer dentro de la línea de horizonte. Al amalgamarse con el plano, los colores apagados equilibran la gravedad de la imagen sobre el resto de las figuras; además, observamos que los trazos de pincel, a pesar de ser suaves, expresan furia y cierto rasgo rústico o tosco que es sello del estilo del artista para configurar las tensiones en sus obras.
El segundo soporte está dado por la figura incompleta de la mujer que se establece verticalmente atravesando la parte liviana y pesada del sector derecho del plano y que concentra su fuerza expresiva como contraste acompañante del centro sobre el que se recarga toda la obra. El vestido blanco colma al cuadro con el clima de languidez y onirismo que es reforzado por la atmosfera de colores luminosos que invade y degrada el sector izquierdo.
La luz penetrante por el sector derecho dispone al cuadro de un signo icónico tácito: la invasión en el universo del sueño.
El espectador en esta medida no se identifica afuera del cuadro sino dentro del cuadro como semejante a la silueta del hombre sin rostro que invade desde atrás la realidad propuesta. Así, el hombre desdibujado, oxidado y añejado por colores ocres y pinceladas fuertes de color verde, señala el punto visual en el cual ubicar la mirada del espectador.
El cuadro es un reto que se basa en el patrón de la ley de apertura de visión[1]. La obra pictórica establece esta ley desde el signo icónico tácito de la luz entrante y desde la señalización empática que representa la silueta melancólica con el espectador.
Al ubicar al espectador detrás de lo que sucede, las figuras oníricas cobran una realidad objetiva metamorfoseando en ficción al que observa-invade. Justamente por este artilugio es que entendemos porque las figuras constituidamente como firmes y explícitamente identificables son las del mundo onírico y la silueta invasora una representación imaginaria sin forma específica. El anonimato entonces es claramente completado por la identidad de cada espectador que se sumerge en la obra pictórica.
El centro dispuesto en el sector superior izquierdo a pesar de formar parte del conjunto objetivo del universo onírico define el carácter angustiante de levedad que separa lo pesado de lo liviano.
La imagen del hombre a pesar de esta significación emocional se ve rígida y su rigidez está basada en la conjunción de los elementos que constituyen toda la obra; su forma está configurada por las todas las partes elementales que conforman el rectángulo artístico. El hombre, primero que todo está incompleto, segundo, los trazos conciertan una mezcla entre lo indefinido y lo definido, entre lo firme y lo desdibujado y la a vez su levitación representa un desconcierto.
En la parte inferior vemos que el brazo de la mujer se extiende hacia el plano liviano atravesando la figura del hombre pero este brazo que no está totalmente ilustrado, debido a que la luz que entra no logra iluminarlo del todo, constituye la desesperación de la mujer por preservar en el plano liviano.
Ahora, como todos los cuadros del autor, el título: que es lenguaje escrito y la obra que es lenguaje visual, representan una de las necesidades más importantes del artista en la concepción de su estilo y que es a saber: la fusión de la poesía y la pintura.
El cuadro no puede comprenderse del todo sin la incrustación deconstructiva de todos los elementos que componen lingüísticamente el título. El cuadro es la representación poética visual del poema denominado: “Saudade onírica de una íntima presencia.
La obra pictórica sólo es posible concebirla como una Mapepitoruna[2].
A través del estudio formal de las estructuras icónicas hemos podido establecer los versos recreados visualmente: la saudade, lo onírico y la presencia. Pero hay un signo que no ha sido considerado y es la intimidad.
A saber, este signo es el cierre connotativo que deja al descubierto la invasión causada. De aquí que se pueda explicar porque la efigie de la mujer, que ocupa el vestido blanco, es trasparente.
La intención se basa en la ley de causa y efecto; al invadir un universo este se ve súbitamente sorprendido, lo que genera perturbación; la brisa que es un elemento tácito que da movimiento al cuadro también establece la sorpresa y en consecuencia la mujer desaparece estableciendo esta transparencia como mecanismo de ocultamiento para mantener su intimidad.
Sin embargo, este ocultamiento es a la vez una provocación ya que sólo se hace transparente más no abandona el vestido; ella sigue ocupado el espacio, manteniendo la perseverancia de la presencia pero de un modo fantasmal, la silueta es entonces, un signo insinuador hacia el que invade.
La intimidad, finalmente, no sólo se encuentra en el cuadro sino que permea la impresión del espectador, afectándolo y provocando la ilusión de un recuerdo angustiante. Somos en este sentido, la saudade.
Espero que realizado este estudio, el mismo se establezca como un leitmotiv que el lector pueda utilizar para conocer más profundamente la obra de este artista.


[1]Ley concebida por el autor de este artículo y que define que en que toda observación de un espacio determinado, este será siempre modificado por el punto de referencia del observador, así el espacio tiene múltiples opciones visuales que alteran su constitución. Todo artista a través de esta ley busca determinar el punto desde el cual obliga al espectador a mirar la obra. La apertura se establece como elemento que señala desde donde observar.
[2] Neologismo creado por el autor de este artículo que a través de un anagrama une las palabras poema-pintura

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