21 junio 2011

PIERRE MENARD O LA CUESTIÓN DEL REMAKE EN LA LITERATURA




La cuestión es sencilla, yo pensé, lo mejor es decir, yo recreé una sencilla profecía: en la era donde las películas, los videojuegos y las series de televisión son reeditadas con personajes, tramas y atmosferas similares, vendrá un día que a los escritores no les quedará de otra sino hacer remakes de sus mejores lecturas.
Se dice, en alguna parte escuché o soñé, que en la época de Gutenberg y de Cervantes, en la época que la Biblia y Don quijote eran los best-sellers, hubo algunos picaros que mandaban publicar ciertos libros con títulos similares en ciudades lejanas o en años posteriores adjudicándose la autoría. Un claro caso de plagio que hasta el marqués de Sade sufrió.
Sin embargo, el primer caso de remake literario exitoso se dio en forma de ensayo-cuento. Borges escribe un cuento que más que un cuento parece ser un comentario de un descubrimiento personal y que para el tiempo en que fue escrito ocasiona la fama del argentino. Pierre Menard es un escritor que le da por hacer un remake de toda la obra de Cervantes, este señor, intenta escribir el Quijote palabra por palabra y Borges comenta el horror de esta empresa.
Loco o no, Borges logra darnos la pista de lo que podría denominarse como el comercio editorial de los remakes, espero que esto no caiga en manos de algún vivo y ávido Porrua o Barral, porque si no, de seguro ya estaremos condenados a leer los mejores remakes de la literatura.
Pero regreso al cuento, me voy a ensañar un poco más con Borges, tras cierta atención que di a la obra borgiana me encontré con que el viejo en realidad es mi mejor ejemplo de lo que sería un escritor precursor del remake literario. Al principio Borges comienza a elaborar sus remakes con cierta timidez, si se observa bien, el poema “Límites” que de alguna manera figura como un texto apócrifo y de museo en el “El hacedor” de 1960 es la primera pieza de este magnífico laboratorio. Borges atribuye la autoría del poema a un tal Julio Platero Haedo, un escritor Uruguayo, modernista y al parecer contemporáneo de Lugones. Algunos de los versos serán su obsesión:
Límites
Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar. 
Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos, 
hay un espejo que me ha visto por última vez, 
hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo. 
Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos) 
hay alguno que ya nunca abriré. 
Este verano cumpliré cincuenta años; 
La muerte me desgasta, incesante.
Subrayé los versos que denotan el remake aunque la trama total sea la que promueva el  capricho. Más adelante Borges escribe otro libro: “El oro de los tigres” en 1964 que será considerado como un texto canónico de las posibilidades modernistas de un Borges calificado como un deficiente poeta. En este libro encontramos un poema titulado extrañamente “Límites” y he aquí el milagro, la trama es la misma y algunos de los versos, de los temas tocados por Platero Haedo están en este nuevo poema con idéntica perplejidad:
Límites

De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez
, indiferente
y sin adivinarlo, sometido
              
a quien prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.
              
Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?
              
Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.

              
Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.
              
Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano
;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifonte, Jano.
              
Hay, entre todas tus memorias,
una que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.
              
No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando al ocaso, ante la luz dispersa,               
quieras decir inolvidables cosas.

¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
que con fuego y con sal borró el latino.
              
Creo en el alba oír un atareado 
rumor de multitudes que se alejan;
son los que me ha querido y olvidado;
espacio, tiempo y Borges ya me dejan.
He subrayado nuevamente los versos que en el original de Platero se dan concretos y que en la versión, esta vez del Borges Borges se presentan algo dilatados. Estamos hablando de un remake disimulado, un remake al estilo “Abre los ojos” o “Ringu” donde ciertas variaciones en los efectos parecen volvernos más moderna la película.
En este caso el escriba Borges parece ofrecernos el talento de un escritor menor en su Límites de 1964. Hay un aura de respeto hacia la obra de museo de Platero.
Pero Borges sigue con la idea del remake. En 1955 Adolfo Bioy casares y Jorge Luis Borges emprenden una empresa maravillosa, editan una antología de cuentos, el libro lleva como nombre “Cuentos breves y extraordinarios” y en el se encuentra una asombrosa historia que al parecer afirman los antologuistas, pertenece a Francisco Acevedo  y que corresponde a su libro Memorias de un bibliotecario. El texto reza:
“Der Traum ein Leben.
 El diálogo ocurrió en Androgué. Mi sobrino Miguel, que tendría cinco o seis años, estaba sentado en el suelo, jugando con la gata. Como todas las mañanas, le pregunté:
    - Qué soñaste anoche?
    Me contestó:
    - Soñé que me había perdido en un bosque y que al fin encontré una casita de madera. Se abrió la puerta y saliste vos. - Con súbita curiosidad me preguntó-: Decime, qué estabas haciendo en esa casita?
 Francisco Acevedo,Memorias de un bibliotecario (1955)”
Años más tarde Borges realiza el remake de esta historia en una serie de conferencias que son editadas en los años 80 con el nombre de “Siete noches”, en la conferencia número dos que lleva como título “La pesadilla”, Borges describe un recuerdo personal que expone así:
“Referiré un recuerdo personal. Un sobrino mío, tendría cinco o seis años entonces —mis fechas son bastante falibles—, me contaba sus sueños cada mañana. Recuerdo que una mañana (él estaba sentado en el suelo) le pregunté qué había soñado. Dócilmente, sabiendo que yo tenía ese hobby, me dijo: “Anoche soñé que estaba perdido en el bosque, tenía miedo, pero llegué a un claro y había una casa blanca, de madera, con una escalera que daba toda la vuelta y con escalones como un corredor y además una puerta, por esa puerta saliste vos”. Se interrumpió bruscamente y agregó: “Decime, ¿qué estabas haciendo en esa casita?”
¿Remake? Yo creo que sí, y muy bueno.
Sergio Pitol escribió un contundente libro: “Mentiras contagiosas”, en este libro el autor busca jugar con ciertos libros, con ciertas lecturas, un remake maravilloso es la lectura que hace de Rulfo.
Quiero pensar que algunas de las obras de Vila Matas o Bolaño son, también, sólo desaforados remakes.
La era de los remakes literarios ha comenzado, en el 2009 el escritor Agustín Fernández Mallo publica lo que sería la tapa de este género.


El libro se titula "El hacedor (de Borges), Remake" y contiene este magnífico prólogo que a Borges, creo yo, le hubiese encantado:


“Prólogo
A Jorge Luis Borges
Los rumores de la plaza quedan atrás y entro en la Biblioteca. De una manera casi física siento la gravitación de los libros, el ámbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mágicamente. A izquierda y a derecha, absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores a la luz de lámparas estudiosas, como en la hipálage de Milton. Recuerdo haber recordado ya esa figura, en este lugar, y después aquellos pájaros de Benet que también definen por el contorno:
Es cierto, el viajero que saliendo de Región pretende llegar a su sierra siguiendo el antiguo camino real —porque el moderno dejó de serlo— se ve obligado a atravesar un pequeño y elevado desierto que parece interminable, y después aquel poema que suspende el sentido y maneja y supera el mismo artificio:
No quedaba nadie sobre la faz de la tierra
y de repente,
llamaron a la puerta.
Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos unas cuantas cordiales y convencionales palabras, y le doy este libro. Si no me engaño, usted no me malquería, Borges, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío. Ello no ocurrió nunca, pero esta vez usted vuelve las páginas, y lee con aprobación algún verso, acaso porque en él ha reconocido su propia voz, acaso porque la práctica deficiente le importa menos que la sana teoría.
En este punto se deshace mi sueño, como el agua en el agua. La vasta Biblioteca que me rodea está en mi apartamento, no en la calle México, y usted, Borges, se murió a mediados de los años 80 del siglo 20, el mismo día en que yo tiraba a una hoguera [negra y blanca] mi primer disco de Joy Division [blanco y negro], y pocos días después de que Juan Pablo II publicara su  encíclica Dominum et Vivificantem. Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. Así será, me digo, pero mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos, y la cronología se perderá en un orbe de símbolos premodernos y de algún modo será justo afirmar que yo le he traído este libro y que usted lo ha aceptado.
AFM
Isla de Mallorca, 20 de diciembre de 2004.”

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