02 enero 2008

LITERATURA Y REALIDAD: Las Criaturas Que Nos Sobreviven.





Cortazar, afirmó alguna vez que el oficio de escribir era un proceso de exorcismo y tierno rechazo que llevaba a cabo todo escritor con sus más neuróticas intimidades. Para Jairo Mercado Romero, el acto de escribir es un fenómeno que le permite al escritor abandonarse de las criaturas emocionales que perduran en la mente atormentada del artista. Si atendemos a estas declaraciones podemos intuir, por así decirlo, un factor común que determina en ambos escritores su trabajo literario. Dicho eje, se circunscribe al hecho terapéutico; escribir es desahogarse, es la forma por la cual se puede llegar al reposo y a la tranquilidad.


Parece dudoso afirmar que la escritura en muchas ocasiones tan sólo tiene el efecto transformador de una terapia, de una droga o de un tranquilizante. Pero si atendemos a la obra misma, aquella que esta fuera de la mente del autor, podemos empezar a vislumbrar detalles que, quizá puedan hacernos más comprensible dicho prodigio.


La literatura colombiana será en este caso, para nuestra mente utilitaria, el mejor objeto para el desarrollo de la investigación. Al parecer en Colombia existen dos regiones singularmente fértiles de donde emergen los mejores creadores de imaginaros literarios. La región antioqueña y la costa atlántica, han sido desde hace mucho tiempo las fuentes de producción de legado místico de la escritura. Pero la situación de Colombia en el aspecto literario no sólo hay que limitarla a ciertos espacios, sino, que es necesario ubicarla en el tiempo en que fue posible reconocer el mayor auge de escritores.


Tal situación nos remite a los años cuarenta y sesenta del siglo veinte. Colombia, en aquella época afrontó la más irracional violencia; la guerra fue el escenario propicio para desencadenar, en la mente de los infantes, recuerdos que jamás olvidarían. Rulfo, observa que en literatura tan sólo existen tres temas básicos: El amor, la vida y la muerte. Sin lugar a dudas la violencia colombiana estuvo acompañada por estos tres agentes. Escribir en Colombia a mediados del siglo veinte era llevar a cabo una proeza y en muchas ocasiones tan sólo un ilusorio plan que terminaba llevando a la ruina a los hombres. Pero ésto no sucedió en todos los sujetos dados a la escritura. Jairo Mercado Romero pertenece a aquel tiempo.


Su infancia estuvo marcada por el halito de un bienaventurado espacio rural, sin embargo su niñez estuvo también acompañada por la violencia que sacudió al departamento de Sucre, tales acontecimientos fraguados en un país dividido políticamente fue creando improntas de recuerdos magníficos, que luego serían exorcizados, cada uno de ellos, en forma magnifica. Mercado, en la conferencia sobre “el oficio del escritor” que realizó en varias universidades de país, comentó, que siempre había sabido que su futuro estaba en ser escritor. Desde la infancia, proféticamente su alma le había evidenciado su oficio. Este no es un gran acontecimiento, ya antes Milton, Chesterton y Borges también habían declarado haber sentido dicha impresión en su niñez. Sin embargo en el caso de Mercado esta providencia facilitó su trabajo futuro. La gran mayoría de su obra literaria esta enmarcada en la época de su niñez; son los recuerdos infantiles los que propiciaron los temas de su escritura.


El libro “Cosas de hombres” es una colección maravillosa de tales recuerdos. En este libro Mercado establece un estilo que se desliga de la tradición literaria de sus contemporáneos que seguían intentando cada vez más la adopción perfecta de estilos surrealistas y de géneros de literatura fantástica. Por lo tanto la obra de Mercado tiene que ser criticada desde un método revisionista e impresionista, ya que su obra trasciende el hecho histórico y se incorpora en la mente de lector demostrando su siempre trascendental cometido de mostrar el mundo transpersonal de los colombianos. Ernesto Volkening en una reseña que elaboró para la revista ECO denominó a Jairo Mercado como un verdadero cuentista, ya que según Volkening, Mercado logró por medio de su escritura romper el círculo mágico en que el ascenso fulgurante de la estrella Gabriel García Márquez tenía aprisionada a la narrativa colombiana. Todos sus cuentos están elaborados bajo un estilo sencillo, casi oral, Para Mercado escribir es recordar, es exorcizarse de lo angustiante. Cada uno de los cuentos está escrito bajo el método literario del narrador─protagonista[1]. Los personajes de sus cuentos, narran lo que vivieron, lo que sintieron y lo que pesaron, sus personajes son protagonistas testigos y a la vez narradores cuasi─omniscientes[2] que develan un hecho que los conmovió. Este modo de narrar en primera persona desde un punto de vista interino[3] hace que la lectura sea más anecdótica que imaginaria. En cada uno de los cuentos que integran la colección “Cosas de hombres” exceptuando “las reglas del juego”, son elaborados desde un yo indefinido que se dirige a un tú conocido, o en casos excepcionales se puede ver un yo que monologa sus propias impresiones.


