LA NIÑA QUE NUNCA OCUPÓ UN CULUMPIO
Poemario de Alejandra Echeverri
Cali, colección canta rana, Unidad central del Valle del Cauca, 2016.
Libro singular el de esta tulueña. El poemario es un conjunto de versos difíciles de encasillar pero que la joven poeta va organizando en tres compartimentos especiales, uno que va sin título y que recoge 12 poemas con título y un poema que es a la vez una especie de inscripción, de suerte de letrero a la entrada de un abismo. El segundo cajón, mantiene, herméticamente resguardados bajo el nombre de Las ruinas, 6 poemas titulados y 4 sin título que se apean al lado como amigos que quisieran acompañar tanto desastre, tanta envergadura de desolación e introspección dada de golpe; el último capítulo, titulado Los retornos, colecciona 7 poemas con títulos que tienen un sólo destinatario y un poema que parece perdido en medio del libro pero que se incrusta allí para dilatar y consolidar el revés del tiempo, su destino.
El libro está congestionado de epígrafes, de citas que son a la vez un verso que empalma e introduce, que nos da una breve noticia de esos huesos que son toda la vida en Alejandra.
Lo que se encuentra en este gran poemario es la capacidad de síntesis y de multiplicación personal. No de heteronimia, sino de re conceptualización de uno mismo; la protagonista, el ser poético es una criatura acosada por sus incertidumbres, por encontrarse cada día con una nueva Alejandra, por sentirse semejante a tantas otras y a la vez tan distinta, por el aborto de su estirpe y por la condenación de su sangre.
Es notable como Alejandra se desdobla y se busca, se señala en la primera parte con tanto cinismo, con tanta fuerza, el vigor de su palabra la desnuda por completo, la lleva a meterse no el dedo sino el puño entero en la herida, en la otra, la que hay debajo y que duele mucho más.
En la segunda parte asistimos a una poeta que muestra un agotamiento por todo, los ojos están viejos, el alma irreductiblemente se hace arruga, todo cansa, el mundo se ha vivido. La poeta confirma que ya todo fue, que las tantas que fue, que todo aquello que gastó ya no tiene más lugar; es confesional, en suma, pero su confesión es un desgarramiento, es una sospecha de levantarse y encontrarse con lo inevitable: con las ruinas.
La última parte dedicada a la madre, y que se titula Los retornos, nos declara la justificación inmaculada del libro, es el sitio de la restitución, la reconciliación no con la soledad o el desgaste sino con su condición, condición que observa hasta en la abuela, en su ciudad o en sus amigos, en todo lo que pesa y besa, en lo que duele y sangra.
Así el poemario de Alejandra es el deleitable recorrido por la mente de una niña que invita a un vaivén obseso por la reflexión más dura, la reflexión sobre uno mismo. Un libro redondo, de eterno retorno, que vale lo que pesa en gritos.
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