02 agosto 2016

Las cosas que aprendí

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Editorial: Taller de ediciones Seshat
Páginas: 80 páginas
Dimensiones: 17.5 x 12.5
ISBN: 978-958-46-9298-6
N° de edición: 1ª
Precio: $25.000 pesos
            $ 10 dólares USA
            € 8 euros

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La Poseía de la Autopsia, es una poesía visceral, que intenta una exploración crítica a los más insondables estratos del abismo humano; en este sentido, es confesional y su proceder está dado por el vaivén de cada asonada, de cada estruendo que ha llevado la vida del poeta a lugares reveladores y significativos.
El ciclo de Iniciación, cuenta con cuatro poemarios; 1. Las cosas que aprendí; 2. Las evidencias rescatadas; 3. El énfasis encontrado y 4. La euforia otorgada, que mantienen el rigor de la auscultación, de ese escudriñar en uno mismo y que consolidan de manera sensata una suerte de memorial de la autopsia.
La presente publicación La Cosas que aprendí, es el poemario que inaugura la serie. Creado bajo los designios de la imagen y el símbolo, es un libro de imágenes continuadas dadas a la adecuación de una cadencia que busca su justificación en versículos que expresen la ondulación rítmica a partir de comienzos apasionados, procesos reflexivos y finales climáticos y anticlimáticos.

MITO

Sobre esa tierra de orillas
y extremas limaduras de playa naufragando
el hombre varó estrepitoso de espuma y de algas
como si hubiese atracado en el abandono.

Cuando removieron el ataúd
un olor nuevo escapó al mundo
y todos comenzaron a inventar un credo.

Encontraron letras en la penumbra de su pectoral
y desistieron por ello de atribuirle los días,
supieron que los ojos de ese muerto
habían avizorado la noche
más que cualquier otra desgracia
y entonces, le inventaron el timbre de su voz
y aprendieron a escucharlo en la soledad.

Su tiempo fue
como el pan que acaba de salir de un horno,
como un amanecer después del apocalipsis.

Atemorizados
utilizaron el martillo
para sellar la imagen
de esa trasegada descomposición
y olvidaron que antes de arrimarlo a su suerte
se habían ilusionado
suspendiendo en él sus dilemas.
Las mujeres no dejaron nunca
de recolectar sus crepúsculos.

Un día se habló tanto de la vida que le inventaron
que fue necesario llorarlo para poder dormir.

Al final,
todos partieron
sin grabar en la memoria
un epitafio para nombrarlo en la ausencia.
El candado fue puesto justo en el olvido
y fue como si nada hubiese pasado.

Mudos, repletos de dudas,
lo devolvieron al mar.
Entre las olas se fue alejando el mito, ineludible.


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