En el cuento “carta de pésame” se observan ciertos detalles un tanto más asombrosos. En dicho cuento el personaje central comenta a uno de sus mejores amigos sobre lo que le ocurrió con una carta de pésame que mandó a unos familiares. Hasta aquí no hay mayor complicación, ni tan siquiera una innovación, pero a medida que el lector se adentra en la historia empieza a sentir que el personaje busca, por medio de su narración, convencer a su amigo de algo, este hecho extraño, ya determina el suspenso del resto de la historia. Un hombre que le ofrece una historia a otro, pero que de antemano le pide que le crea ya hace dudoso el mismo discurso. Este elemento de desconfianza es el hilo de tensión bajo el cual empieza a desarrollarse una trama asombrosa. A medida que avanza en la anécdota, el personaje recurre a su infancia para dar crédito a lo que tendrá que creer su interlocutor. El descabellado protagonista le cuenta que en su infancia vivía en una casa con su madre y que en dicha casa le era prohibido entrar a ciertos dormitorios. Cosas como éstas hacen que nazca la curiosidad del lector por saber donde se dilucidarán tales secretos que el narrador va enumerando. Uno de ellos y quizá el más ingenioso de la historia es el hecho de cómo el personaje en su infancia conoce la historia de la muerte de Carlos Euclides. Lo curioso es cómo Mercado se las ingenia para darnos a conocer a este otro personaje; su método es asombroso, el personaje de Carlos Euclides empieza a formarse por pedazos, por partes. Primero, el niño descubre el jardín donde se encuentra enterrada la pierna de Carlos Euclides, luego la tumba y por último el hecho desencadenante de la muerte del mismo. En el libro “Cómo se cuenta un cuento” García Márquez, afirma que una de las mejores formas de atraer la atención del lector sobre un personaje determinado es la de irlo aproximándolo a la mente de quien lo va a conocer por medio de partes, crear el personaje a pedazos; que del personaje empiecen a llegar primero sus maletas de viaje, luego su sombrero y la historia del sombrero, luego una mano retratada en un lienzo que se descubre en un sótano y así sucesivamente, hasta el punto en que, de pronto, se le pueda ver entrar por el marco de la puerta y enseguida se le reconozca. Este reconocimiento se da gracias al ejercicio de las partes, ya el lector sabe quien es el que entra, ya le es familiar y lo acepta complacientemente.
Esto mismo es lo que realiza Mercado en su “Carta de pésame”. A medida que se avanza en el cuento se empieza a ceder confianza, ya el clima tensionante desaparece y el lector comienza a creer en lo que dice el desconocido personaje, al final, estamos casi seguros de que los hechos narrados por aquel hombre, en verdad sucedieron, pero nuestra fascinada mente es sorprendida de repente, cuando asistimos a la revelación íntima que se nos ofrece:



“la repuesta es increíble. Tú no lo crees. Nadie me cree. Hugo. Nadie. Tú tampoco me crees. Dice así: “Nos ha extrañado un poco tu carta. No por lo que dices, pues sabemos que desde niño inventabas cosas, sino porque por fin te acordaste de nosotros. Por fin. Carlos Euclides con su cojera, como siempre, pero esta bien…”


Sorprendente, de pronto el lector sabe todo, reconoce las mentiras del narrador y sabe que durante todo el tiempo asistió a la charla ofrecida por un mitómano.


