Ayer
de tumbo en tumbo
Hoy
de tumba en tumba.
NICANOR
PARRA
Obra gruesa, es un libro
compilatorio, no congrega la totalidad ni tampoco logra reunir todos los libros pero es una de esas
antologías arbitrarias que dependen sobre todo del afecto del autor.
El escritor de tales
versos dejó los números a un lado y comenzó a experimentar de la manera más
personal con todos los movimientos que iba conociendo. Su primera obra,
marginada y olvidada, tuvo que ver con el impacto que Tomas Lago había logrado,
en un grupo de jóvenes, a través de su poesía de la claridad. Lo irónico es que
si analizamos la gran propuesta del creador de Cancionero sin nombre, esta se remite a los principales postulados
que Lago inculcó en sus discípulos. Luego, vendrá la influencia del también
olvidado Henri Pichette quien escribió su primer gran libro con Artaud. Pero el
cuento, para no ir tan lejos, es que este señor francés fue el mismísimo
hacedor de ese término Apoèmes, que
terminó siendo el emblema de esa forma de supuesta escritura, del chileno, que
iba contra la poesía misma.
No hay un concepto claro,
pero el muchacho de San Fabián de Alico, vio, como los grandes oportunistas
(Disney, Gates, Edison, etc.), la manera de trasmitir bajo un sello siempre
ajeno, aquellos versos que andaba juntando; poética que pasó a ser definitiva
para señalar un estilo latinoamericano de escribir o comprender la lírica
frente a todo lo demás.
En un principio, el
hermano de la mejor canta-autora chilena, utiliza el romance y las décimas,
después mete en su saco teórico el dialectismo y el verso endecasílabo, intenta
el futurismo de Maiakovski y luego le da por jugar con una especie de alter ego
Martín fierresco dado más al san gilito de las carreteras que al héroe de las
pampas.
El hombre en cuestión
mete y saca la nariz en todo movimiento que ve y termina en los sesenta
haciéndose muy amiguito de esa generación aulladora que jugó con el arte hasta
más no poder. Entonces al señor de lo imaginario le dio por crear sus propios
artefactos que eran una copia mediana de aquellas instalaciones que se hacían
con estruendo en Francia, y así como así, fue consolidando la imagen de gran
creador y subversivo.
Visto de esta forma sólo
estamos ante la versión más poética de un Zelig. Su último trabajo fue irse
lanza en ristre contra la prosa.
Sus mejores trabajos sin
embargo, los limito a dos obras que escapan a su Obra gruesa y que yo llamaría Obra
delgada. Por un lado está Hojas de
Parra y por el otro, ese oxígeno puro que le metió a Shakespeare con su
traducción chilenisima de Lear. El resto es ampulosa y sobrevalorada poesía ya
definida por otros pero llevada hasta el extremo por el hombre que leyó a
Bousoño y entendió que el chiste era uno de las creaciones más complejas, en
materia de invenciones dadas a través de la palabra. No por algo en el año 83
publica esos tales Chistes para
despistar.
El libro, Poemas y
antipoemas, dado a la luz en 1954, tiene una extensión de 158
páginas y contiene, en tres partes, 29 poemas, este libro lo marcaría hasta Obra gruesa, a partir del 69, el
cosmológico Parra comienza a advertir que su formulita se le está convirtiendo
en toda una pesadilla de fama y es cuando le da por ensayar con otras cositas:
ecopoemas, chistes, sermones, artefactos, coplas y discursos, hasta llegar
finalmente a la antiprosa.
A mí, a decir verdad, me
gusta mucho, no voy por ahí recitando sus versos, con estar de acuerdo en esas
ideas donde afirma que las mariposas parecen cortadas con tijeras, que un
automóvil es una silla de ruedas, que la realidad tiende a desaparecer, que
dios está en el cielo lleno de toda clase de problemas y que los poetas no
tienen biografía, me basta y me sobra.
Pero hasta ahí, lo que
sucede con Parra es lo mismo que sucede con las modas, con los acontecimientos
relámpago, con las pequeñas sorpresas; alivian el alma, asombran, pero no son
ni muy trascendentales ni muy sagradas.
Al final su antipoesía
termina rompiéndose, se habita por un instante pero uno no sale de ahí
desfigurado como se sale de Hölderlin, de Borges, de Rilke o de Dante. Sencillamente
uno pasa de largo y sigue su vida.
Y eso es justamente lo
que me enoja, porque uno quiere poesía y con Parra, suceda lo que suceda, uno
termina yéndose a dormir tranquilo y bien planchado.
Y no está mal, a veces es
bueno tener a un lado ese tipo de creaciones, que por supuesto, no son
innovaciones, pero que de golpe lo ponen a uno a latir el corazón imaginario.
Un poeta, de todas
maneras, que se dedicó a recrear versos, a jugar con las palabras castizas para
resolver su humorada y que, haciéndolo, le fue bien.
Dicen que no hay muerto
malo ni bebé feo, yo prefiero disfrazar, a ese muerto de Parra, de fantasma, para alejarlo más aún, de esta, la gran comedia funeraria que han montado todos
los aficionados, tras su ida a charlar
con los espíritus.
Ya nos veremos en la
eternidad viejo Parra, para seguir dialogando. Eso, por lo menos, diría Borges.
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