04 julio 2010

Cavilaciones estranguladas.




I.


Algo pasó en mi hace mucho tiempo, algo que me llevó a ser esta criatura que se proclama temerariamente nostálgica pero que sólo sirve para crearse locuras de persecuciones y mensajes secretos, que sólo sirve para aburrirse con su maldita manía de saberse perseguido hasta por sí mismo. Algo que no logro aclarar del todo me lleva siempre en contravía, intentando sacar de donde no tengo el coraje sincero para acechar con una daga el corazón irresistible que me dieron los años y que sólo sirve para repartirse en placer y deseo hacia un cuerpo de mujer imaginada.
Nada interesante ha sucedido en esta intrincada vida que se desteje hacia la tierra, sólo han asistido a mi largo velorio el lenguaje propicio de los callejeros para aumentar el calor beligerante de una lucha que hierve en la intimidad de mis entrañas y los dulces gusanos que son todas mis heridas. Solo están en este calcinante y silenciosos luto las manías del cuchillero, del drogadicto y del poeta porque sólo ellas entienden que como desposeído de mi mismo nunca busqué reconocer el poder o el éxito como un egoísta atributo que se vende o se compra en las esquinas.
Que más que un pan prefería una caricia y más que un beso una palabra de afecto sinceramente marcada en el gesto de quien la profiriera.
Algo que sucedió en mi niñez me llevó a entender maravillosamente el mundo, a ser un prodigio funesto para la humanidad entera, pero eso sucedió hace mucho tiempo y ahora estoy cansado de cargar con un abecedario que sólo utilizan los humanos para llevarse traicioneramente hacia el abismo.




II.


La vaina de cuando llega la inspiración o eso que en mí solamente es el estado literario, es que sucede, entonces, que hay miles de cosas sobre las cuales escribir, entonces hay que clasificar, hay que abandonar y olvidar, hay que, con tristeza y desesperanza y conformismo, dejar a un lado muchas cosas que quisieran dejarse sobre la proxeneta hoja. La literatura en esos momentos es prodigiosa pero, al mismo tiempo egoísta, solo resiste la conversión tangible hacia las palabras de ciertos temas, de ciertos sentimientos de ciertos personajes, de ciertas vivencias o imaginaciones. Es, para ser más precisos tiránica y desalmada, solo se entrega, totalmente, a unos pocos pensamientos. Por eso escribir en esos momentos es toda una maldición. Se encuentra uno esclavizado, sabe que puede uno simplemente pararse, ir a hacer otras cosas; ver televisión, jugar algo, salir a la calle, escuchar música, pero no sirve de nada, hasta eso que se piensa en hacer se convierte en literatura. Uno no logra levantarse, todo en ese instante muere, todo simplemente converge en el génesis. En ese momento se sabe uno dios y lo entiende, y sabe uno de su inocencia y de su gran vencimiento. Escribir es crear, y crear es simplemente hacer lo mejor posible. Es anunciar un universo del cual uno jamás será responsable. Siempre faltarán cosas y habrá otras que tengan demasiado pero eso no es culpa de uno, eso simplemente es la literatura, es eso, una sopa que el brujo nunca prueba porque sabe que está maldita.




III.


Para el escritor las noches son los días de trabajo en que se gasta hurgando entre el lenguaje, el escritor, es mejor decir, el poeta, se convierte en un fantasma que desesperado busca palabras, expresiones, secretos, mensajes, letras… Es un niño que recoge aquí un peldaño y allí una escalera y luego los abandona por la magia del abismo. El poeta coge aquí y luego allí y así se la pasa la noche entera. Escribir es elaborar, construir, los poetas son los ingenieros surrealistas de las ideas crudas. La inspiración no existe, lo que existe son ideas, evocaciones, recuerdos y asombros que, esparcidos sobre el lenguaje natural del escritor se imaginan poemas. El poeta es aquel hombre que pule y lima, que bajo la constante disciplina de remover el léxico indecible, al llegar al alba, sostiene con tristeza los residuos o el cadáver de algo que como epitafio los lectores denominan inspiración y que muy seguramente, antes de pasar por las manos destructoras del poeta, eso languideciente que balbucea cosas extrañas en los ojos era en verdad un poema.




IV.