Otros críticos como Volkening declaran haber visto una doble personalidad en el personaje, pero es claro, que esta doble personalidad hace parte del protagonista que inventa cosas para poder vivir, es un mitómano, su misma doble personalidad es quizá un invento y un mecanismo de defensa psicológico que sustenta la existencia del personaje.


Jairo Mercado no sólo hace dudoso lo cotidiano, sino que a su vez lo decora con una estética singular. En muchos de sus cuentos se pueden leer tropos, símiles y metáforas magnificas como estas: “El miedo estaba en el aire como una bandera”, “se detuvo a un palmo de nuestro asombro”, “vivimos los días como si nos fuéramos despojado de máscaras”, “los pájaros volaban buscando la noche” y “el silencio caía sobre los tejados”. Esta clase de descripciones estéticas producen una impresión mágica sobre lo que se cuenta. Su estilo aunque altamente influido por la narración rural de Rulfo, por la magistral literatura de Faulkner y por mismo el García Márquez trasforman la mente de Jairo Mercado Romero haciéndole creer en el poder que puede llegar a tener la literatura para desmantelarse de sus propios recuerdos.


Adentrándonos un poco más por medio de una critica sistemática, o sea aquella por medio de la cual comprendemos todo lo que entra en el proceso de la creación de una obra literaria, podemos observar que Mercado es un arduo trabajador y diseñador de estructuras narrativas.
Muchos de los cuentos posibilitan al lector encuentros magistrales entre dos historias o entre dos eventos alternos, tal es el caso de “Ahora que cruza una nube el cielo de la escuela”, en dicho cuento el narrador es un niño que está formando para entrar en el salón de clases, este momento es el real, es el que vive el infante. Sin embargo la mente de este niño empieza a recordar ciertas cosas, el niño comienza a adentrase en su mundo imaginario. Hasta aquí el lector se encuentra ante un niño que va a entrar a clases y que en plena formación le da por recordar algo, pero el asombro ocurre cuando lo real empieza a determinar lo imaginario; la historia que el niño está recordando empieza a relacionarse semánticamente con la realidad. El mundo en el cual existen la escuela, la campana y el rezo del profesor, son signos que regulan la semántica del monologo que lleva a cabo el infante, es increíble como Mercado descubre estos signos meta─textuales que regulan lo fantástico. Gracias a esta explicación tácita que subyace al cuento es que nos es fácil entender cuándo empieza a ocurrir la relación reguladora de los hechos, tal es el caso del siguiente fragmento:


“por estos lados no se da sino el hambre por estos lados no se da sino el miedo el hambre con miedo tiene sabor a mierda (santificado sea tu nombre) papá no es un tipo hablador mucho menos le gusta decir malas palabras”


En este párrafo se observan varios fenómenos, el primero es la ausencia de signos de puntuación que determinen el ritmo, esto hace que el lector se vea impulsado a identificar la forma y la musicalidad con la cual piensa el niño; otro rasgo es que el hecho real pasa a ser secundario y por lo tanto el autor decide ponerlo en paréntesis, es como si nos dijera: miren lo que sucede fuera de la mente del pequeño. Pero el fenómeno más importante es como el hecho secundario, ese que va entre los paréntesis, pasa a designar el siguiente pensamiento del infante casi de forma involuntaria. La santificación del señor lleva al niño a retractarse de sus palabras y a afirmar que su padre es una persona decente. Otro ejemplo:


“y me creían y más me creían cuando lo veían llegar con cosas de la calle el día que le pagaban traía pescados o carne (el pan nuestro de cada día dánoslo hoy)”


Ahora ocurre lo contrario, el pensamiento se reúne, comulga con el signo semántico de la oración. El mensaje del rezo se introduce de pronto en ambos momentos, y el sujeto que hace posible el predicado es el mismo que el lector identifica con el respeto y la admiración.


Pero no sólo existe en la narrativa de Mercado esta estructura, sino que sus cuentos son una continua exploración de forma y contenido. Algunos de sus cuentos buscan retratar situaciones, otros por su lado intentan hacer sentir la emoción que regula el timbre de la voz del narrador. El húngaro György Lukács, concebía la creación literaria como un eficaz vehículo de conocimiento cuando es capaz de reflejar la realidad del mundo al margen del sujeto: las estructuras económicas y sociales, las diferencias de clase y la manipulación del medio natural por parte del hombre. Tal cometido salta a la vista en los cuentos de Mercado, como: “Tiempos de espera”, “Unas lágrimas por francisco” y “El fusil”. En estos cuentos emerge la situación vivencial y experiencial que nombran Américo Castro y José Antonio Maravall y que según su criterio deben existir en toda literatura.


Lo determinante de la experiencia es lo que deje en nosotros, lo que marque o tatúe en nuestros recuerdos. Antonhy Hopkins interpretando a Hannibal Lecter en la película “Hannibal”, hace que el psicótico doctor Lecter diga que las cicatrices son la afirmación del pasado. Jairo está lleno de cicatrices, de recuerdos que queman y que hacen sufrir. Por eso cada uno de sus cuentos afirma cosas irremediables que los hombres se niegan día a día, sus cuentos no son certezas sino puntos de vista afectivos, no rompen con la realidad, sino que comulgan con ella. Los cuentos de Mercado Romero asedian el presente con un pasado que se puede sentir; en ésto es quizá donde se halla la originalidad de Jairo Mercado Romero.


Nietzsche afirmó que el estilo debe mostrar que uno cree en sus pensamientos, no sólo que los piensa, sino que los siente. A lo mejor en Mercado Romero el estilo fue siempre la forma de llevar a cabo un antiguo rito con sus acechanzas pretéritas, con sus desvelos de niño, con sus miedos y recuerdos infundados por la realidad de una época que sigue aturdiendo nuestro país. La obra de Mercado sigue siendo contemporánea en la medida en que se caracteriza con el dolor y la violencia de la nación, en cuanto se remite a demostrar que lo que cuentan algunos seres ya seniles verdaderamente ocurrió y marcó, que el hombre es sus recuerdos, que la vida es eso, la ardua tarea de experimentar con paciencia lo que fuimos.


De pronto tenga razón Mercado Romero cuando opina que escribir es vivir bajo el estupor de las propias incertidumbres y contagiar a los demás con las propias obsesiones y vicisitudes existenciales.


Quizá la literatura solo sea eso al fin de cuentas: un exorcizar, un rechazar y proyectar lo íntimo que se tiene para plasmarlo sobre una inocente hoja en blanco.


Notas




[1] Entendido como el protagonista que cuenta con sus propias palabras lo que siente, piensa, hace, nos cuenta qué es lo que observa y a quién observa. Es un personaje central cuyas observaciones de lo que ocurre a su alrededor, incluyendo las acciones de los personajes menores constituyen todas las pruebas en que se basa la verosimilitud de su informe. “Realismo mágico y otros ensayos” Enrique Anderson─Imbert. Monte Ávila editores, Venezuela, 1992.


[2] Es aquel que a pesar de sus restricciones, puede seguir a sus personajes a los lugares más recónditos, el narrador cuasi─omnisciente es el que elige lo que debe verse u oírse. “Realismo mágico y otros ensayos” Enrique Anderson─Imbert. Monte Ávila editores, Venezuela, 1992.


[3] El punto de vista interino e alguien que desde cierta posición, ve a otra persona, a su vez desde su propia posición está viendo el desarrollo de una acción. “Realismo mágico y otros ensayos” Enrique Anderson─Imbert. Monte Ávila editores, Venezuela, 1992.


Bibliografía:


- Cosas de hombres. Jairo Mercado Romero. Ediciones punto rojo, Bogotá-Colombia, 1971.
- Jairo Mercado Romero: Un cuentista de verdad. Ernesto Volkening. Revista ECO de la cultura de Occidente; Volumen 23 de Agosto de 1971, Bogotá. Páginas 437 – 445.
- El oficio de escribir. Jairo Mercado Romero. Sonido. N. Topográfico. K1055. Biblioteca Luis Ángel Arango.
- Realismo mágico y otros ensayos. Enrique Anderson─Imbert. Monte Ávila editores, Venezuela, 1992.
- La crítica literaria y sus métodos. Enrique Anderson─Imbert. Alianza Editorial mexicana, 1979.
- Como se cuenta un cuento. Gabriel García Márquez. Editorial voluntad, Bogota, 1995.
- Horas de literatura colombiana. Javier Arango Ferrer. Instituto colombiano de cultura, 1978.

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