06 octubre 2014

UN ÁNGEL EBRIO SE CONFIESA


Yo 
Que miro un retrato de juventud
Como si se tratara de un hijo,
Que no tengo coincidencia alguna con ese viejo que envejece,
Que hablo como si estuviera hipnotizando tumbas,
Y que instauro, pasos dubitativos, temeroso de seguir
Tropezando con los muertos.

Yo
Que apenas hoy puedo abrir los párpados para decir que existo,
Reniego,
Intento el suicidio como si fuera un atributo perdido,
Cualquier hueso atragantado en los pliegues de un invierno,
Cualquier roce de azúcar en un hormiguero,
Cualquier carnada.

Yo
Coincidencia, ruidosa, agenciando la labor de un gato sobre el tejado,
Tengo, a veces, esta situación tan aburrida en mis miradas.

Y me hundo,
Hasta no reconocer a nadie,
Ni la manera, siquiera, de dios para saludar las tardes,
Ni su vejez tan evidente y ordinaria.

Ya no extraño las caídas torpes en los días sin salvación alguna,
Ni los fríos, casi lejos, pensamientos que lograban encender la sangre.

Yo
Que apenas logré, rozar un bordillo del mundo, para reconocer el miedo,
Que utilicé la indiferencia, fermentada, para espantar el tedio,
Odio.

Odio
La piel inútil, la maraña de aparatos, cañerías y mercancía desechable,
Que se atoran, que se obstruyen entre quejidos y arrugas
Y que van ahogando hasta ponerle el rostro de nada al moribundo.

Odio
La voz cansada, sus maratónicos auxilios, el órgano intermedio,
La expulsión de los renacuajos tan prestos para poblar un basurero,
Las manos, el tacto insistente y su estoica forma de amanecer sin pena.

Odio
Esta realidad puesta entre mis días, que se muere como si no valiera nada.

Y sobre todo 
Esta inservible, 
Perduración.

Si al menos 
Tuviera el talento, 
Para  escribir un verso.

Pero hay cosas más viles para señalar la estupidez de esta transparencia,
Mi confesión, es una de esas.

Tengo esas verdades,
Y estas plumas desproporcionadas e inservibles.

Yo
Que tengo esta abovedada costumbre de no ajustar en nada
Y esta manía de los ojos
Que velan hacia el mundo
Como si todavía
Hubiera la esperanza de que alguien me fuera a descubrir en una esquina,
Soy la prueba de un juego infantil estropeado
Abandonado por ahí…. Y estoy solo, solitario.

Aquí, en esta cristalina y enmarañada caída que ya no logra despertarme
Está una criatura que jamás podrá confesar una biografía, colgar un retrato,
Ni haber visto, para decir que existen, otros como yo: un semejante.

Y el tiempo, aplastando, poniendo su aguacero encima para pudrirlo todo.

Yo…
Quiero olvidar.


(Cuentan, algunos, que el ángel se quedó dormido, otros, afirman, que murió)

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