La confidencial forma de adentrarnos en el estilo de nuestros precursores nos hace en cierta medida hijos de una tradición, que por lo demás, sólo se remite a la angustiosa posición de querer rebeldemente cambiarlo todo. Sin embargo, las influencias establecidas desde la historia, establecen esa magistral y eterna manera de invitarnos a crear cosas nuevas. Sin esta predominante ejecución ancestral nuestro genio y nuestra estructura temperamental hacia el mundo no sería posible. Por más que le demos vueltas al asunto, la cuestión no esta en ver una trágica tensión sobre la historia y el presente sino en advertir la enconada inspiración del pasado que hace posible las nuevas generaciones. Una lectura buena y seria no concluye en una buena y seria crítica sino en una nueva e incendiaria obra. Cada hombre debe verse en su época como un continuador no de una voz sino de un poema. No es el verso anterior el que hace posible el milagro de lo majestuoso o lo sublime sino la creación surrealista que se da en el siguiente espacio, en la siguiente descendencia la que hace posible la magnificencia de las palabras jamás dichas. No todo ha sido escrito y es mucho el papel en blanco que espera las fabulosas y aterradoras sentencias.




V.


Todos buscan en mí lo macabro, lo no dicho.
VI.


Siempre se cree que escribir es un don, ante todo, maravilloso, ya que se tiene la creencia que aquel que dedica su vida a la escritura es porque tiene ese algo que hace asombroso la literatura y que la convierte en una condición genial que es capaz de describirlo, analizarlo y transformarlo todo.
Fuera de estos mitos modernos que observan al escritor como un demiurgo fantástico que puede arrastrar cualquier sentimiento hacia la revelación cínica de la desnudez, el escribir es ante todo un destino que se incuba en la mente del artista bajo la condición cómplice de la obsesión. Escribir en este sentido conlleva a un continuo exorcismo de sí mismo y a un continuo martirio que procura explicaciones fortuitas sobre toda realidad. La escritura como oficio angustiante observa el universo como un todo caótico que es necesario ordenar bajo la historia que pueden crear las palabras, sin embargo la escritura en este sentido siempre condicionado por la incertidumbre concibe el conocimiento como el resultado forzoso de esa estructuración semántica que posibilita nuevos universos que en su calidad metafísica logran estimular no sólo sentimientos sino que postulan la irrealidad de la percepción sensorial de otros tiempos, otras impresiones, otras experiencias, otros dolores, otras, quizá, sea necesario observarlo así, vidas menos confusas que la que se sobreviven y hacen posible el artilugio de la literatura.
El escritor es un prisionero de sus propias palabras, es el angustiado que se sabe una miserable ficción. El que sabe que puede tejer palabra tras palabra cualquier evento real o fantástico también sabe que lleva sobre si una maldición. La vida de un escritor en últimas se remite a una eterna escritura que erupciona en topos los lugares y en todos los momentos. La escritura le dice al escritor que todo puede ser escrito y siempre se valdrá de ese algo misterioso que hace posible lo que se ha dado en llamar como inspiración y que simplemente y crudamente se puede reducir a la sensación del saber intuido de que se comienza a escribir en la mente, antes que comenzar a escribir sobre la hoja.
El escritor es un perseguido de sus propias palabras, es un sirviente que subsiste como un objeto siniestro sin el cual el sujeto verdadero que es la escritura no podría sobrevivir.
La escritura, mi escritura, es una maldición.
Hay que posibilitarse entonces como única salida el olvido.




VII.


Lo más raro de toda escritura es que cuando comienza a nacer en la mente del escritor pareciera que ella misma reconociera el ritmo y la musicalidad en que debe ser escrito algo.
Unir una palabra mas otra hasta lograr un corpus estético parece después de realizado algo fácil, natural casi algo existente desde siempre, parece que toda escritura no fuera producto del un autor sino que fuera producto de la naturaleza, la escritura después de engendrada demuestra bajo su realidad grafémica una perfección natural ajena a la moralidad y el inacabamiento del universo humano.
Tener este maldito don sólo conlleva a observase a uno mismo como un perdido.
Quizá lo último que os quede sea la resignación y la espera de la muerte como único lugar de descanso, de reposo verdadero.

No hay comentarios.: